Gioconda Martínez tuvo mejores días. Alguna vez adorada y admirada como actriz humorística, imprimió su propia leyenda a partir del rol de La Huachita en el sitcom televisivo homónimo de los años 80 y 90. Eran tiempos de un Chile pretérito y con escasa conexión global, período en que sus amenas aventuras en la pantalla chica eran el comentario del día siguiente.
Ya instalada en la tercera década del siglo XXI, Gioconda siente que no encaja y por eso le propone un proyecto “serio” a la destacada directora teatral Francisca Pallazo. Este personaje, interpretado por Paulina Urrutia, es el primero en desacreditar y no creer demasiado en la metamorfosis de la acontecida Gioconda Martínez, a cargo de Amparo Noguera, en la comedia negra Historia y Geografía.
La película de Bernardo Quesney (Desastres Naturales, 2014) es feroz al mostrar los pasos en falso y los portazos en la cara que persiguen a Gioconda, un ser tragicómico, incapaz de encontrarse a sí misma cuando ya pasaron sus quince minutos de fama. El largometraje ganador de los premios a Mejor Director y Mejor Interpretación Femenina (Amparo Noguera) en el último Festival Sanfic se estrena el próximo jueves 18 de abril en salas chilenas.
Con guión de Quesney y el escritor Simón Soto (Matadero Franklin), el filme producido por Equeco (Pablo Calisto, Tomas Alzamora y Quesney) tiene además una segunda línea argumental que arranca cuando el personaje de Amparo Noguera decide montar su versión de La Araucana de Alonso de Ercilla en su ciudad natal de San Felipe y con actores locales. Ahí hacen aparición su propia hermana Atenea (Catalina Saavedra), que no le perdona demasiado su pasado éxito televisivo y un alcalde en apariencia bonachón cuestionado por conductas impropias (Pablo Schwarz).
Todo este cóctel de corrosiva crítica al Chile actual siempre tiene como centro a Gioconda Martínez, nuevo personaje cinematográfico de Amparo Noguera, quien además está ad portas de trabajar en Argentina en la nueva película de Benjamín Ávila (Infancia Clandestina, Argentina 2001) junto a Natalia Oreiro. Desde Ciudad de México, conversa vía zoom con La Tercera.
¿Fue importante el humor de la historia para estar en la película?
Nos pasaba con Catalina Saavedra que nos reíamos bastante al momento de filmar. Aunque no era una chacota. Me refiero a que es un tipo de humor más bien fino, sobre personas que son serias y que no es que se hagan las graciosas. Lo risible puede venir de la exposición en que están estos personajes. Pero además es divertido el clasismo, el racismo y el paternalismo que destilan Gioconda y Atenea, las hermanas que interpretamos Catalina y yo.
¿Lo dice a propósito de las escenas con los haitianos, protegidos por Atenea cuando Gioconda los hace actuar?
Sí, ese es un ejemplo. Pero además es una película con muchas aristas y habría que hablar casi de cada una de sus escenas. Está el tema de la poca conexión que tenemos con nuestro pasado cultural, la actual locura por el éxito y el privilegio que le damos a la inmediatez. Siempre todo pasado por una mirada con humor, que es algo muy difícil, pero que Bernardo Quesney maneja muy bien. Es una virtud de él. Hay quienes se expresan a través de la rabia, otros con el drama, y él lo puede hacer muy bien con los recursos de la ironía.
Su personaje parece avergonzarse de su pasado televisivo
Sí, adopta incluso el eslogan del “Chile cambió”, porque no acepta seguir siendo recordada como una “actriz de humor” de los años 80 y 90. Encuentra que es muy frívolo estar en esa vereda en este momento del país y piensa que todo es tan fácil como cambiarse de bando y hacer “teatro inteligente”. Cree que le basta intercambiar una disciplina por otra para transformarse, pero mete la pata en el barro una y otra vez. No es tan fácil. No es llegar y hacer algo distinto. De lo que se trata es de experimentar un viaje interior que ella no ha transitado.
Pero además es una actriz mala o al menos el personaje de Paulina Urrutia la considera muy mala y la rechaza en el teatro.
Yo creo que es una buena actriz y el personaje de La Huachita que la hizo famosa en esa comedia de televisión que ahora considera tan vulgar es una buena caracterización. El problema es que está encasillada. Por eso la relación que tiene con los demás es de un maltrato permanente y la ignoran o desprecian, como le pasa con la actriz que interpreta Paulina Urrutia o con su propia hermana Atenea (Catalina Saavedra). Eso tiene que ver con que somos buenos para decidir cómo deben ser los otros. Les asignamos un rol. En Chile, por ejemplo, un actor tiene que cumplir con ciertos requisitos. Si es que hace teatro no puede aparecer en un comercial de televisión, porque eso significa que se vendió y se pasó al lado frívolo. Sin embargo, puede haber muchas razones para eso y una de ellas es la necesidad económica, por ejemplo.
