Todos quienes esperaban más acción y menos reflexiones en la continuación de Duna (2021) verán recompensadas sus expectativas. También los que buscaban que se desenredaran algunos nudos argumentales y querían luz narrativa. La película del canadiense Denis Villeneuve es un barco mastodóntico que viaja a buen puerto, aunque es evidente que falta un tercer acto y final por contar. Si las cifras de taquilla acompañan a Duna: Parte Dos (2024) es casi seguro que tendremos esa esperada continuación. Por ahora, todo hace prever que el filme funcionará bien en las boleterías.
Con una duración de dos horas y 46 minutos (11 minutos más que la primera parte), esta superproducción de los estudios Warner confirma que esta casa hollywoodense no ha perdido su buen olfato con las sagas de ciencia ficción y fantasía. Antes fueron los casos de Harry Potter, El Señor de los Anillos y, en menor medida, The Matrix. Ahora, el universo del escritor Frank Herbert (creador de las seis novelas originales entre 1965 y 1985) podría ser su nueva fuente de grandes ingresos, justo en el momento en que los blockbusters parecen tambalear en recaudación por fatiga de materiales y superhéroes.
Situada en el año 10.191, Duna: Parte Dos comienza exactamente donde terminaba la anterior. El aristocrático Paul Atreides (Timothée Chalamet) y su madre Lady Jessica (Rebecca Ferguson) son recibidos con cierta desconfianza por los Fremen, habitantes del desértico planeta Arrakis. Quién primero comienza a creer en el poder mesiánico de Paul Atreides es Stilgar (Javier Bardem), uno de los líderes nativos. Sin embargo, no todos son tan religiosos. Una fracción importante a la que pertenece la joven Chani (Zendaya) cree más bien en la fuerza de la guerrilla y quiere liberar a su pueblo del yugo imperial galáctico, interesado solo en sojuzgar a Arrakis para explotar la especia, el elemento más valioso del universo.
Suerte de fuente de la vida, esta sustancia prolonga la existencia y sirve de combustible interestelar al mismo tiempo. En Arrakis (o Duna, el otro nombre del planeta), hay tanta especia como poca agua. La analogía con el petróleo es válida, de la misma manera que las características físicas, lingüísticas y espirituales de los Fremen tienen mucho en común con los pueblos árabes y el Islam. Basta sólo decir que, de un momento a otro, Paul Atreides pasa a ser llamado Muad’ Dib.
Una de las muchas tensiones de esta historia es la atracción mutua entre Atreides y Chani, a quienes uno podría adivinar como enemigos políticos en un futuro no tan lejano. La gran habilidad del realizador Denis Villeneuve es armar este rompecabezas y ajedrez simultáneo de intrigas político-religiosas sin bajar la guardia en el sentido del espectáculo y la entretención. Y vaya que espectáculo nos tiene preparado. Acá hay capacidad de sorpresa, manejo de las escenas de acción, destreza para construir universos nuevos, villanos de primera (con un buen malvado siempre las cosas salen mejor) y una banda sonora de Hans Zimmer que va más allá de lo que le conocemos y del autoplagio.
Eso sí, la referencia al salvador blanco sigue intacta, tal como en la película Lawrence de Arabia (1962), de David Lean, una de las inspiraciones de la novela y de este impecable filme de Denis Villeneuve.