Roger Waters ofrece un provocador y contundente show en su regreso a Chile (con guiño a Víctor Jara)
En la primera de dos noches en la capital, el ex líder de Pink Floyd desplegó un espectáculo de alto vuelo, articulado en torno a la crítica social contingente y el repertorio más conceptual de su banda madre. Un show inmersivo y estimulante, en que hubo un momento para recordar al legendario cantautor chileno. Además, destacaron los enormes inflables y la ambiciosa puesta en escena, con referencias hasta a la guerra de Israel y Hamas. Un show que seguro estará entre los mejores del año.
El regreso de Roger Waters al país, con la imperecedera música de Pink Floyd como gancho, respondió a las expectativas de un espectáculo de alto vuelo. En la primera de sus dos noches en el Monumental, el inglés presenta su gira This is not a drill, cargada a los clásicos de su banda madre, pero enmarcados en un relato cargado de crítica social. De alguna manera, quiere dejar en claro, una vez más, quién era el hombre de las historias en Pink Floyd.
Ante una audiencia en su mayoría adulta y familiar, que desde temprano se hizo notar y aplaudió el número de apertura de Rosa Quispe (el domingo será el turno de Inti Illimani), Waters despliega un espectáculo a la altura de su habitual ambición escénica.
Como en todos los shows de la gira (que arrancó en julio de 2022), todo comienza con una advertencia en pantalla (aplaudida por el respetable). “Si eres de los que dicen: ‘Me encanta Pink Floyd, pero no soporto la política de Roger, harías bien en irte a la mierda, e ir al bar en este momento’”. Esa tensión entre música y mensaje fue la que marcó el quiebre de Pink Floyd; de esa forma Waters marca que lo suyo es una provocación permanente. El camino que escogió en un momento en que ya tiene 80 años y probablemente busca subrayar su legado. Por ello, es que, desde la pandemia, el músico ha lanzado reversiones de temas clásicos, e incluso el vuelo le alcanzó para reimaginar a The Dark Side of the Moon, pieza ineludible en cualquier colección de discos que esta temporada cumplió medio siglo.
En el arranque, Waters presenta una relectura de Comfortably Numb, del álbum The Wall, con un nuevo arreglo (cargado al órgano y sin solo de guitarra) y una teatral puesta en escena. Una suerte de recreación de la letra que habla de recuperación y superar las heridas, con Waters en el papel de médico. Una propuesta acompañada por un despliegue de visuales inmersivas en unas imponentes pantallas, que marcan el tono de lo que vendrá.
Y no hay pausas. De inmediato viene un segmento de canciones del álbum The Wall; pasan The happiest days of our lives, seguida de Another brick in the wall, partes 2 y 3. La banda de acompañamiento suena compacta y las cajas de delay distribuidas en los costados de la cancha, la hacen lucir en toda su potencia. El arranque es trepidante y contundente.
Cono el show tiene un eje crítico muy claro, le sigue un segmento de los temas solistas de Waters. Al interpretar The powers that be, el inglés (con guitarra eléctrica al hombro) despliega una reflexión sobre violencia policial. Pasan referencias a variadas personalidades víctimas de la acción de agentes del estado, entre estas, Víctor Jara, lo que gatilla la ovación del respetable.
El show sigue con The bravery of being out of range, de su álbum Amused to death (1992) que Waters interpreta al piano según la reinvención que propuso en 2021. Es una canción que en su momento el músico escribió como una lectura crítica de la Guerra del Golfo y las políticas neoliberales de Thatcher y Ronald Reagan. De hecho, el tema abre con un segmento del discurso de despedida del exmandatario, quien obtiene una sonora rechifla del público. Además califica de “criminal de guerra” a prácticamente todos los presidentes de EE.UU. de los últimos 30 años, de Clinton a Biden.
Luego interpreta The Bar, una nueva canción escrita durante la pandemia, que Waters presenta en su primera intervención con el público. El músico se muestra carismático y con una envidiable energía. Y tal como en sus shows en Argentina, se toma un momento para contar el lío que tuvo con los alojamientos cancelados en Buenos Aires, rematando con un enfático “yo creo en los Derechos Humanos”. El público le brinda un nuevo aplauso. Waters ya los tiene en el bolsillo.
