“Dos divisiones de fuerza boliviana (estarán) en Tana el 16 con 15 cañones. Adonde marche Ud. evite atacar al enemigo sin seguridad”, fue el escueto, pero elocuente telegrama que envió el presidente del Perú, general Mariano Ignacio Prado, al general Juan Buendía, al mando de las tropas peruanas en el departamento de Tarapacá. Era noviembre de 1879 y la Guerra del Pacífico se trasladó del mar hacia el desierto. A comienzos de mes, el ejército chileno había concretado un desembarco anfibio en Pisagua, separando al ejército aliado peruano-boliviano.
Buendía había logrado reunir a los dispersos de Pisagua y se había concentrado en Pozo Almonte. Pero su situación era apremiante. No contaba con los recursos para afrontar una larga campaña, y peor aún, no estaba en condiciones de recibir auxilio por el mar, tras la captura del monitor Huáscar en octubre de ese año, tras el combate de Angamos. Por ello, su situación era compleja y entre los altos mandos del ejército aliado se evaluaron las acciones a seguir.
Enterado de lo que había sucedido en Pisagua, el general Prado celebró en Tacna un consejo de guerra en que se sumó al presidente de Bolivia, el también general Hilarión Daza. Allí se acordó que se debía forzar una batalla decisiva. Por ello, se trazó un plan: una división saldría desde Tacna, avanzaría hacia el sur y atacaría a los chilenos en el cerro San Francisco, a la vez que Buendía debía subir con sus tropas desde Pozo Almonte hacia el mismo punto. Así, en un clásico movimiento de pinza, con cada división aliada atacando desde los flancos se lograría empujar al ejército chileno para obligarlo al repliegue a Pisagua y así generar las condiciones para expulsarlo de Tarapacá.
Aprobado el plan, Daza salió desde Arica el 11 de noviembre, al mando de una división de infantería y otra de caballería, además de su guardia personal, un batallón conocido como “los inmortales”, que guardaban total lealtad al caudillo boliviano. Para sus tropas había llegado el momento de entrar en acción, al llevar meses acantonados en Tacna. Eufóricos, se trasladaron en tren hasta Arica para luego seguir en una marcha a pie, hacia el sur, para enlazar con Buendía (quien ya había recibido el telegrama de Prado anunciándole la llegada de los bolivianos) y atacar juntos al ejército chileno en Tarapacá.
En el papel, el plan parecía sensato, pero las cosas se comenzaron a complicar. “Prado, conocedor del terreno desértico, aconsejó a Daza que hiciese marchar a su gente en el desierto de noche o en las horas frescas del amanecer o atardecer. Daza respondió ‘que estaba acostumbrado a conducir tropas y que el soldado boliviano podía caminar jornadas enteras, bajo cualesquiera condiciones, sin fatiga alguna’”, detalla Pablo Rodrigo Quiroz en su artículo Narrativa de una traición: relectura de lo sucedido en Camarones durante la Guerra del Pacífico.
Hilarión Daza y la traición de Bolivia a Perú
Decidido a demostrar que estaba en lo cierto, Daza quiso hacer las cosas a su modo. Pero la dura marcha por el desierto probó ser un reto formidable para su tropa. “Desde un inició se notó la improvisación, ya que no hubo la respectiva revista de armas: no todos estaban equipados, y muchos no sabían manejar un fusil. Pese a las reiteradas recomendaciones del General Prado de salir de madrugada, salieron a las 9 de la mañana. Incluso, el General Prado hizo notar varias veces la inconveniencia de que los soldados llevasen vino en vez de agua en sus cantimploras, detalle que Daza pasó por alto”, apunta Quiroz.
Pese a todo, el ejército de Daza logro llegar hasta la quebrada de Camarones el 14 de noviembre. Desde allí despachó un urgente telegrama a Prado, en que no se anduvo con rodeos. “Desierto abruma. Ejército se resiste a continuar. No hay víveres”, señaló. El presidente del Perú le respondió con un telegrama igualmente insólito. “Recibido parte del ejército; mañana estará en Agua Santa donde probablemente se dará batalla. Sea cual fuere el éxito del combate, ya que el ejército de Camarones no puede avanzar, creo conveniente, si a usted le parece, que comience a regresar a la mayor brevedad”.
