Mistral. Una Vida, de Elizabeth Horan (Lumen)

En 1922 Gabriela Mistral le envió a Eduardo Barrios un puñado de textos elogiosos dedicados a ella, y entre risas le escribía: “Lea como curiosidad cómica esos versos en que me dicen siete veces santa. Me han despertado un apetito de santidad, hermano”. Durante largo tiempo, la figura de la poeta en Chile fue tratada con una veneración entre literaria y religiosa que la asociaba a la imagen de la santa o la madre. En esta biografía, la académica norteamericana Elizabeth Horan rescata a Gabriela Mistral de las hagiografías, o vidas ejemplares, y ofrece una mirada comprensiva, acuciosa y perspicaz de su trayectoria. “Aunque los relatos hagiográficos sean congruentes con las anécdotas orales de calamidades que la misma poeta contaba, la fama de Gabriela Mistral no resulta de ser beata. Abarca más bien su sorprendente carrera educacional, su vasta obra poética y periodística, su sagacidad política y sus delicadezas diplomáticas, en fin, su presencia concreta en el mundo moderno”, escribe. Basándose en la correspondencia y textos del archivo de la poeta, así como en una gran cantidad de documentos, este primer tomo de la biografía recrea la vida de la Premio Nobel desde su infancia en Elqui hasta su salida hacia México, en 1922. Revisa las historias, mitos y batallas de la poeta, desde el apedreo en la plaza de Vicuña a los 11 años, los Juegos Florales y las hostilidades que encontró en el medio educacional por no tener título, así como el rol esencial que tuvo su amiga Laura Rodig y su amistad con Alone. Desde luego, también se aproxima a su diferencia sexual. En la base de su investigación Elizabeth Horan se pregunta ¿cómo una niña nacida en la pobreza de los cerros de Elqui, sin privilegios de ninguna clase, “se transformó en la aclamada y carismática Gabriela Mistral?”. Ciertamente, trabajó, planificó, se inventó una leyenda y construyó redes: su genio, su perseverancia, su ambición y los cientos de cartas que escribió, postula Horan, están en el origen de sus triunfos.

El Agua Verde del Idiota, de Yanko González y Pedro Araya (FCE)

La prestigiosa editorial Losada publicó en 1969 Fin de mundo, de Pablo Neruda. El libro circuló en Chile y Argentina y contenía un poema central para el poeta, Artes poéticas. Pero para su disgusto, salió con una errata: “Donde digo el agua verde del idioma la máquina se descompuso y apareció el agua verde del idiota. Sentí el mordisco en el alma. Porque para mí, el idioma, el idioma español, es un cauce infinitamente poblado de gotas y sílabas, es una corriente irrefrenable que baja de las cordilleras de Góngora hasta el lenguaje popular de los ciegos que cantan en las esquinas. Pero ese ‘idiota’ que sustituye al ‘idioma’ es como un zapato desarmado en medio de las aguas del río”. La errata del libro de Neruda da título al nuevo ensayo de Yanko González (Los más ordenaditos) y Pedro Araya (Pernocto), que lleva por subtítulo La errata: cultura e historia. Antropólogos y poetas, los autores presentan un conjunto de ensayos que traza una suerte de biografía del gazapo, así como de la cultura en torno a los yerros de copistas e imprenteros. Si en la Edad Media la errata era vista como obra de un demonio, Titivillus, con la imprenta ya era difícil exculpar a los impresores: así ocurrió con los imprenteros de la “Biblia maldita” en 1631, la que suprimió un “No” en uno de los 10 mandamientos: “Cometerás adulterio”. Erudito, detallista y con sentido del humor, el libro cuenta cómo el apellido Shakespeare no existía en la época del dramaturgo y nació de un error de imprenta. Y así como Neruda se lamentaba por el yerro en su poema, el primer libro de Alfonso Reyes salió con tantos gazapos que un crítico llegó a decir que había publicado “un libro de erratas acompañado de algunos versos”. De los equívocos involuntarios a los sabotajes, el nacimiento de los correctores y los sistemas de corrección, el libro da cuenta de un universo cultural en torno al “demonio de la escritura” como la llamó José Emilio Pacheco o ese “enano maligno y agazapado”, al decir de Joaquín Edwards Bello.

Catálogo Chilensis, de Ángeles Quinteros (Hueders)

El 16 de enero de 1914, en Talcahuano, el futbolista Ramón Unzaga -bilbaíno nacionalizado chileno- hizo una asombrosa pirueta en la cancha. Entonces la llamaron “chorera” debido al nombre de su equipo, Escuela Chorera. Pero dos años después los periodistas argentinos la rebautizaron “chilena” en un partido contra Uruguay. Si bien la selección no tuvo un gran desempeño (perdió 4-0 contra los uruguayos), “el vuelo épico de la chilena terminó exportándose y dando botes por todo el mundo”. Y aunque Perú ha disputado la autoría de esta acrobacia futbolística, que ellos llaman “chalaca”, para la RAE y la FIFA “esta belleza acrobática se llama chilena y, por supuesto, para las y los chilenos también”, escribe Ángeles Quinteros en Catálogo chilensis: un sabroso y entretenido compendio ilustrado de “manías, mitos, chiches y chispezas locales”. Con graciosas ilustraciones de José Benmayor, el volumen es una pequeña colección de lugares, objetos, obras, personajes e iconos patrimoniales, populares o que están asociados a nuestra memoria emotiva, desde las animitas al Super 8, esa clásica oblea rellena de crema y bañada en chocolate; del típico tostador chileno a los lentes de Salvador Allende en el Museo Histórico; de la marraqueta crujiente al Pilucho del Estadio Nacional, y de la Lira popular a la dudosa escultura inspirada en la canción de Los Iracundos, Puerto Montt. La selección es amplia y representativa, considera los patrimonios ancestrales como la platería mapuche o los moáis, las tradicionales como las iglesias de Chiloé o las cerámicas de Quinchamalí a las arpilleras de Violeta Parra y el álbum Alturas de Macchu Picchu de Los Jaivas. En una cuidada edición de tapas duras, la tipografía sigue cierto estilo chileno, inspirado en los viejos carteles de micro, y en el diseño brillan las ilustraciones, junto a textos breves que aportan datos interesantes, curiosos y divertidos. El libro está escrito con agilidad, cultura y picardía.