Caía la tarde y solo había una cosa que hacer en el módulo en que Paul McCartney permanecía detenido en la cárcel de Kosuge; guardar estricto silencio. Corría enero de 1980, y para estupor de la prensa y la opinión pública mundial, el ex Beatle había sido detenido a su llegada al aeropuerto Narita de Tokio, tras encontrársele al interior de una chaqueta una bolsa plástica con 218 gramos de marihuana. Fue incomunicado mientras avanzaba el proceso y tras algunos días, había conocido a algunos de sus compañeros de presidio, entre estos, un enorme sujeto cuya piel tatuada delataba su pertenencia a la Yakuza, la temible mafia japonesa.
Sorprendido, el yakuza se las arregló para preguntarle a Paul por qué diablos, él, una estrella de rock, estaba allí, rodeado de criminales. Cuando lo supo, le levantó siete dedos para hacerle notar cuántos años podían caerle a la sombra. Pero McCartney no se amilanó y le dijo “No, diez”, lo que hizo estallar de la risa al yakuza. Más tarde, desde su celda este le gritó “Yesterday, por favor”. Paul, con su habitual sentido práctico, comprendió que ahí no podía hacerse de rogar.
“El guardia ordenó silencio con un grito pero no intentó hacer cumplir la orden -apunta Philip Norman, en su biografía del Beatle-. puesto que él también estaba escuchando y, respondiendo de manera instintiva incluso ante ese público tan pequeño, Paul cantó a capela tres canciones más”.
McCartney arrestado por una bolsa de marihuana
Paul McCartney, junto a su banda Wings, había arribado a Japón para una gira de 11 fechas, la que no había sido fácil negociar. “Después de meses de pacientes gestiones diplomáticas por parte de los promotores japoneses de conciertos Uno Music, el gobierno de su país había accedido a levantar la prohibición que pesaba contra Paul por su condena de 1973 por drogas, que había impedido la visita que la segunda formación de Wings tenía planeada para 1975 -detalla Norman-. Se le permitiría regresar al país antes del final de los siete años de su exclusión para realizar una gira de dos semanas con la sexta versión de Wings, que empezaría el 16 de enero”.
Como Paul no había ido a Japón en años, la expectación era grande. No se olvidaban de la caótica gira de los Beatles que los llevó por primera vez allí en 1966 y los discos de Wings se vendían muy bien en ese mercado. Era entonces una muy buena oportunidad. Eso sí, a McCartney se le hizo una advertencia; nada de llevar consigo sustancias ilícitas. Además debió firmar una declaración jurada en que confirmaba que ya no consumía cannabis, lo que no era cierto.
Pero una vez arribado al país del sol naciente, quedó claro que no había escuchado la advertencia. Apenas se registraron sus maletas, un diligente funcionario encontró la hierba en la chaqueta. Peor aún, siguió revisando y descubrió otra cantidad, más pequeña, depositada casi con indiferencia en un neceser. El agente dio aviso y se encendieron las alarmas. El Beatle fue llevado a una sala para ser interrogado, donde dejó en claro que la hierba era para su consumo personal. Tras un rato, le dejaron irse y se dirigió raudo al Hotel Okura (el mismo en que solían alojar John Lennon y Yoko Ono cuando iban a Tokio) para sacarse el viaje. Hasta eseminuto, para él, todo aquello no había sido más que un incidente menor.
Todo cambió cuando la policía llegó hasta el Hotel y sin más, McCartney fue detenido, esposado y conducido a una comisaría, ante la desesperación de Linda, su esposa, y sus hijos, quienes no comprendían por qué se llevaban a su padre. Como en Japón no existía el sistema de la libertad bajo fianza, el tribunal dispuso que a McCartney se le mantendría detenido mientras avanzaba la investigación.
“Es realmente muy tonto. La gente ciertamente es diferente aquí -declaró Linda, ante la televisión-. Se lo toman muy en serio. Paul se encuentra ahora en una especie de lugar de detención y no me han permitido verlo. Tan pronto como consiguen a alguien tan amable como Paul, ¡parece que se divierten! Nunca volveré a Japón otra vez. ¡Es mi primer viaje y el último!”.
