Black Pumas en Chile: con la electrizante magia del soul
El dúo estadounidense de soul psicodélico volvió a Santiago con un contundente show en el Teatro Cauoplicán. Confirmaron sus credenciales de directo y la solidez del material de sus discos publicados a la fecha. Una oportunidad para apreciar sus nuevas canciones con el sólido cantante Eric Burdon como eje del show y una banda muy afiatada. Además sumaron un par de versiones.
No habían pasado 20 minutos y ya se había desatado la primera ovación de la noche. El respetable que llegó hasta el Teatro Caupolicán, pese al día laboral y el intenso frío que se dejaba sentir en la capital la noche del 15 de mayo, premiaba con el aplauso al contundente show de Black Pumas. Un regreso tras dos años de su debut en el mismo recinto de calle San Diego, en que volvieron a confirmar sus credenciales como uno de los buenos proyectos musicales de la actualidad.
Con casi diez minutos de retraso, el grupo liderado por Eric Burton y Adrian Quesada, salió a escena ante la expectación del público, que en la previa también siguió la buena presentación de la chilena Masquemúsica; un crédito local del neo soul, quien desplegó parte del material que irá en su inminente disco debut, acompañada de una excelente banda en que destacan DJ Pérez y la precisión de Felipe “Metraca” Salas (Como asesinar a Felipes) a la batería.
Ya desde el arranque con Fire, uno de los cortes de su disco debut homónimo, los Black Pumas dejaron en claro que el suyo es un show a la vieja escuela. No hay pantallas, no hay efectos escénicos exagerados, solo un telón de fondo con la imagen de la portada de su nuevo disco y la banda de 7 integrantes en escenario. Nada más. Junto a Burton y Quesada, se sumaban un músico que alterna percusiones y guitarra de apoyo, un bajista, baterista, un tecladista y dos talentosas coristas afroamericanas que, con sus poderosas voces bien colocadas, cumplían con armonizar y apoyar con pequeñas coreografías en el escenario, como manda el manual.
Quesada es el cerebro musical del grupo y es claro que también dirige a la banda desde la guitarra. El primer disco fue netamente de banda en estudio y eso es muy notorio en el fiato y el rodaje que tienen en vivo. Pero este show permitió apreciar en directo el material de su segundo disco Chronicles of a Diamond, que fue más bien concebido en el estudio, como detallaron a Culto. Ahí el conjunto demostró tener bien aprendida la lección y desplegó una interpretación que recreaba bien la sensación del álbum, con Quesada haciendo armonías y replicando con riffs los arreglos que haría una sección de bronces; un viejo truco desde Steve Cropper hasta nuestro días.
Pero el gran gancho escénico de Black Pumas es Eric Burton. Un cantante muy competente que puede pasar sin problemas de las notas medias a las altas, casi sin esfuerzo aparente (un poco como lo hacía Jeff Buckley en su estilo) y que maneja al dedillo los códigos del soul con todas sus inflexiones y fraseos. Más menos, alterna entre la delicadeza de Sam Cooke, matizada con la garra de Otis Reading. A su evidente talento, le agrega carisma, personalidad y el sentido del espectáculo tan propio de la industria estadounidense. Se acerca a cantar a las primeras filas, saluda a la gente en los palcos, se mueve con soltura para llenar el escenario, hace el clásico juego de pregunta/respuesta y conduce la tensión dramática del show a tono con lo que va tocando la banda. Puro profesionalismo y rodaje en la carretera.
La presentación estuvo concentrada en el repertorio de los discos publicados hasta ahora. La música, calificada como soul psicodélico se desplegó con toda su riqueza de efectos precisos, pasajes instrumentales de notas largas y repeticiones que evocan una suerte de trance, al que de alguna forma se va enganchando al público. De allí que el grupo le llame “electric church” a la experiencia de sus conciertos, algo así en comparación con las ceremonias religiosa afroamericanas que tanto influenciaron en el soul de vieja escuela.
El material de Chronicles of a Diamond, estuvo bien ejecutado y arreglado en vivo con sentido práctico; si no se puede reproducir todo el arreglo de estudio, se sugiere, una táctica simple, pero efectiva. Así, pasaron temas como Gemini Sun, Ice Cream (pay the phone), y la conmovedora Angel, un momento que concentró la atención en el juego de voces de Burton y las coristas y que permitió bajar algo la intensidad. En directo esa canción gana en intensidad y su colchón de órgano es mucho más evidente. La gente respondía a puro fervor, contagiada de entusiasmo.
El show también incluyó un par de versiones; una sorprendente lectura a pura psicodelia de Sugar Man, de Rodríguez (aquel oscuro músico venerado en Sudáfrica que reveló el documental Searching for Sugarman) y su lectura para Fast Car, el clásico hit de Tracy Chapman, que quizás se siente algo ajeno al resto de su material, pero que de todas formas se adapta bien al registro y la interpretación de Burton.
Hacia el tramo final pasó el hit Colors, un momento esperado que no desentonó con el registro del concierto y coronó un espectáculo de alta factura concentrado casi por completo en la música y sin mayores artificios. En definitiva, un muy buen regreso para un proyecto que ha recibido justificados elogios a nivel mundial y los posiciona en la siempre compleja ruta de irse renovando en el éxito con un material de un diseño sonoro muy específico. Con todo, una de las buenas presentaciones de lo que va del semestre.
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