Kawabata según su traductora: “Fue un poco como traducir una carta de suicidio o una despedida”
Dientes de león, publicada hace poco tiempo por Seix Barral, es una novela póstuma del destacado escritor japonés, Premio Nobel de Literatura. La traducción se hizo directo del nipón al castellano y corrió por cuenta de la traductora Tana Oshima. En diálogo con Culto, desmenuza el libro, la traducción y la obra de Kawabata.
Kuno y la madre de su novia -Ineko- caminan de vuelta a su pueblo, acaban de dejar a la muchacha en un hospital siquiátrico, donde esperan que la joven se recupere de una particular afección, la “ceguera de cuerpo”. Ve todo, menos los cuerpos frente a ella. La madre fue enfática en la decisión, Kuno dudaba y todavía lo duda. Ambos conversan sobre ella mientras caminan. Hay tensión entre ellos, y aflora de tanto en tanto. Esa es la historia que a grosso modo cuenta el escritor japonés Yasunari Kawabata en una novela póstuma llamada Dientes de león, que llegó a Chile a través de Seix Barral.
Premio Nobel de Literatura 1968, clásico de las letras del Japón (junto con otros nombres ineludibles como Jun’ichirō Tanizaki, Kenzaburo Oe o Haruki Murakami) falleció el 16 de abril de 1972, contando 72 años. Dientes de león quedó inconclusa como un diamante esperando ser publicado. A diferencia de otras traducciones del japonés al castellano, que generalmente pasan por un tercer idioma intermedio (inglés o francés), esta vez el trasvasije idiomático se dio directo del nipón al castellano. La responsable de ello fue la traductora japonesa Tana Oshima.
En charla con Culto, nos comentó de la experiencia de traer de vuelta a la vida a Kawabata. “El proceso de traducción es siempre similar, y traducir Dientes de león no fue muy distinto. Lo que sí fue particular fue la experiencia de la traducción, la presión inicial que sentí por tratarse de un autor tan conocido y talentoso. Al principio me preocupó no lograr trasladar la belleza de su escritura, pero enseguida sentí una sintonía absoluta con la novela y mi traducción avanzó en el mismo ‘espacio’ que ella, como si Kawabata me estuviera dictando las palabras. Fue particularmente emotivo traducir la última frase, sabiendo que la novela quedó ahí detenida en el tiempo, inacabada, porque el autor murió. Por extraño que suene, fue un poco como traducir una carta de suicidio o una despedida”.
-¿Qué es lo más complejo de traducir de Kawabata desde el japonés al castellano?
Traducir Dientes de león no me resultó particularmente difícil. De hecho, ha sido la traducción más fácil que he hecho hasta ahora. Con esto me refiero a que no ha tenido una dificultad añadida. Traducir del japonés es siempre difícil y costoso. Requiere un conocimiento profundo no sólo de las dos lenguas sino de las dos culturas, y ser muy consciente del valor cultural que cada palabra contiene. Requiere también saber leer, es decir, saber manejar una obra literaria y leer la intención del autor para intentar mantenerla en la traducción. Asumir que cada palabra está ahí por algo, etc. Lo que hace que una traducción sea más fácil o más difícil se basa, en mi experiencia, en la calidad y claridad de la obra, y en la afinidad que se tenga con el autor. Cuanto mejor sea el original, más fácil resulta traducirlo. Una novela también puede ser muy difícil de traducir por su contenido técnico o especializado, como me ocurrió con Tokyo, estación de Ueno, de Yu Miri. En el caso de Dientes de león, es una novela sencilla, bien estructurada, con mucho diálogo y una narración que nunca deja de fluir con naturalidad. Es, además, una novela muy estética, como casi siempre es el caso de Kawabata, y muy bien escrita. Redonda pese a ser inconclusa. Eso facilita mucho las cosas a la hora de traducir. Como dije antes, sí sentí la presión de estar manejando el texto de un autor tan conocido, ganador del Premio Nobel, y la presión —y a la vez emoción— de estar presentando casi por primera vez, si no por primera vez (no tengo claro este dato), una traducción de sus novelas directamente del japonés al español. De modo que tuve mucho cuidado a la hora de escribir cada frase, de no desviarse ni un milímetro de la mirada del autor, para que la traducción pudiera lucir toda la belleza del original y conservar la prosa de Kawabata, tan sencilla y mínima y natural pero a la vez tan profunda. Aunque ese cuidado lo tengo siempre —cada autor merece ser traducido con el máximo cuidado y respeto—, creo que al traducir a Kawabata, la presión fue mayor. Por suerte, la calidad de la obra me facilitó las cosas.