Unas visuales que marcan el año 1974, introducen una nueva sección del recuerdo. Pasan temas del álbum Wish you were here, de Pink Floyd. Parte con una revisión a Have a Cigar, la que suena con algunos cambios (aunque no demasiado drásticos) respecto a la original, además de proyección de fotos de la primera era, cuando Syd Barrett era el eje creativo del grupo. El tributo al malogrado músico sigue con Wish you were here, interpretada con arreglo muy similar al del álbum. Además, el toque emotivo se marca con una pequeña historia del día en que Roger y Syd se juramentaron armar una banda cuando fueran a la Universidad en Londres. Le sigue Shine On You Crazy Diamond (Parts VI-IX), acompañada de otro breve relato en pantalla sobre los días grabando en los legendarios estudios Abbey Road. Hasta ese momento, en las retrospectivas no hay rastro de David Gilmour. Para eso está el guitarrista Jonathan Wilson, quien recrea con escrupulosa precisión el sonido de guitarra de Floyd.
Luego viene un momento para recordar el álbum Animals. En pantalla, Waters explica el concepto que lo articuló; un homenaje a George Orwell a través de la metáfora de la granja de los animales como crítica al complejo industrial capitalista. Ahí aparece el inflable de la oveja. En directo se ve imponente; un poco como un recordatorio de las faraónicas giras de conciertos de los setenta, pero a la vez, un guiño al contenido simbólico del disco. “Resist capitalism”, se leía en pantalla. Ahí culmina la primera parte del show. Necesario para un hombre de 80 años y un espectáculo con muchos estímulos.
Como en el arranque, la segunda parte abre con guiños a The Wall. La entrada la marca otro inflable: el clásico cerdo volador, el mismo que ha generado controversias por los rayados, que esta vez solo lucía la frase “He’s mad. Don’t Listen”. Y hay que dejar en claro que nunca se pensó como una alegoría religiosa. En su momento, representaba la crítica al capitalismo más extremo.
Mientras, y vestido con una camisa de fuerza, Waters canta In the Flesh? otro momento sobre locura y redención en un show cargado de dramatismo. Le sigue Run like hell, en que se despliegan en pantalla mensajes sobre la violencia (como la de las tropas de EE.UU. en Bagdad) y por supuesto, los clásicos martillos marchantes de la imaginería de The Wall. Del traje de dictador fascista, que le trajo problemas en Alemania, ni rastros.
Tal como en la primera parte, sigue una sección de temas solistas de Waters. Al cantar Déja Vu, pasan imágenes de la Gaza arrasada por los bombardeos israelíes. “Stop the genocide”, lanza Waters, directo. Pide respeto a los derechos de los inmigrantes, los indígenas, la población trans, etc. Los aplausos bajan desde el respetable.
El set avanza a otro momento del recuerdo, dedicado a revisitar parte de The Dark Side of the moon. Pasan temas como Money, Us and Them, Any colour you like, Brain Damage y Eclipse, muy fieles a las versiones del álbum. El remate es con Two suns in the sunset, una oscura canción que cierra The final cut (1983) el último álbum grabado por la alineación clásica de Floyd. Era una composición que denunciaba el peligro de una guerra nuclear (su estribillo “el sol está en el Este, aunque el día haya terminado” es una metáfora a una explosión atómica), que en estos días de conflictos en el mundo resuena aún urgente y queda coherente con el guión del show. Le siguen un reprise de The Bar y Outside the Wall, la canción que cierra el legendario álbum, con la banda congregada alrededor del piano.
El regreso de Roger Waters estará entre los espectáculos más recordados del año. Un concierto bien armado y estructurado, que pese a su narración se hace fácil de llevar. La puesta en escena rememora una época de rock de estadios, sazonada con una carga política sin concesiones. Ello le da un toque de actualidad para un show cargado decididamente a la nostalgia. Imponente, provocador y contundente.
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