De vez en cuando alguna nueva película basada en una leyenda musical sirve para volver a comprobar lo discreta que era Bohemian Rhapsody (2018) y para encontrar un poco mejor a Rocketman (2019), la cinta sobre Elton John que siguió en un plazo de un año al éxito sobre Queen y Freddie Mercury. En esta última, su protagonista Rami Malek se llevó un Oscar por hacer la mímica, mientras pocos recuerdan que Taron Egerton efectivamente sí interpretó las canciones de Rocketman.
Ahora, cuando han transcurrido apenas dos meses del estreno de la olvidable Bob Marley: La Leyenda (2024), llega Back to Black, largometraje sobre la vida de Amy Winehouse que sorprende en primer lugar por la sobresaliente personificación que le otorga la británica Marisa Abela (serie Industry) en el rol protagónico.
En segundo término, opta por centrarse en el tópico del amor maldito para explicarnos un tipo de vida condenada a la autodestrucción. Con su intermitente novio nunca podrá hallar paz.
En tercer lugar, descansa en el eficiente y sensible trabajo de al menos tres actores para darle una base rítmica poderosa a la voz dominante. Ellos son Jack O’Connell como Blake Fielder-Civil, el mencionado novio; Lesley Manville en el papel de su abuela Cynthia; y Eddie Marsan en el rol de su padre Mitch.
Una cuarta fortaleza podría ser que Marisa Abela interpreta de verdad las canciones de una artista cuyo registro vocal no era precisamente mainstream ni azucarado. Por el contrario, Winehouse hizo de lo retro un estilo de vida y de muerte, a imagen y semejanza de sus admiradas intérpretes de soul Sarah Vaughan, Dinah Washington y Billie Holiday.
Es más, en una revelador pasaje, su abuela y excantante de jazz le cuenta que el cuerpo del saxofonista Charlie Parker parecía de 90 años y no de sus reales 34 después de la autopsia que le practicaron al morir por sobredosis. ¿Es acaso un consejo para prevenirla de las tentaciones de la vida artística?
Más o menos desde un principio queda claro que la película enfatizará los rasgos indómitos de la cantante y compositora. Es uno de los clásicos motivos de este tipo de películas. El cantante contra el resto del mundo. El rockero y las voraces compañías discográficas. El rock, la fama, el viaje a Estados Unidos y la caída en las drogas. En fin, todo eso y mucho más.
Sin embargo, el carisma de Abela como Winehouse y O’Connell como el novio drogadicto Blake (otro personaje habitual) le dan un centro gravitacional y un dínamo infalible a la película de la realizadora Sam Taylor-Johnson (Mi nombre es John Lennon, 2009). Esto también se ha contado antes en historias de parejas autodestructivas al modo de Sid and Nancy (1986), pero aquí la directora Taylor-Johnson demuestra que tiene real cercanía con las historias de músicos y cree en sus pesonajes. No sólo es fórmula y basta ver la dolorosa expresión de Amy las dos veces que Blake la abandona
Pasa más o menos lo mismo cuando después de una estadía en rehabilitación, Mitch Winehouse le pregunta a su hija si las cosas van bien. Ella le da a entender que todo sería mucho más fácil con alcohol y ya sabemos que no pudo escapar a esa última tentación.