Crítica de música en el Festival de Viña por Marcelo Contreras: Mora, conejo chiquitito
No queda muy claro si Mora tiene herramientas para una conquista global. Comprende la música y el espectáculo, pero se minimiza ante la sombra de nombres mayores, como una especie de sucedáneo. No posee un elemento extra, la señal de la distinción. Contagia, arrastra, pero se desvanece pronto, como la espuma en la arena mientras la ola se retira.
Guillermo Armando Mora Quintero (27) ejemplifica la democratización inherente al urbano, donde los roles entre productor y músico resultan homogéneos. Hoy, más que nunca, la persona a cargo de componer y tomar decisiones en la sala de estudio, puede convertirse en estrella por derecho propio.
El puertorriqueño que se ganó un nombre por escribir y figurar en éxitos para Bad Bunny y Feid -presente en el próximo Lollapalooza Chile-, cosecha fama como intérprete. Lo demostró en septiembre con tres fechas en el Movistar Arena, material para un video oficial de Modelito, donde queda clarísimo su arrastre juvenil en Chile entre llamaradas, tomas épicas, y un beat de alta velocidad.
En la Quinta Vergara, apenas puso un pie en el escenario y el vocoder se cargó al 110%, para que la voz resultara perfectamente robótica y controlada, el público mayoritariamente juvenil que primero colmó la galería y mucho más tarde la platea -suele ocurrir-, coreó una seguidilla de canciones, que figuran entre lo más demandado de sus playlist, en aplicaciones musicales.
La intro de contornos siderales y melancólicos de Media luna, acompañada de hielo seco de show prog rock, cuerpo de baile, e imágenes repasando su vida como si fuera un consagrado absoluto que publica álbumes desde 2021, introdujo las bases de Mora: sufre en el amor, es un romántico, también un gozador.
A veces se confunde en cómo tratar a las mujeres, como confiesa en ¿Dónde se aprende a querer? “Echándole gasolina -revela-, sin saber que ella era un Tesla”.
Mora domina el escenario y mantiene oculta la mirada tras unos lentes negros. Usó el mismo atuendo toda la noche, algo desilusionante considerando lo importante que es la moda, y el sentido del espectáculo en el urbano. Pero lo acompaña un cuerpo de baile y un guitarrista veterano que domina la guitarra eléctrica de tres pastillas, en el viejo estilo del rock.
Mora siguió con la fiesta gracias a la explícita Domingo de bote, convirtiendo a la Quinta Vergara en una disco, donde todo el mundo se sentía sexy y seductor. La música fue derivando hacia una electrónica más universal de guiño europeo mediante descuelgues a la EDM, que mantiene el sello latino gracias a la defensa del idioma.
La guitarra retomó el protagonismo con Apa y sus líneas sin recovecos:
“Ese culo está caro
Pero a mí me da descuento
Me sobran razone’
Pa’ darte sin condone’”
Calentón confirmó las sospechas sobre las notorias influencias de Bad Bunny en Mora en términos interpretativos y escénicos, un pecadillo propio de cualquier escena musical. Pero digamos que el boricua debutante en el escenario de Viña del Mar, podría disimular un poco más. Luego dio las gracias “de corazón, de corazón, de corazón”, para seguir desarrollando su personaje enamoradizo, frágil, sufrido y fogoso.
Algunas chicas derramaron lágrimas en la Quinta Vergara por Mora, que trajo fiesta y romance, beats, electrónica y urbano, con notorios detalles análogos, como el inusual protagonismo de la guitarra en una función atmosférica, en una demostración de las ambiciones universales del género, buscando un lenguaje más allá de la base reiterativa.
No queda muy claro si Mora tiene herramientas para una conquista global. Comprende la música y el espectáculo, pero se minimiza ante la sombra de nombres mayores, como una especie de sucedáneo. No posee un elemento extra, la señal de la distinción. Contagia, arrastra, pero se desvanece pronto, como la espuma en la arena mientras la ola se retira.
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