“Ser joven y no ser revolucionario, es una contradicción hasta biológica”, señaló en alguna oportunidad el expresidente Salvador Allende Gossens. Él mismo había comenzado su carrera política durante su juventud entre los locos años ‘20 y los complejos años ‘30 del siglo XX; primero como dirigente del Centro de Estudiantes de Medicina y de la Federación de Estudiantes de Chile (cuando el acceso a la educación universitaria no era masivo), luego como uno de los fundadores del Partido Socialista de Chile, en 1933, momento en que el país apenas lograba ponerse en pie tras el duro impacto de la Gran Depresión.
Ese vínculo ese juventud relativamente acomodada e ideales de cambio, lo reflotó hace algunos días la alcaldesa de Providencia, Evelyn Matthei. En una conversación con Tele13 Radio, lanzó una dura crítica a la generación que compone buena parte del gobierno actual. “Son una tropa de jovencitos arrogantes, nacidos en familias bien, que han ido a los mejores colegios pagados, que nunca les ha faltado nada en sus casas, que nunca han hecho nada, que les ha salido todo fácil en la vida, y que de repente sintieron que eran revolucionarios. Se dieron cuenta que habían desigualdades en Chile (…)”.
¿Son estos “jovencitos arrogantes nacidos en familias bien” un caso aislado en la historia política de Chile? Por cierto que no. Basta una mirada a la trayectoria de la democracia clásica chilena, desde mediados del siglo XX, para trazar ciertos antecedentes, en su mayor parte conocidos, que explican como esa juventud se articuló con los movimientos políticos con vocación de cambio. En los mismos días en que Salvador Allende era estudiante, también lo eran otros como Eduardo Frei Montalva y Bernardo Leighton, los que serían integrantes de futuros movimientos como la Falange Nacional, que sería clave para el posterior origen de la DC (sin olvidar que dos de los mencionados llegaron a ser presidentes de Chile). Y no está demás recordar el rol jugado por los estudiantes de la Universidad de Chile y la Pontifica Universidad Católica, durante las manifestaciones que empujaron la salida del poder de Carlos Ibáñez del Campo, en julio de 1931, al evidenciar su incapacidad para atenuar la brutal crisis económica.
Para la doctora en Historia y decana de la Facultad de Humanidades USACH, Cristina Moyano, las palabras de Matthei, y su relación entre la juventud de elite y participación política, se pueden leer en varias aristas. “La visión de la alcaldesa tiene un componente adultocéntrico que suele acrecentarse cuando nos encontramos en momento de cambios generacionales de las elites -explica a Culto-. Uno podría contraargumentar que nadie que haya nacido bajo condiciones socioeconómicas favorables podría sentir sensibilidad por los temas sociales, querer cambiar el mundo y además debe cargar con el peso de haber podido estudiar sin tener que trabajar y sin quedar con deuda. Entonces, de perogrullo uno se pregunta entonces ¿quiénes son las elites de la derecha?¿sólo ellas tendrían derecho a gobernar?”
Ya entrando en la revisión histórica, Moyano agrega: “Efectivamente han habido momentos en la historia de Chile donde se han experimentado situaciones de interacción generacional compleja. Hay unidades generacionales e identidades generacionales más fuertes, las que entran en conflicto con aquellas que son la generación activa y tienen conflictos porque están en épocas bisagras donde se han puesto en cuestión las nociones de orden, los valores sociales dominantes, las ideas hegemónicas sobre el cambio social, el bienestar, el futuro y el propio presente. Pasó en los años ‘20, en los ‘60 y ahora con fuerza en la generación de las movilizaciones pingüinas-hasta las universitarias del 2011. Ahí se movilizan conflictos representacionales, a la par que se han creado partidos generacionales (algunos que después se mantuvieron en el tiempo y otros que han desaparecido: La Falange, el MAPU, el MIR, la UDI y ahora RD y CS, por mencionar algunos, de manera que no siempre esto es una cuestión de las izquierdas)”.
Por su lado, el historiador y académico asociado de la Escuela de Historia de la UDP, Claudio Barrientos Barría, matiza la discusión. En su opinión, se trata de un asunto complejo. “Es imposible esperar que alguien de origen burgués sea necesariamente conservador o de derecha, así como también es caricaturesco esperar que alguien de clase trabajadora sea necesariamente de izquierda, lo mismo pasa con respecto a sectores indígenas o raciales”.
Barrientos, también Director del Observatorio de Historia Reciente, pondera otros antecedentes relacionados a la estructura de las sociedades en el pasado. “Es cierto, en la izquierda chilena han existido líderes de origen burgués o acomodado, que tuvieron acceso a una educación de elite y a una vida privilegiada que abrazaron ideologías emancipadoras y revolucionarias como expresión política y utópica de una época específica de nuestra historia como: Miguel Enríquez, Carmen Castillo, Andrés Pascal Allende, el mismo Salvador Allende, entre otros. Pero, no se pueden comparar con los líderes de hoy, a los que hace mención la alcaldesa Matthei. Es importante tener en cuenta y tratar de ser específicos respecto de qué vamos a entender los ‘niños bien’ o clase burguesa en la primera mitad del siglo XX y en el siglo XXI. Las clases sociales de antes de las décadas de los años sesenta y setenta, no son las mismas de hoy”.