La noticia pronto comenzó a correr entre los medios. “El ex Beatle de 37 años pasó la noche detenido en una oficina del gobierno mientras los funcionarios japoneses deciden qué medidas tomar. Los funcionarios lo citaron diciendo que había ‘traído cáñamo para fumar’”, señaló la breve nota del New York Times publicada el 17 de enero de 1980, ilustrada con una fotografía de Paul esposado.
La nota además, proyectaba lo que podía sucederle y aportaba un dato clave, las detenciones anteriores por posesión de droga que no habían resultado en penas mayores. “Si es declarado culpable de los cargos de contrabando y posesión, se enfrenta a una sentencia máxima de siete años de prisión y una multa de hasta 2.000 dólares. Había sido arrestado anteriormente por drogas, en Gran Bretaña y Suecia, lo que resultó en multas pero no encarcelamiento”.
Según Philip Norman, esas situaciones previas explican por qué Macca corrió el riesgo. “La verdad es que él siempre había corrido riesgos imprudentes con las drogas y que se había salido con la suya tantas veces que tal vez había llegado a creerse invulnerable. Y había muchas sospechas de que Linda lo animaba a ello; de hecho, después del arresto en Tokio se rumoreó que en realidad habían encontrado la sustancia en el equipaje de ella y que Paul asumió la responsabilidad”.
Un Beatle en prisión
En prisión, Macca debió permanecer en una pequeña celda de tres por cuatro metros y mantener la misma rutina que el resto de los presos. Mientras, los admiradores japoneses organizaron manifestaciones para pedir su libertad. Como sea, el músico comenzó a adaptarse a la situación con su habitual sentido práctico. “Mi instinto de supervivencia y mi sentido del humor empezaron a hacerse presentes. [Pensé]: ‘Muy bien, seré el primero en levantarme cuando se enciendan las luces, el primero con su celda limpia, el primero que se lava y se cepilla los dientes”, recordaría años más tarde.
A los pocos días comenzó a comunicarse con los presos de las celdas vecinas, gritando marcas japonesas. “¡Toyota!¡Kawasaki!”. Socializaba con los pocos que hablaban inglés, como un estudiante que estaba allí también por un cargo de drogas. Su simpatía natural y su disposición pronto lo hicieron imponerse como al alma de la sección, lo que hizo algo más llevadero todo el proceso. En el intertanto, la cancillería británica iniciaba gestiones ante las autoridades japonesas para destrabar todo el asunto y liberar a McCartney.
Solo al sexto día se le autorizó a recibir la visita de su esposa, Linda, aunque fue muy vigilada. Según Norman, ella llegó, sin sus hijos, y le entregó a Paul unos libros de bolsillo y un trozo de queso. Un encuentro que algo lo ayudó a llevar adelante todo el proceso. Como sea, la estadía en la prisión para él había resultado una experiencia muy extraña. “Lejos de una penitencia, le resultó un alivio liberarse de los innumerables símbolos y ceremonias que implicaba ser Paul McCartney”, apunta Norman.
Por fin, tras nueve días y muchas gestiones subterráneas de la cancillería británica, la justicia japonesa desestimó todo el procedimiento y se decidió liberar a Paul para deportarlo de inmediato el 25 de enero. “Las razones alegadas fueron que él lo había confesado todo, había mostrado ‘arrepentimiento’ y, con el tiempo que había pasado en prisión preventiva, ya había sufrido un ‘castigo social’”. Eso sí, hubo que compensar a la productora japonesa, Uno Music, por la gira abortada. Según Norman, la gracia costó unas 184.000 libras esterlinas.
Desde la prisión, McCartney fue conducido al aeropuerto de Narita, para abordar un vuelo de Japan Airlines rumbo a Amsterdam. “Antes de subir, a modo de recompensa por todos esos conciertos cancelados, cogió una guitarra acústica y cantó unos acordes de Yesterday; luego levantando los pulgares, se marchó”. Recién retornó diez años después, en 1990, con seis noches sold out en el Tokyo Dome.