Fue durante una pausa para el almuerzo, en pleno rodaje de la película A Hard Day’s Night (1964), la primera de los Beatles en pleno apogeo de la Beatlemania, en que George Harrison y Pattie Boyd intercambiaron palabras. Aunque costó. Él, a pesar de ser un músico famoso en la banda más grande del mundo por entonces, era tímido y de personalidad arisca. Pero a ella, una promisoria modelo que apenas tenía una línea en la película (en rigor, una sola palabra) le gustó el taciturno guitarrista, así que sin más, tomó la iniciativa y se sentó a su lado.
A pesar de la atracción mutua, solo atinaron a mirarse y no intercambiaron palabra alguna. Al rato George por fin sacó el habla, pero en su estilo. “Cuando el tren regresaba a Londres, le pidió que se casara con él, lo que ella interpretó como la típica broma de los Beatles. “Vale, si no te vas a casar conmigo -dijo-¿cenas conmigo esta noche?”, ella le dijo que no porque por entonces tenía pareja. Pero pronto ambos comenzarían a salir y se casaron en enero de 1966, con Paul McCartney como padrino. Un vínculo que se acabó en 1974, cuando ella, aburrida de los desvaríos y las infidelidades de él, lo dejó por su amigo, Eric Clapton, en uno de los triángulos amorosos más famosos del rockanrol.
Esa historia, que marcará la vida adulta de Harrison es una de las que contiene el libro George Harrison, Beatle a su pesar (Libros Cúpula), del autor Philip Norman, una autoridad en la historia de los Fab Four tras publicar sendas biografías de John Lennon y Paul McCartney. Se trata de un trabajo extenso y documentado, que entra en detalles muy específicos, como el olor asqueroso de The Cavern Club; los aplausos del resto del grupo cuando lo vieron perder la virginidad en una litera en Hamburgo; la decisión de aceptar el proyecto The Beatles Anthology, en los noventa, al encontrarse al borde de la bancarrota.
Norman también debió echar mano a material de archivo. No solo porque Harrison falleció en 2001, sino que en vida mantuvo estricta reserva sobre su intimidad, y por ejemplo, mucho de lo que se comenta sobre su niñez y su vida familiar se tomó del testimonio que él mismo proporcionó para el libro y la serie documental The Beatles Anthology (1995). No en vano se le conoció con el mote de el “Beatle tranquilo”.
“Era el ‘Beatle tranquilo’ -dice Norman en el prólogo-, pero en realidad, sus reflejos a la hora de expresarse en las ruedas de prensa no se diferenciaban de los de John (Lennon). George aceptó el papel de caballo de batalla como guitarrista principal y se dedicaba diligentemente a su instrumento, mientras John y Paul competían por ser el centro de atención. Sin embargo, fuera del escenario era el más susceptible y temperamental de los cuatro”.
Cuando George Harrison salvó al grupo
Aunque silencioso tras la sombra larga y pesada de Lennon y McCartney, lo cierto es que la participación de George Harrison en la banda fue clave en algunos momentos. Basta señalar que en 1959, cuando aún eran jóvenes aficionados que se llamaban The Quarrymen, estuvieron en serio riesgo de desbande.
Apenas tenían actuaciones y habían perdido a varios músicos, entre estos al baterista Colin Hanton. Una baja difícil de llenar porque en el Liverpool de posguerra no abundaban, debido a lo caro del instrumento. Así, solo quedaron Harrison, Lennon y McCartney, como un imposible trío de guitarras. Los dos últimos, a su vez pasaban cada vez más tiempo juntos comenzando a pulir su floreciente sociedad artística. En suma, estaban estancados y George, decidido a seguir adelante, buscó nuevos compañeros. Sin decirles nada a John y Paul se sumó a un grupo de blues llamado Les Stuart Quartet que tenía actuaciones regulares.
Por entonces una mujer de buena situación llamada Mona Best, abrió una suerte de club informal para sus hijos y sus amigos en el sótano de su casa. Se llamaba el Casbah y buscó gente que la ayudara a decorarlo. La entonces novia de George fue una de las personas que llegó a darle una mano y como la señora además buscaba un grupo para la fiesta de inauguración, recomendó al de George…el Les Stuart Quartet.