Por otro lado, el japonés es una lengua que se mueve mucho en el plano de la ambigüedad, y eso suele incrementar enormemente la dificultad de su traducción. Sin embargo, algunas las obras de Kawabata estaban influidas por la literatura y filosofía europeas de finales del siglo XIX y principios del XX, desde el simbolismo francés a los alemanes, y la nitidez de conceptos que requiere la dialéctica filosófica presente en la novela hizo que el discurrir de las ideas fuera para mí más fácilmente trasladable al universo “occidental” de la lengua española. Esto no quiere decir que Dientes de león sea una novela occidental. Se dice a veces que la literatura japonesa contemporánea le debe todo a Occidente y eso me parece un punto de vista erróneo y colonialista. Todas las culturas se influyen unas a otras, y la llamada cultura occidental también es una amalgama de distintas influencias, incluidas las orientales —¡la Biblia viene de Oriente Medio!— a lo largo de la historia. Las artes se alimentan constantemente de estímulos externos de distintas procedencias y querer reivindicar una influencia cultural es como querer poner la bandera de un país en otro. La literatura de Kawabata sigue siendo muy japonesa, pero sí recibió esos estímulos de la literatura europea y los reinterpretó en sus escritos.
-¿Qué podría comentar de esta novela? Es un diálogo entre Kuno y la madre de su novia, Ineko
Sí, es un diálogo casi continuo entre Kuno y la madre de su novia Ineko. Es una conversación sencilla, aparentemente cotidiana, en la que hablan de lo que ven y de lo que no ven, del paisaje, de Ineko y su locura. Como dije antes, ese diálogo esconde un alto contenido filosófico que recuerda a algunos alemanes de principios del siglo XX. De hecho, la novela me recordó a la Montaña Mágica de Thomas Mann, y a ratos también al Fausto de Goethe, y hay muchas reflexiones que parecen influidas por la fenomenología, como todos esos cuestionamientos de la percepción que se hacen los personajes. Pero, de una manera más esencial, Kawabata escribe desde una mentalidad japonesa que se manifiesta en la relación anímica con el entorno natural, en la que el ser humano no es superior a la naturaleza sino que forma parte de ella e incluso la venera (dentro de la historia, los elementos naturales suelen ser personajes activos que subyugan a las personas con su presencia, como son los dientes de león), o en esa síntesis narrativa, esa reducción a la esencia en su forma de escribir, y la capacidad de extraer un mundo entero del pétalo de una flor. Eso bebe directamente de la poesía clásica japonesa, que el autor conocía muy bien.
A nivel literario, es una novela que, en mi opinión, tiene dos grandes virtudes: es entretenida, sencilla y fácil de leer, pero es al mismo tiempo sorprendentemente profunda y de un alto nivel estético. Son dos virtudes que no siempre vienen juntas, y me parece que la combinación de estas dos virtudes es un indicador de que estamos ante una obra maestra. Uno queda lleno pese a la brevedad de la lectura. El libro tiene la capacidad de acompañar al lector mucho después de que este haya terminado de leerlo, no de una forma meramente emocional, sino porque quedan en el aire todas esas preguntas que se plantean en el libro y que no tienen una respuesta fácil. Tampoco el libro las proporciona. Son cuestiones muy profundas pero básicas, como toda duda filosófica esencial. Sí hay algunos intentos de respuesta que ofrecen los personajes, y esos son los que pueden haber quedado algo anticuados, porque las respuestas varían con el tiempo. Lo que no varían son las preguntas, y es con lo que, creo, se queda el lector, con ese cuestionamiento, y también con lo bello y lo sublime en la novela.