Para Barrientos, la irrupción de esa generación de la izquierda criolla no se puede separar de su contexto, marcado por la postguerra, la descolonización, la tensión entre EE.UU. y la URSS, el mayo francés, la Revolución Cubana, entre otros hitos. “La trayectoria de los personajes íconos de la izquierda chilena, antes mencionados, responden a un momento en el que las élites de origen burgués, producto de la masificación de la educación pública y el desarrollo de procesos políticos revolucionarios a nivel global entran en contacto con ideologías emancipadoras, igualitarias y revolucionarias en los ambientes universitarios. Pero, esto también marca una trayectoria política que no necesariamente es la que las juventudes de izquierda han seguido hoy día”.
Desde su vereda, Igor Goicovic Donoso, Doctor en Filosofía y Letras y también académico USACH, pone en la discusión la relevancia del concepto de élites para el debate. “Las élites son aquellos grupos de poder que se constituyen como clases dominantes en un contexto histórico determinado. Desde ese enfoque, podemos definir que existieron élites de poder en el régimen oligárquico (1810-1920), en el populismo mesocrático (1920-1973) y en el régimen neoliberal (1973 a la actualidad). ¿Dónde se ubican esas élites de poder?: En el Parlamento, en el gobierno, en los municipios, en las corporaciones empresariales, en las instituciones militares y eclesiásticas, en los medios de comunicación, entre otros espacios. ¿Quiénes han formado parte de esas élites?: Con mayor o menor incidencia y presencia, de acuerdo con cada contexto histórico, los terratenientes, la burguesía industrial y financiera, las cúpulas de la Iglesia Católica y los altos mandos de las Fuerzas Armadas”.
Desde ese punto, Goicovic concluye: “De acuerdo con esta perspectiva de análisis, la izquierda institucional o reformista (Partido Socialista, Partido Comunista y hoy día el Frente Amplio), ha tenido una participación circunstancial y marginal en las élites de poder, mientras que la izquierda radical o revolucionaria (Partido Obrero Revolucionario, Movimiento de Izquierda Revolucionaria o Frente Patriótico Manuel Rodríguez), no ha tenido ninguna”.
Cristina Moyano aporta otra reflexión en torno a la formación de esos grupos alimentados desde la juventud, pero con una composición tan diversa como la que se aprecia en las aulas universitarias. “Existen fuerzas asociadas a las movilizaciones sociales vividas como experiencias compartidas que generan identidades mucho más fuertes que en otros momentos. Esto pasó en 2011 y fueron jóvenes que eran bastante variopintos en sus orígenes sociales, dado el cambio en la composición del mundo universitario que se movilizó por el fin al CAE y la gratuidad”.
En la misma dirección apunta Igor Goicovic al analizar la articulación social en las dirigencias; como por ejemplo, ocurrió en el MIR, grupo al que se remarcó la presencia de jóvenes de familias acomodadas. “Las organizaciones radicales o revolucionarias han tenido históricamente una composición social heterogénea. Es un mito, instalado por la prensa de derecha en la década de 1960 (en particular El Mercurio), que estas organizaciones hayan tenido un origen burgués. El caso del MIR, que es quizá el más emblemático, tiene entre sus fundadores y principales dirigentes, no solo a sujetos que provienen de las capas medias acomodadas, como Miguel Enríquez o Bautista van Schouwen, también a dirigentes laborales, como Clotario Blest y Ernesto Miranda, a pobladores, como Victor Toro y Herminia Concha, y a campesinos, como Moises Huentelaf o Alejandro Manque. Lo mismo es aplicable al FPMR que, hasta 1987, fue el brazo armado del PC. Y nadie puede poner en duda que el PC es un partido históricamente anclado en la clase obrera”.
Una apreciación que también aquilata Claudio Barrientos. “Me parece muy complicado pensar que toda la izquierda de ayer y de hoy ha estado solo liderada por burgueses con sensibilidad social, eso es restarle agencia a los movimientos sociales y líderes locales que desde el mundo obrero o campesino llevaron a cabo procesos de reforma y de cambio social en nuestro país. En este mismo sentido, no es viable hoy esperar que los sujetos tengan una consistencia lineal en su origen de clase, su ideología y las opciones que producto de eventos históricos que cruzan sus vidas, Andrés Pascal Allende de revolucionario pasó a empresario, y cómo él muchos”.
“El concepto de clase social de hoy es mucho más diversa y compleja, también los grupos de clase hoy son muchos más y diversos, con intereses de clase e ideológicos más complejos y menos lineales de los estereotipos que tenemos de la izquierda de los años de la Guerra Fría que es desde donde está hablando la alcaldesa de Providencia”, cierra el mismo académico.