Amy Winehouse y Back to Black, la historia de un brutal y honesto disco de desamor con sabor retro

AMY WINEHOUSE

La autenticidad de una estrella sin mayores pretensiones, con una cuidada estética retro en look y sonido, definieron al segundo, y último trabajo de la cantante en vida. Su huella marcó a la forma de hacer pop, y hasta hoy, la tragedia y el canto desgarrado deudor de los añosos discos de R&B, son claves en la música popular.


Cuando la prensa recibió las primeras fotos promocionales del nuevo álbum de Amy Winehouse era imposible no reparar en un detalle: la enorme y desprolija colmena capilar que dominaba su look. Como si quisiera declarar, con todo lo que tuviera a mano, que en aquel momento era otra. Estaba lejos de la chica de cabello corto, duro y rizado que cantaba estándares de jazz con voz aguardentosa. Ya no más.

Esa decisión de look, aparentemente inocua, era una señal de que la artista avanzaba, mirando hacia atrás, a una nueva era. Porque así era Amy. Una “drama queen”, como se definió en una canción. Y ya que iba a cambiar, debía notarse.

AMY WINEHOUSE

La inspiración para el look de la cantante venía desde los 60′. El “Beehive”, en rigor, lo inventó una peluquera de Michigan llamada Margaret Vinci Heldt. Su creación, que marcó una época, trascendió lo suficiente para que lo llevaran figuras como Brigitte Bardot, Bet Lynch, de la serie Coronation Street, y Marge Simpson. Ese cruce, entre cultura pop y moda retro, fascinó a Amy, tanto como los viejos long plays de las The Ronettes, las Shirelles y toda la factoría R&B que Stax, Motown y Phil Spector -antes de volverse un maniático que disparaba una pistola en el estudio-, despacharon en los sesentas.

Back to Black (2006), el segundo álbum de su carrera, sería el paso consagratorio, pero también el canto del cisne. Un manifiesto brillante para un talento tan descomunal como impredecible. Surgió de su propio hastío. De la abulia que prometía volver. “Estas canciones son ​​más accesibles que las canciones de Frank [su disco debut], ya que el jazz es bastante elitista -contó a Rolling Stone-. La gente no lo entendió. He estado escuchando bandas y grupos de chicas de los 60′ y así salió”.

En los días que el mundo engulló el álbum como una fiera hambrienta, sonaban otros artistas que también tomaban algunos préstamos de la era dorada del soul y los cantantes de jazz. Estaban en escena Jamie Cullum, Katie Melua, Norah Jones, hasta Michael Bublé. Pero ¿qué tenía Amy?¿qué cimentó el estatus de leyenda de su último disco antes de partir hacia la eternidad? ¿es el mejor que nos ha entregado, hasta ahora, el siglo XXI?

“Ella está devolviendo un espíritu rebelde del rock & roll a la música popular”, comentó a Rolling Stone, el productor Mark Ronson, acaso el hombre que mejor comprendió su creatividad.”Esos grupos de los años sesenta, como las Shangri-Las, tenían ese tipo de actitud: jóvenes de Queens en chaquetas de moto. Amy se ve jodidamente genial, y es brutalmente honesta en sus canciones. Ha pasado tanto tiempo desde que alguien en el mundo del pop salió y admitió sus defectos, porque todos se esfuerzan mucho por proyectar la perfección. Pero Amy dirá, como, ‘Sí, me emborraché y me caí. ¿Y qué?’ Ella no está enamorada de sí misma y no persigue la fama. Tiene suerte de ser tan buena, porque no tiene que hacerlo”.

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La sinceridad brutal de Amy Winehouse

Una noche el mánager reprendió a Winehouse. Le dijo que no podía seguir así. Que debía dejar de beber antes, durante y después de los shows. Ya estaba bueno de recogerla en estado lastimero cada vez que tenía un problema. Tienes que ser profesional, remarcó. Por eso le sugirió que debía internarse, sin más, en una clínica de rehabilitación. Ella levantó sus grandes ojos color avellana. “Estás despedido”, le dijo. “A rehabilitación, no voy”.