Quiso el destino que diversos contratiempos hicieran que George y otro de sus compañeros no pudieran llegar a tiempo para el show, así que el Les Stuart Quartet decidió cancelar sin más su presentación. Urgido, el joven guitarrista decidió tomar el teléfono y contactar a John y Paul, quienes se sumaron para la ocasión. Con eso no solo se ganaron el favor de la señora Best, sino que mantuvieron actuaciones regulares en ese pequeño club de adolescentes, ganando continuidad en el escenario. “George orquestó un nuevo resurgir para The Quarrymen, que encontraron en el Casbah su hogar”, apunta Norman.
Un romance silencioso con una cantante afroamericana
En el otoño boreal de 1963, los Beatles acomodaron sus bártulos para mudarse a Londres. George, junto a Ringo Starr, se instaló en un departamento ubicado en un segundo piso de Whaddon House. No tardaron en conocer la bohemia local y a sus personajes. Uno de sus vecinos era el pinchadiscos Tony Hall, quien solía hacerlas de anfitrión para los músicos estadounidenses que visitaban la ciudad.
Ocurrió que en una de las fiestas en la casa de Hall, a George Harrison se le presentó la ocasión de conocer a Phil Spector, por entonces un emergente productor musical que se volvería una estrella por sí mismo y años más tarde trabajaría con los Fab Four en el disco Let it Be. Junto a él, estaba su más reciente orgullo, el trío vocal femenino The Ronettes, célebres por imponer el hit Be my baby.
“George no se sintió atraído por la cantante principal, Verónica “Ronnie” Bennett, sino por su hermana mayor, Estelle, de quien se decía que era la ‘tranquila’ del grupo, como él mismo en los Beatles”, detalla Norman. Algo había en la serenidad de cada uno que le generaba comodidad al otro. Así comenzó un discreto romance. Según ella, Harrison solía llamarla por las noches y charlaban largo rato. Pero todo cambió al año siguiente, cuando los Fab Four visitaron EE.UU por primera vez y se desató la Beatlemanía.
Los Beatles alojaron en una suite en el Hotel Plaza, donde recibieron algunos amigos estadounidenses. Hasta allí llegó Estelle, “pero ambos no retomarían ese romance más bien privado que mantuvieron durante los primeros días de George en Londres -señala Philip Norman-. La privacidad había desaparecido de su vida; además, Brian (Epstein, mánager del grupo) sabía las consecuencias que tendría en Estados Unidos de 1964 que uno de sus chicos tuviera una relación interracial”.
Y un romance prohibido con la mujer de Ringo Starr
Pese a las agrias diferencias y el desgaste que llevó al quiebre de The Beatles había algo que no se perdió, el cariño de Lennon, McCartney y Harrison por su entrañable baterista, Ringo Starr. Siempre llanos, no dudaban en ayudarlo cuando les solicitaba consejos para componer o derechamente les pedía alguna canción para grabar como solista. George, tal como se ve en la película Let it Be, le dio una mano con su Octopus’s Garden y luego en su primer hit en solitario, It don’t Come Easy (1971).
A comienzos de los 70′, Ringo era el único que se mantenía casado con su novia de Liverpool, Maureen “Mo” Cox, a quien conoció en los días de The Cavern. Era una mujer que procuraba mantenerse en un discreto segundo plano, aunque era decidida (en la película Let it Be, pero más en el documental Get Back se le ve acompañando a Ringo durante el concierto en la azotea de Apple). Y por una causalidad quedó cerca de la órbita de Harrison.
Cuando John Lennon se mudó a Nueva York junto a Yoko Ono en 1971, le vendió su mansión en Tittenhurst Park a Ringo. Esta no quedaba muy lejos de la de Harrison en Friar Park. Las horas muertas y el aburrimiento hicieron el resto, cuando poco a poco George cortejó a Maureen, mientras todavía estaba casado con Pattie Boyd, aunque el matrimonio no venía bien. Ella fue la que descubrió todo. “Empezó a sospechar cuando regresó de una visita a su madre en Devon y encontró unas fotografías que George había tomado a Maureen en Friar Park mientras ella no estaba. También descubrió que un collar del que Maureen solía alardear delante de ella había sido un regalo de su marido”, señala Norman con su peculiar atención a los detalles.
