Columna de Daniela Lagos: Todo un Hombre, un mal negocio

Columna de Daniela Lagos: Todo un Hombre, un mal negocio

Esta miniserie recién estrenada en Netflix sin duda podría haber sido un golazo. Pero se cae por varios frentes.



A fines de este mes se cumplirá un año desde que se emitió el último capítulo de Succession, sin duda una de las mejores series de los últimos tiempos y una ficción que también se ganó su puesto dentro de los libros de historia de la televisión, contando la trama de, entre otras cosas, un hombre de impresionante poder económico e influencia, pero también de enorme ego, temperamento volátil y profundo disgusto por perder.

Y es cierto, no puede ser que Logan Roy tenga copado ese espacio y ese mercado a perpetuidad, pero también se debe saber que si se lanza una serie con un personaje protagónico que puede ser definido con las mismas palabras, la tendencia va a ser a comparar. Y contra Logan es difícil salir ganando. Y este es sólo uno de los problemas de Todo un hombre, la miniserie estrenada por Netflix que trae a la pantalla la novela de 1998 de Tom Wolfe.

Jeff Daniels (The Newsroom, Una pareja de idiotas) es el protagonista de la historia en el rol de Charlie Croker (una especie de mezcla entre Roy y Donald Trump), un magnate que se ve metido en serios problemas cuando un banco al que le debe cientos de millones de dólares decide que es hora de que pague su deuda.

Mientras, se suceden otras historias en paralelo -y enredadas con la principal-, como la de un hombre negro que se mete en problemas con un policía blanco, y la de la carrera por la alcaldía de la ciudad.

Con estos elementos, la base escrita en una novela que en su momento fue aplaudida y también un best-seller, un elenco de categoría y un productor y guionista con varios exitazos en su currículum (David E. Kelley, Ally McBeal, Big Little Lies, The Undoing), la serie sin duda podría haber sido un golazo. Pero se cae por varios frentes.

Es una producción que, sobre todo en sus primeros episodios, se hace cansadora en su implacable gritoneo de hombres indignados. Jeff Daniels tiene un exageradísimo acento y casi todos los personajes parecen no conocer las emociones medias. O es tranquilidad o es histeria total, y esta falta de matices no sólo hace que a ratos sea una serie agotadora, sino que los personajes parezcan caricaturas más que personas reales, un pecado en el que nunca cayó la producción de HBO.

Así, esta entrega es a ratos burda y le da pocos minutos a personajes interesantes que no terminan de desarrollarse. De hecho, la historia principal y las secundarias no cuajan del todo bien, y todo esto se extiende por demasiados capítulos.

Es cierto que hacia el final hay una mejoría; la historia se pone más interesante, los personajes adquieren ciertas dimensiones y parece haber un intento de crítica hacia las masculinidades tóxicas, pero es dudoso cuántos soportarán los primeros episodios para llegar a ver ese final.

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