O se le puede criticar que se haya cambiado a algo más comercial, por ejemplo.
Por ejemplo. Siempre hay un juicio sobre la elección de los otros. Pero nunca hay que olvidarse que uno no tiene toda la información sobre las razones tras esa decisión. También puede haber placer en cambiarse de género. Nos cuesta aceptar la diferencia, tal vez porque no hay suficiente variedad en nuestra realidad cultural.
A propósito de los diferentes tipos de teatro, la actriz Magdalena Max-Neef, que pertenece a una compañía comercial como Teatro Aparte, dijo que los actores eran buenos “para llorar” o para quejarse por la falta de apoyo estatal. También dijo algo similar Jaime Vadell, ¿Cuál es su percepción?
No creo que la expresión “queja” sea la más adecuada. No se trata de una pataleta. La realidad es más compleja y así como hay compañías que tienen mucho púbico, hay otras, la mayoría, a las que les cuesta mucho sacar adelante sus proyectos. Depende de lo que uno haga, la audiencia a la que te dirijas o hasta la sala en que trabajas. Las compañías de teatro que tienen público y las que no lo tienen trabajan igual de duro, pero los resultados son diferentes. Por eso es que hay que tener claro que a uno le puede estar yendo bien, pero no a tus compañeros de profesión. Hacer teatro es difícil, eso es una realidad. Eso le pasa al Teatro Camino, a La Memoria, etcétera. No es una queja. Estamos con personas que tratan de mover las salas y la llegada a las audiencias, pero cuesta. Y esto tiene que ver con que hay un problema histórico en Chile con la cultura. No ha tenido un espacio a nivel de Estado, ha sido así durante diferentes gobiernos. Ahora bien, a pesar de esta opinión, quiero reiterar mi apoyo a Boric, pues me gusta mucho él como presidente. Lo que sí espero es que en estos dos años que le quedan, se arregle de alguna manera la situación cultural en el país. Es momento que ocurra y es en este gobierno donde debería generarse ese cambio. La cultura debería tener el mismo lugar que la educación, no es un divertimento, no es para pasar el rato, forma parte de la formación integral de cada ciudadano en el país. Si estuviera integrada en los colegios y universidades, tal vez los actores no nos “quejaríamos”. No se le puede llamar “queja” a una realidad donde hay actores que no tienen otro medio de sustento para vivir o dónde sacan adelante un proyecto sin sueldo alguno. No todos tenemos la misma suerte.
¿Con la ministra de Cultura, Carolina Arredondo, que también es actriz, alberga esperanzas en los dos años que le quedan al gobierno?
Por supuesto que sí. Lo veo como un ministerio y un gobierno que pelea en medio de un panorama donde muchos quieren que se hunda. Me imagino que batallar en ese mar debe ser súper complejo. Para mí al menos, este es el gobierno en el que más podría confiar y en el que más esperanzas tengo. Ahora bien, no sé cuál va a ser el resultado, no tengo idea.
En el 2023 usted estuvo en Blanquita, de Fernando Guzzoni, y El Conde, de Pablo Larraín, películas que se referían al caso de Gemita Bueno y a la figura de Pinochet respectivamente, pero que tal vez no tuvieron la respuesta ideal, ¿Cree que tal vez el público no está interesado en ver la contingencia en el cine?
No sé si esas películas fueron recibidas efectivamente con menos entusiasmo que las otras que se hacen en Chile. Es decir, pasa lo típico. Fuera de Chile tanto Blanquita como El Conde fueron muy, muy bien recibidas. Grandes críticas, premios, buenísimas audiencias. Pero algo pasa en Chile que a la gente no le interesa. Ahí sí creo que hay algo muy particular de nuestro país. En el extranjero hay mejor recepción, a los actores los encuentran más interesantes, hay premios de mejor guión, mejor fotografía, mejor actuación, etcétera. En México, donde ahora me encuentro por razones familiares, Matías Bize acaba de estrenar El Castigo en la Cineteca Nacional y la sala está llena. Y no sólo una o dos funciones. Me atrevería a decir que en Chile eso nunca pasó. Sería bueno que la gente apagara un poco la televisión y aprendiera que los mismos actores de las telenovelas también están en el cine y en el teatro. Lo digo con todo respeto. No hay circuito, pues el público no se mueve de sus segmentos. Es decir, no se genera una conversación al ver a los actores en el teatro, el cine y la televisión.
Considerando que usted conoce y ha trabajado con Claudia di Girolamo y Cristián Campos, ¿Tiene alguna opinión sobre la querella por abuso sexual contra el actor que presentó Raffaella di Girolamo, hija de la actriz Claudia di Girolamo?
Justamente como lo has dicho son dos personas a las que conozco mucho, he trabajado con ellas y creo que por lo mismo no me corresponde referirme al caso. Lo único que puedo esperar es que la investigación arroje los resultados que tenga que arrojar. Me parece una situación tremendamente dolorosa.