Maureen llegó más lejos y se pasaba de visita a Tittenhurst para acompañar a George en el estudio casero, donde se quedaba hasta el amanecer. Una tarde Pattie incluso los descubrió en su dormitorio. “Es solo que está un poco cansada. Está descansando”, fue la insólita explicación de Harrison. Todo siguió incluso en un par de cenas en Friar Park, en que Ringo y Maureen fueron invitados. Sin la menor vergüenza, Harrison le dijo a su ex compañero: “Estoy enamorado de tu esposa”. Calcado a lo que le dijo Eric Clapton cuando este le confesó su atracción por Pattie. Y aunque el affaire duró un poco más, la atracción se apagó. Aunque ambas parejas acabaron por divorciarse poco tiempo después.
La noche en que George Harrison pudo morir asesinado (y su mujer lo salvó)
Según Norman, hasta 1980, la seguridad en la mansión de George Harrison en Friar Park, era laxa. De vez en cuando se colaba alguna fan que lograba pasarse por las verjas de la entrada principal y conseguía llegar hasta la casa, pues se tendía a dejar la puerta abierta. Pero todo cambió tras el infausto asesinato de John Lennon en diciembre de ese año. Ahí el músico decidió instalar cámaras de seguridad, además de una línea directa con la comisaría local y se volvió mucho más precavido. La posibilidad de que un lunático intentara matarlo, estaba latente.
Y así ocurrió. En el libro, Norman aborda en detalle la madrugada del 30 de diciembre de 1999, cuando un sujeto rompió la valla que rodeaba la propiedad, logró llegar hasta la casa y entrar aprovechando un punto ciego de las cámaras de televigilancia. Fue la entonces esposa de George, la mexicana Olivia Arias (con quien se había casado en 1978) quien notó que había un extraño. Despertó al músico, este se levantó y bajó a ver lo que ocurría. Esa noche, en la víspera del año nuevo, además de su mujer y su hijo Dhani, tenía de huésped a su anciana madre, quien había viajado desde Liverpool a pasar el año nuevo con ellos.
Cuando George -de 56 años- se devolvía a su dormitorio por una galería, lo vio. Era un sujeto, luego identificado como Michael Abram, 34 años, oriundo de Liverpool y que padecía esquizofrenia paranoide. Harrison intentó ahuyentarlo con un grito: “¡Hare Krishna!”, le espetó. No sirvió de nada. “El hombre subió la amplia escalera corriendo, con la clara intención de matarlo”, detalla Norman. “Tras un breve forcejeo, cayeron sobre una pila de cojines de meditación. Su agresor se le echó encima y le apuñaló varias veces en la parte superior del cuerpo”.
Fue entonces que apareció Olivia, alertada por el ruido de la pelea. No estuvo dispuesta a ver como George se desangraba y decidió actuar. “Tomó el arma que tenía más a mano, un atizador con mango de latón, y lo utilizó para defender a George de su atacante. Cuando eso no surtió efecto, optó por una lámpara de pie: le dio la vuelta y usó la pesada base para golpearlo”. Así, Abram quedó aturdido, lo que dio tiempo para llamar a la policía, quienes en menos de 15 minutos estuvieron en el lugar y atraparon al atacante.
Mientras, el ama de llaves despertó a Dhani, el hijo de la pareja de entonces 21 años, para avisarle que algo ocurría. Llegó al lugar de los hechos cuando ya estaban los agente y Olivia le dijo que subiera a ver a su padre, pues la ambulancia aún no llegaba. Junto a un policía le hablaron para tratar de mantenerlo consciente. “En los minutos previos a la llegada de los médicos, George estuvo a punto de morir cuatro veces, pero el sonido de la voz de su hijo lo trajo de vuelta al mundo (...) recibió cuarenta puñaladas: una le había perforado un pulmón y casi había alcanzado su corazón”.
El ataque dejó secuelas. Muy poco tiempo antes, Harrison había estado en la Clínica Mayo tratándose con éxito un nódulo en el cuello que resultó ser canceroso. Pero en marzo de 2000, cuando planeaba volver a grabar un disco, un chequeo de rutina detectó que el cáncer había vuelto en sus pulmones. “No había ninguna relación médica demostrable, pero tanto su mujer como su hijo habían precibido una nueva vulnerabilidad en él desde que estuvo a punto de morir a manos de Michael Abram”. Ahí la salud de George empeoró. Buscó tratamiento con reputados especialistas, pero era tarde. El cáncer ya se le había ramificado al cerebro. Murió, rodeado de su familia, en una casa de Los Angeles de propiedad de Paul McCartney el 29 de noviembre de 2001.