-¿Considera que es representativa del estilo de escritura de Kawabata o es algo diferente?
Esta novela es muy representativa de Kawabata. Es puro Kawabata. Las palabras le salen con tanta naturalidad que parece que está contando un cuento en el salón de su casa. Su estilo es minimalista, muy poco ornamentado, sólo salpicado aquí y allá de alguna imagen sublime, que es tanto más sublime cuanto aparece de repente, de forma inesperada, en medio de lo anodino o incluso de lo siniestro. Eso es muy característico de Kawabata y, a la vez, como decía antes, de cierta tradición literaria japonesa que se caracteriza por lo sutil y lo delicado, incluso en lo inquietante y en lo siniestro. Kawabata juega con ese elemento inquietante, domina ese contraste entre lo bello y lo feo, o más bien maneja magistralmente la estética de lo feo u ominoso. Y lo hace con apenas unas pinceladas mínimas. No se regodea en lo grotesco, ni este aparece de una forma obvia. Lo feo o siniestro aparecen en el mismo plano estético que lo bello. Eso es lo poderoso. Es apenas un indicio, un presagio. Y no hay nada de fórmula en él. Era su forma de mirar el mundo. A nivel literario, yo personalmente siento mucha afinidad con ese estilo, diametralmente opuesto a, por ejemplo, Stendhal describiendo el traje de un personaje durante varias páginas. En la descripción hiper-realista y sumamente detallada se pierde a menudo el contraste. En el detalle se pierde el detalle. Es cierto que el detalle es lo que da vida a un relato, pero el exceso de detalles puramente descriptivos, pegados a la realidad, aplana la jerarquía de valores en una imagen. Yo no sé si ese contraste que tan bien manejaba Kawabata era una elección estética consciente por su parte, pero sea como sea el resultado es magistral. Por otro lado, el tema de la percepción que mencionaba antes es recurrente en su obra, como lo es la psicología de la mujer (o su visión de ella), el simbolismo y el “makai”, que en un sentido amplio significa “mundo fantástico”, pero en un sentido kawabatiano es el mundo de los demonios. Es decir, la locura. Kawabata estaba fascinado, si no obsesionado, con ese tema. Lo que es particular de esta novela con respecto a otras del autor es que el lector conocedor o amante de Kawabata podrá ver un poco mejor los entresijos de su proceso creativo por el hecho de que es un libro que se armó de forma póstuma juntando sus borradores. Creo que es un privilegio poder acceder de una forma más directa a la mente creativa de Kawabata.
-¿Con qué otro libro de Kawabata vincularía a Dientes de león?
Yo diría que Dientes de león se relaciona con toda la obra de Kawabata, y quizá sobre todo con sus inicios. Como digo en el prólogo del libro, cuando Kawabata estaba empezando su carrera como escritor, todavía joven, fue guionista o co-guionista de una película titulada Una página de locura, dirigida por Teinosuke Kinugasa, que tiene mucho que ver con Dientes de león, sólo que la novela es más luminosa que la película. Ahí ya se ve su interés por la locura y los “demonios” de la mente. Siempre le interesó aquello que simbólicamente corrompe el alma humana y acaba con la inocencia, que para él es como una especie de belleza primigenia. Le interesaba mucho el contraste entre la inocencia, la pureza (de los niños, de las muchachas jóvenes, de las flores), y lo corrupto, lo decrépito, lo grotesco, y también el espacio mental que habita el enfermo, a otro nivel. Dientes de león tiene todo eso en común con el resto de su obra. Yo diría más bien que es difícil no encontrar una relación estrecha entre todos los libros de Kawabata. Casi parecen distintas versiones de un mismo sueño.
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