Columna de Rodrigo González: El Club de los Vándalos: Érase una vez en las Carreteras

Johnny (Tom Hardy) y Benny (Austin Butler) son dos de los personajes principales de El Club de los Vándalos, de Jeff Nichols.

Esta estilizada película de motociclistas se sostiene con carisma y, en ese sentido, el triángulo compuesto por los actores Austin Butler, Jodie Comer y Tom Hardy es de los hallazgos más notables del cine reciente.



Las películas sobre motociclistas tienen mala fama. Varias pertenecían al cine de bajo presupuesto, sus guiones eran mínimos y los actores solían ser menos conocidos que las marcas de los vehículos que conducían. Aun así, vale recordar que un joven Jack Nicholson se curtió en al menos tres de estas producciones antes de hacerse famoso en otra de ellas (Busco mi destino, 1969) y Marlon Brando, el padre espiritual de los actores del método en EE.UU., protagonizó la primera de ellas, El salvaje (1953).

Esta película es justamente la que mira por televisión Johnny (Tom Hardy) cuando decide fundar un club de motociclistas en un suburbio de Chicago en el año 1963. Se llamará Los Vándalos y será la guarida de muchos ante los avatares de la vida, ya sean ellos padres de familia de profesión camionero como el propio Johnny, mecánicos anti-sistema en el caso de Cal (Boyd Holbrook), inmigrantes con arranques lunáticos como Zipco (Michael Shannon) o frustrados policías con apetito por comer insectos en el caso de Cockroach (Emory Cohen).

Kathy Bauer (Jodie Comer) y Benny (Austin Butler) en una escena de El Club de los Vándalos.

Todos estos son parte de la disfuncional galería de freaks que protagonizan El club de los vándalos, película en que tal vez el único real outsider es Benny (Austin Butler), un renegado de aspecto impecable y salido de otro mundo. Desde el primer minuto en que lo ve en un bar de mala muerte, Benny será el objeto del deseo de Kathy (Jodie Comer), la narradora de esta magnífica cinta de Jeff Nichols (Mud, Loving).

Creada deliberadamente en un estilo de narración que recuerda a Buenos Muchachos de Martin Scorsese (el inicio es idéntico), El club de los vándalos también se propone ser una crónica de un modo de vida estadounidense que se corrompió al ritmo de las crisis del propio país. Eso también se ve en el largometraje de Scorsese, aunque si es por crónicas al respecto habría que recurrir por enésima vez a la referencia de El padrino, de Francis Ford Coppola.

Funny Sonny (Norman Reedus) es un motociclista californiano en la película de Jeff Nichols.

La película recalca desde el inicio que se inspiró en el libro del fotógrafo Danny Lyon (interpretado aquí por Mike Faist), quien en los 60 y 70 documentó a través de entrevistas y fotos la vida, pasión y muerte de esta banda de buenos y malos muchachos. El problema, como pasa con todas las organizaciones que crecen, es que la pureza original comenzó a corromperse y degradarse. Es ahí cuando Johnny, el gran líder, y Benny, el gran rebelde, se enfrentan a la ordinaria miseria humana de quienes los rodean.

Jeff Nichols pinta una primera parte que es algo así como un gran óleo de una Norteamérica soñada para luego hacer el trabajo sucio de mostrar las alcantarillas de una banda de motoqueros co-optada por pseudo-líderes de gatillo fácil y apetito mafioso.

Johnny (Robert Hardy) es el líder de la pandilla motorizada en la película.

El arco narrativo que va de la feliz representación de Estados Unidos a una sociedad donde la violencia todo lo resuelve está muy bien logrado. Ahí hay épica. O al menos conciencia de sí mismo. Finalmente hay que reconocer que una propuesta así sólo se sostiene con carisma y, en ese sentido, el triángulo compuesto por Austin Butler, Jodie Comer y Tom Hardy es de los hallazgos más notables del cine reciente.

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