La Rabia y el Augurio, de Alvaro Bisama (UDP)

Los balazos resonaron en las calles. Al día siguiente de la masacre del Seguro Obrero, en septiembre de 1938, Carlos Droguett miraba las fotos de los asesinados y sentía miedo. A muchos de ellos los conocía de la Escuela de Derecho, y era como si esos muertos “me estuvieran diciendo algo con su silencio empecinado y activo”. Así escribió Los asesinados del Seguro Obrero, crónica que se convirtió en su primer libro en 1940. En su prólogo anotó: “Esto, quiero repetirlo otra vez, no lo he escrito yo, lo escribieron los muertos, cada asesinado”. Ya entonces definió su poética y su proyecto literario. “Droguett escribe para vengar a las víctimas y descubrir a los victimarios, también para transformar la literatura chilena”, anota Alvaro Bisama en este perfil biográfico que es una relectura lúcida, profunda y perspicaz de la obra del autor de Patas de perro y Eloy.

Nacido en Santiago en 1912 y fallecido en Berna, Suiza, en 1996, en un exilio que nunca terminó, Droguett creció en el barrio Matta, habitado por obreros y comerciantes, con el fantasma de su madre muerta a los seis años y una ciudad en expansión y estremecida por las revueltas sociales y las crisis políticas. Alumno del Liceo San Agustín, estudiante de la Universidad de Chile, periodista y escritor, Droguett se asomó también a la historia fundacional del país a través de sus cadáveres. Así, escribe 100 gotas de sangre y 200 de sudor y El hombre que trasladaba ciudades. Políticamente comprometido con la izquierda, apoyó la Unidad Popular y vivió el golpe como otra escena del crimen. “De nuevo la historia de Chile comprueba que puede contarse a través de sus masacres”, observa Bisama. Uno de sus hijos pasó por la prisión política y el autor colaboró en el Comité ProPaz, hasta que a mediados de los 70 salió al exilio. En la maleta llevaba un manuscrito redactado con rabia y con sangre: Matar a los viejos. La novela se publicó en forma póstuma y se volvió otra escalón de esa obra que acaso pueda leerse como una canción, dice Bisama: “Esa canción, que es la literatura de Droguett, funciona como una señal de reconocimiento pues habitamos las mismas calles y cruzamos las mismas pesadillas”.

El libro es la segunda entrega de un proyecto mayor del autor en torno a la literatura chilena que inició con Mala lengua, dedicada a la figura trágica y colosal de Pablo de Rokha.

El Corazón de las Tinieblas, de Jospeh Conrad adaptado por Peter Kuper (FCE)

El régimen del rey Leopoldo II en el Congo, a fines del siglo XIX, fue un genocidio. Se calcula que durante su dominio y bajo el sistema de explotación de las compañías del caucho, se exterminaron entre cinco y ocho millones de africanos. Joseph Conrad pasó seis meses en el Congo bajo ese régimen y conoció de primera fuente las experiencias que relata en El corazón de las tinieblas. Publicada en 1899, la novela narra la trágica exploración de Charlie Marlow en territorio teóricamente salvaje, arrasado por la codicia y la brutalidad de los cazafortunas, en busca del delirante agente Kurtz. El más exitoso explotador de marfil belga ha devenido un rey miserable y enfermo que maneja la lealtad de los africanos con crueldad. Metáfora del mal institucionalizado y personal, el libro se ha convertido en un clásico incómodo: denuncia la violencia colonial, la barbarie civilizatoria con la perspectiva de su época y contexto. De ahí que el escritor Chinua Achebe la considere una obra racista. Todo esto lo tuvo en cuenta Peter Kuper, artista gráfico y colaborador habitual de The New Yorker y otros medios. Tras adaptar al cómic a Kafka, enfrentó el desafío de llevar la historia de Conrad al lenguaje de la historieta.

Sin alterar el relato, lo sitúa históricamente en el Congo (Conrad no identifica el lugar) y ofrece una visión que resalta la violencia y lo sombrío de la historia. Dibujada en blanco y negro, Kuper potencia la decadencia moral y el viaje al centro del horror con la transición de tonos claros -diferentes grados de grises- en las primeras páginas al predominio de la oscuridad hacia el final. El artista le da visibilidad a la población africana y al trato inhumano del mundo blanco, y sugiere que sus muertos y fantasmas, esa herencia de dolor, aniquilación y esclavitud, persigue a Marlow (y lo que representa) aun después de volver a Londres. Publicado en un formato grande, que permite el despliegue de las ilustraciones y de luces y sombras, la obra es una relectura gráfica que profundiza y amplía sus resonancias.