Columna de Rodrigo González: La Zona de Interés, casa con vista al crematorio
El espectador se incomoda con esta película. Las cosas así no calzan. ¿Por qué aparece de la nada un relato iluminado con fotografía infrarroja? ¿Por qué hay minutos de pantalla en negro o rojo? ¿Hacia dónde vamos?
Esta no es una película fácil. Fue filmada en una especie de circuito cerrado y por control remoto en el que los actores se paseaban a sus anchas y el equipo técnico estaba lejos. Por eso las tomas son distantes y casi no hay primeros planos. No se ven los detalles, sino que la opción del director es mostrarnos una panorámica. Una gran visión en 180 grados que está vedada a los protagonistas, absortos en su diario quehacer, sólo preocupados de las hojas sin ver el bosque.
Y ese bosque son los hornos, los trenes, Auschwitz. La familia compuesta por el oficial nazi Rudolf Höss (Christian Friedel), su esposa Hedwig (Sandra Hüller) y sus cinco hijos viven al lado del campo de concentración. Él es el comandante en jefe del centro de exterminio y todo el bienestar económico que disfrutan se lo deben a ese “trabajo”.
Van al río más cercano a bañarse y tienen una apacible tarde de picnic en pleno verano. La vegetación abundante de la zona (actualmente en Polonia occidental) es el marco de una vida familiar ejemplar, con un padre cariñoso que les lee cuentos a los niños para hacerlos dormir y una esposa abnegada que cultiva todo tipo de flores en su generoso jardín. Tienen, además, un especial cuidado con los animales, a quienes tratan como iguales.
El detalle es que han bloqueado cualquier tipo de percepción hacia lo que ocurre dentro del campo de concentración. Desde su hogar se ve como sale el humo de las chimeneas de los crematorios y se escuchan ahogados sonidos de balazos y gritos. Son parte del paisaje. Un costo a pagar por tener una amplia casona de tres pisos y con piscina en las afueras de la ciudad. Es más, los Höss parecieran estar anestesiados ante aquello. Inoculados ante el horror.
Basada libremente en la novela homónima de Martin Amis que a su vez se inspiró en la real experiencia de esta familia, La zona de interés entra a los cines chilenos con cinco nominaciones al Oscar. Entre ellos están Mejor Película y Mejor Director, pero además Mejor Sonido, una categoría en la que sobresale de forma categórica: todo lo que no se ve de Auschwitz, se puede escuchar a través de los ruidos que se cuelan desde el otro lado del muro.
El realizador inglés Jonathan Glazer, que empezó en los años 90 haciendo videos para Massive Attack y Radiohead, va aquí lejos en su apuesta. Además de filmar casi en estilo documental (o a veces como un reality) de televisión, intercala las escenas de la rutinaria vida de los Höss con imágenes que parecen estar en negativo y con pasajes musicales desconcertantes de la compositora Mica Levi.
El espectador se incomoda. Las cosas así no calzan. ¿Por qué aparece de la nada un relato iluminado con fotografía infrarroja? ¿Por qué hay minutos de pantalla en negro o rojo? ¿Hacia dónde vamos?
Una respuesta a aventurar es que el director no cree en hacer películas sobre el holocausto al estilo clásico. No hay que agradar a nadie. Esto no fue un chiste. En ese sentido, La zona de interés es la anti La lista de Schindler. Eso la hace valiosa y única.