Tasmania, de Paolo Giordano (Tusquets)
Poco después de los atentados yihadistas de 2015, P. G. viaja a una cumbre del clima en París. Físico y escritor italiano, P. G. escribe para el Corriere della Sera. Una noche se reúne a conversar con Novelli, un científico experto en nubes y con una mirada sombría sobre el futuro. En un momento de la noche, Novelli le pregunta si tenía hijos. “Yo le devolví la pregunta: ¿y él? Dos. El segundo llegó bastante después que la primera, que ya tenía siete años. Le hice notar que me parecía incoherente cuando se veía el futuro como él lo veía. Sin quererlo, yo me había puesto un poco tenso. Novelli dijo: ¿Cómo vamos a sobrevivir si no confiamos en los hijos?”. La pregunta resuena especialmente para el protagonista, que atraviesa una crisis con su esposa luego de años de intentar tener un hijo, sin resultados. La amenaza del terrorismo islámico se extiende por Europa y la crisis del clima se agrava a nivel global, mientras P. G. escribe un libro sobre los efectos a largo plazo de la bomba atómica y trata de afrontar la distancia con su esposa. Un viaje a una isla paradisíaca, una cena con vino chileno y una pareja de holandeses terminarán por complicar más las cosas entre ambos. En esta situación, P. G. se entera de que su amigo y guía espiritual enfrenta sus propios dilemas y que va a tomar una decisión en busca de la felicidad, y una aguda periodista de zonas de conflicto aparece en la vida del protagonista y puede añadir más vértigo a sus dudas. Paolo Giordano, el autor de La soledad de los números primos, publica una novela que juega con la autobiografía, con un personaje que tiene algunos de sus rasgos. Una novela que se mueve entre la ficción y la realidad, y que reflexiona en torno a las crisis que nos afectan, así como sobre el dolor, la muerte, la trascendencia y la memoria.
Conversaciones con Marcel Duchamp, de Pierre Cabanne (UDP)
Una partida de ajedrez podría ser perfectamente una obra de arte. En un sentido, “sí es un mecanismo, puesto que se mueve, es un dibujo, es una realidad mecánica”. Precisamente, la belleza del ajedrez está en el movimiento, pensaba Marcel Duchamp (1887-1968), que sentía pasión por el juego del tablero. “No es grave, pero existe”, le contó a Pierre Cabanne en este libro de conversaciones. Un clásico, una obra imprescindible que UDP acaba de reeditar. En 1966, con casi 80 años, Duchamp conversó extensa y profundamente sobre su vida, su obra y su trayectoria en su estudio de Neuilly, donde vivía los seis meses que pasaba en Francia cada año (la otra mitad residía en Estados Unidos). Hijo de un notario, de madre con sensibilidad artística y hermano de dos pintores, Duchamp abandonó la pintura para cuestionar los procedimientos del arte. “Desde que los generales ya no mueren a caballo, los pintores no están ya en la obligación de morir ante el caballete”, dice. Iconoclasta, sagaz, irónico y siempre armado de humor, el artista que transformó un urinario y una pala para la nieve en obra de arte pasó de ser considerado un escándalo o un chiflado en las primeras décadas del siglo XX, a una de las personalidades artísticas más influyentes y enigmáticas del arte contemporáneo. Desde luego, él no se lo tomaba en serio: “Soy un prototipo”, dice. “Cada generación tiene uno”. En estas conversaciones Duchamp habla de su paso por el cubismo y el surrealismo, de los impresionistas, de Picasso, de los artistas pop, así como de su elección para los objetos de los ready-made. “Es muy difícil escoger un objeto”, dice. “La elección de los ready-made se basa siempre en la indiferencia visual y, al tiempo, en la ausencia total de buen gusto o de mal gusto”.
El Ratón Morón, de Elisa Zulueta y Virginia Donoso (FCE)
La casa de la familia Plaza tiene más habitaciones que personas. Allí viven el padre, la madre y sus dos hijos, un niño y una niña. La familia desayuna cada mañana en la cocina siguiendo un rito: corren contra el reloj. Habitualmente, el papá deja medio café enfriándose, la mamá abandona su pan con palta, el niño da unos mordiscos a la fruta o las galletas y la niña apenas prueba el pan con miel cuando tienen que salir a toda prisa. Cuando se oye el motor del auto, otro personaje comienza su día:el ratón Morón. Sale de su escondite, bebé café, disfruta las galletas, la fruta y el pan con miel. Después se dirige al patio, sube a la casita del árbol donde los niños ya no van, se pone el bañador del papá, lee una revista, se zambulle en la piscina y va a descansar al dormitorio de los papás. Cómodo entre las sábanas, lee una novela que quedó olvidada y se entrega al sueño. Hasta que escucha nuevamente el sonido del motor que vuelve a casa y el ratón Morón regresa a su escondite. Pero un día su siesta fue tan profunda que no escuchó cuando la familia Plaza regresó. Y lo encontraron durmiendo feliz y desvergonzado en la cama. Mamá grita, papá quiere eliminarlo y los niños se asustan. Entonces el ratón Morón saca la voz. “Guau, este ratón habla!”, dicen los niños. Y ante la sorpresa de todos, les explica que él vive bajo la casa y que se come lo que ellos dejan y juega con lo que ya no usan. “La casa es grande”, dicen los niños, “podemos compartirla”, ante las dudas y el recelo de los padres. Elisa Zulueta y Virginia Donoso, las autoras de Niño Cocodrilo, vuelven a unir talentos en este entretenido libro álbum, bellamente editado, que destaca por sus ilustraciones coloridas y simpáticas, así como por un relato que transmite frescura, empatía y humor.