Cuando el sello le propuso el nombre de Ronson, la artista en principio tuvo sus dudas. “Pensé que era solo un gran tipo del hip-hop”, le dijo a The Irish Times. Ella quería repetir el trabajo con el productor de su primer álbum, Salaam Remi, pero aceptó reunirse con él. Casi como un terapeuta, el músico le preguntó por sus gustos, qué hacía en sus ratos libres, qué escuchaba. Amy le comentó que en verdad, no hacía gran cosa. Le gustaba ir a bares, jugar al billar con su novio y escuchar a las Shangri-Las. “Déjame trabajar en algo”, le respondió él.

Esa noche, el compositor se sentó al piano, y desarrolló un riff. Le agregó mucho reverb, un bombo y un pandero. A ella le encantó. Rápida como un golpe del taco de pool, despachó una letra. Back to black, le puso. Así comenzaron una dinámica de trabajo como una eficiente máquina de compositores, y a los pocos días ya tenían cinco o seis temas.

Otro día, mientras caminaban por la calle, Amy le relató la historia del mánager expulsado. “Le dije que no, no, no”, relató. Ronson, con el olfato calibrado para detectar un hit, le dijo que esa frase era un gran hook. El gancho sobre el que se construyen las buenas canciones pop. Esa misma tarde ella escribió la letra de Rehab. Su material rebosaba historias de cantinas, miseria y corazones rotos. Como antes que ella lo hicieron de Billie Holliday hasta los Rolling Stones. Los tatuajes, las historias sobre su ex marido, Blake Fielder-Civil, y la voz doliente pusieron el resto.

He allí otra diferencia fundamental con Frank. Si en ese álbum se contrató a letristas profesionales, en Back to Black, es Winehouse desde el tuétano. Por ello es exagerado, intenso, doliente. Una novela en clave musical para tiempos de relaciones fugaces y la búsqueda de lo auténtico. “No me arrepiento de nada” respondió una vez que le preguntaron si se cubriría algunos de sus tatoos. La resume muy bien.

Mark Ronson y Amy Winehouse
Mark Ronson (izquerda) fue el productor musical en seis de las canciones del celebrado álbum Back to Black, de Amy Winehouse

Si Katie Melua cantaba sobre amoríos con imágenes de bicicletas en China, en clave de jazz para cafetería, los nuevos temas de Amy tenían un diseño sonoro evocativo. Era el viejo estilo soul, pero actual. En ello fue decisivo el trabajo de la banda de acompañamiento, los Dap-Kings. Eran un grupo cuyo sonido, en el límite de la ortodoxia del R&B, se fogueó acompañando a las veteranas estrellas de Daptone Records, como Lee Fields y Sharon Jones (si no la conoce, hágase un favor y escuche sus discos, puede partir por 100 days, 100 nights). Su aporte, definitivamente fue clave. Hay algunos guiños. Un poco de Be my Baby se cuela en Back to Black, mientras que en Tears Dry on They Own se puede seguir la pista hasta la clásica Ain’t No Mountain High Enough, de Marvin Gaye.

A partir de este trabajo es que surgió un estilo de cantante pop. Sin Amy no se comprende la cantautoría con aire retro, potenciada con las redes sociales y la posibilidad que el artista pueda jugar a los cruces entre la vida y la obra. Por eso surgieron artistas como Ed Sheeran, quienes representan al chico común que no intenta ser el que tiene la última palabra, sino que es una voz más.

Por otro lado, el estilo doliente del soul se retomó en el trabajo de cantantes como Adele, quien tomó la posta una vez que los excesos y los problemas minaron a la poderosa voz de Winehouse. Es decir, su influencia se pudo notar casi de inmediato. Hasta en Mon Laferte, cuando decidió hacer de la primera persona doliente el centro de su estética, tanto en música como en imagen. (“Ven y cuéntame la verdad/Ten piedad/Y dime por qué, no, no no/Cómo fue que me dejaste de amar”).

Por ello, es que hoy la estrella de pop (o el aspirante a ella), entiende que debe escribir con franqueza desde su experiencia. Es cierto, existen otros rumbos. Pero solo desde la salida de Back to Black es que es posible elegir. “He hecho un disco del que estoy realmente orgullosa -dijo a Rolling Stone-. Y eso es todo. Es solo que soy una cuidadora y quiero disfrutar y pasar tiempo con mi esposo. Ni siquiera se siente raro decirlo ahora”.

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