Sabemos lo que pasó. Conocemos los detalles de la sobrevivencia. Hemos visto los testimonios en la televisión repetidos muchas veces. La pesadilla de Los Andes es parte del inconsciente colectivo de quienes en los años 70 y 80 aquilataron de primera mano lo que pasa cuando las cosas fallan en el transporte más seguro del mundo.

Ahora, 51 años después de la tragedia del 13 de octubre de 1972, llega el director español Juan Antonio Bayona (El Orfanato) para relatarnos otra vez el cuento. ¿Es necesario? ¿No hemos oído demasiado la cruenta melodía? ¿Hay algo nuevo que agregar?

Si uno se acuerda de ¡Viven! (1993), el digno largometraje de Frank Marshall sobre el mismo hecho con Ethan Hawke y Josh Hamilton, se puede decir que se echaba de menos algo más de la convivencia bajo el cielo de la tragedia. Las dos horas de esa película y las dos y 24 minutos de La Sociedad de la Nieve (Netflix) tal vez nunca sean suficientes para abarcar un drama que duró 72 días.

El gran mérito del filme de Bayona es que aún así es capaz de construir personajes y relaciones cercanas al espectador. En definitiva, conocemos más al grupo de rugbistas que iba en el fatídico vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya. Entendemos más de la razón y la sinrazón de sus vidas al límite de la extinción. Para esto, los tres guionistas decidieron que la historia la contara en voz en off un pasajero no particularmente conocido del viaje. Su nombre es Numa Turcatti (Enzo Vogrincic). No es rugbista y no conoce mucho a nadie, pero es el corazón de la película, la voz del realizador si se quiere, la conciencia moral si alargamos las elucubraciones.

Si Numa es la emoción, habría que decir que la razón o la sangre fría la otorgan Roberto Canessa (Matías Recalt) y Nando Parrado (Agustín Pardella), dos compañeros del equipo Old Christians, estudiantes de medicina e ingeniería, respectivamente. Son los más conocidos de la historia, los que bajaron hacia el oeste buscando señales de vida y los que avistaron al arriero chileno Sergio Catalán.

Pero La Sociedad de la Nieve es una historia coral y es justo reconocer que la película logra darles vida interior a varios personajes. A empresario Javier Methol (Esteban Bigliardi) le basta un monólogo para que entendamos que aún cree en algo tras perder a su esposa en un alud posterior a la caída del avión. Al agonizante Arturo Nogueira (Fernando Contingiani) lo salva por un rato su buen humor y confiesa que no cree en el Dios de todos. A Marcelo Pérez del Castillo (Diego Vegezzi) lo vemos alentar a los chicos a comer aquello que nadie se atreve. En este sentido, la película es directa aunque nunca desproporcionada a la hora de mostrar lo que uno de los sobrevivientes llamó con el tiempo “antropofagia”, evitando así el implacable término “canibalismo”.

Donde sí no se ahorran detalles es en el accidente que terminó con el Fairchild FH-227D estrellado sin alas y sin cola en Los Andes. Juan Antonio Bayona es un hombre con oficio de sobra en las escenas de acción y en los apartados técnicos. Lo demostró al menos en Lo Imposible, sobre el tsunami del 2004 en el Océano Índico. Ahora también confirma que puede transformar un accidente en un drama fraterno.