MANIAC, de Benjamín Labatut (Anagrama)
Poco antes de morir, John von Neumann tuvo una idea. Creador de la primera computadora, el físico húngaro que colaboró en el Proyecto Manhattan y sentó las bases matemáticas de la mecánica cuántica y de la teoría de juegos quería unir biología y computación. Imaginó autómatas que cobraban vida y se desarrollaban en un cosmos digital en expansión. De cierto modo, “quería desencadenar un segundo Génesis”. La historia de Von Neumann está en el centro del nuevo libro de Benjamín Labatut. El autor de Un verdor terrible extiende su exploración en algunas de las mentes más brillantes de la ciencia y en los intersticios en que el delirio toma por el cuello a la razón.
El libro abre con la historia de Paul Ehrenfest, el amigo de Albert Einstein que ante la llegada de los nazis asesinó a su hijo con síndrome de Down y se suicidó. El corazón del volumen es la historia coral, narrada por amigos, familiares y rivales de Von Neumann, el padre de MANIAC, “la invención más creativa de la humanidad” que permitió el surgimiento de la más destructiva, la bomba H. “La mayor parte de los matemáticos prueban lo que pueden; Von Neumann prueba lo que quiere”, solían decir sus amigos. El físico húngaro quería matematizarlo todo. “Predeciremos todos los procesos estables. Y gobernaremos los inestables”, aseguraba. Custodiado y recluido en la cama de un centro militar en Estados Unidos, Von Neumann murió temiendo por el futuro: “Lo que crea el peligro no es el potencial destructivo particularmente perverso de un invento en específico. El peligro es intrínseco. Para el progreso no hay cura”, se lamentó ya con cáncer y asediado por la demencia. El libro cierra con la partida entre Lee Sedol, campeón de Go, y la inteligencia artificial AlphaGo. Elegante, audaz y sofisticado, MANIAC es un libro sobresaliente, excepcional, de una belleza sombría y fascinante.
Lo que Hicimos en la Cama, de Brian Fagan y Nadia Durrani (FCE)
Escenario de nacimientos y muertes, sexo, conspiraciones y sueños, la cama es un objeto central en nuestra cultura. Para los antiguos egipcios era un vínculo con el más allá; para los romanos, el espacio para el placer y el sexo reproductivo, que era “el fundamento del gobierno civil”, como escribió Cicerón. Luis XIV atendía asuntos de Estado entre las sábanas y Churchill planeó su victoria contra Hitler desde la cama. Las primeras conocidas fueron cavadas hace 70 mil años al interior de una cueva, en Sudáfrica. Y si bien durante siglos la gente durmió sobre el suelo, y en muchas partes aún es así, entre la élite las camas se elevaron. Ya en la época de Tutankamón, en el XIV a.C., el diseño de la cama estaba más o menos definido. La realeza hizo del dormitorio privado un símbolo de nobleza, pero hasta el príncipe Carlos los partos en la corona se desarrollaban con testigos. Y durante muchos años la cama no fue un espacio privado: solía ubicarse en el centro de la casa y los compañeros de cama eran numerosos. Brian Fagan y Nadia Durrani, expertos en arqueología, descorren las cortinas para contar la historia “con frecuencia extraña, en ocasiones cómica y siempre cautivadora de uno de los artefactos humanos que más se pasan por alto”. Una historia íntima y social, culta y entretenida.
Ailén en busca del Color, de Sebastián Infanta (Recrea Libros)
De alas blancas, patas y antenas grises y ojos negros como piedras oscuras, Ailén es una delicada mariposa que nació sin colores. Triste por su apariencia pálida y opaca, Ailén se pregunta por qué no fue tocada por los colores de la tierra, el cielo y el sol. Divisó una colorida flor roja entre las rocas y cuando quiso acercarse, el viento sopló: hizo volar los pétalos y la arrastró también a ella. El viento la llevó hasta el desierto donde encontró un campo sembrado de añañucas. Feliz entre sus colores, Ailén decidió vivir entre ellas. Pero un día el desierto florido desapareció y la pequeña mariposa lloró su paraíso perdido. El viento silbó y le dijo que entre las montañas vive el espino, cuyas flores son doradas como el sol. Ailén llegó hasta un valle entre las cumbres y se maravilló con las ramas luminosas, pero no pudo posarse en ellas; cada una de sus flores estaba rodeada de espinas. Entonces el viento la condujo hacia el sur, donde conoció el rojo del copihue. Entre sus ramas también encontró un copihue blanco, sin colores como ella. Tal vez con el tiempo, pensó, sus hojas terminarán por teñirse de color. Y así también podría ocurrir con sus alas. Bellamente ilustrado por Paula Bustamante, este cuento con vocación de fábula es un colorido viaje por el paisaje, las emociones y el valor de la diversidad.