Mientras, los movimientos de Daza ya habían sido detectados. El cuartel general chileno en la localidad de Dolores recibió despachos por telégrafo en que se informaba el avance del presidente boliviano junto a su división. De inmediato fue enviado la localidad de Tara el comandante José Francisco Vergara, al frente de una compañía de cazadores a caballo para efectuar un reconocimiento, ante lo que creían, un inminente ataque por el flanco norte.
“Por conductos perfectamente autorizados sabe el Gobierno que es efectivo que el General Daza ha salido de Tacna con su ejército. Se han tomado todas las medidas necesarias para evitar que pueda unirse con el ejército de Iquique”, se informaba en una escueta nota publicada en esos días en el Boletín de la Guerra del Pacífico, en la capital.
En Camarones, Daza decidió dejar a su tropa y efectuar una avanzada para explorar la zona. Se hizo acompañar por una división de 140 hombres, entre algunos efectivos de su guardia personal y la caballería. Al llegar fueron avistados por la columna que dirigía Vergara. Este iba con 110 hombres, pero no le faltaba audacia y pensó en atacar. Se contuvo cuando divisó una polvareda a lo lejos y pensó que era la artillería de un ejército en marcha. Ante el riesgo de verse envuelto, decidió retirarse. Lo que no supo Vergara, es que esa polvareda, en realidad, era levantada por mulas cargadas con odres de agua.
Avistada a la caballería chilena y sin divisar a Buendía, Daza decidió devolverse a Camarones. Allí ocurrió una situación que genera controversia hasta hoy: ordenó contramarchar de regreso a Arica, lo que significaba dejar abandonado a Buendía con sus maltrechas tropas en el sur. Hay varias interpretaciones para lo sucedido. En su clásico Guerra del Pacífico, Gonzalo Bulnes ensaya la más repetida hasta ahora; la necesidad de Daza de no exponer a su ejército y a su guardia personal, que era el sostén de su poder político y militar.
“Lo mas probable es lo que escribió el jeneral don Juan José Pérez, el futuro Jefe de Estado Mayor del Ejército boliviano que cayó dignamente en la batalla de Tacna. Refiere Pérez que el Secretario General del Dictador sugirió a Daza el temor de que en la campaña sucumbiesen los Colorados, y que si tal ocurría, sus enemigos levantarían la cabeza y su autoridad desapareceria”, apunta Bulnes. Sin embargo, a este se le escapaba un detalle: Pérez era un opositor de Daza y había sido removido por este de su mando en la Legión Boliviana.
Como sea, en Bolivia eran comunes las revueltas y los golpes de estado entre caudillos de diferentes zonas del país, de hecho el mismo Daza había llegado a la presidencia de Bolivia tras deponer a Tomás Frías Ametller. La inestabilidad política era algo común en el altiplano. “Ni el general Prado ni el general Daza, presidentes de esos dos países pueden tener confianza abstracta en sus subordinados (...) Los motivos y revoluciones demasiado frecuentes en Bolivia hacen innecesario el conocimiento de los nombres de aquellos que pretendan sustituir al general Daza”, apuntaba un artículo titulado La guerra del Perú y Bolivia contra Chile, publicado en el diario Globo, de Madrid en junio de 1879.
Mientras, en el campamento chileno se confirmó rápidamente la retirada de Hilarión Daza, lo que despejaba toda posibilidad de ataque aliado por dos frentes, el que se concentraría solo en la fuerza de Buendía que finalmente fue vencida en Dolores días después. “Por informes fidedignos se sabe que el jeneral Daza habia llegado hasta quebrada Tana con una escolta. Habia hecho regresar por falta de agua, al ejército con que salió de Arica el 10 del presente, cuyo número se estima en 8,500 hombres”, señaló el ministro de Guerra en campaña, Rafael Sotomayor, en un informe
Daza regresó hasta Arica donde se enteró de movimientos en su contra. Fue depuesto del poder y emigró a Europa. Tiempo después, acusado de traición a la patria, intentó regresar a Bolivia para defenderse, ya sin un peso en los bolsillos, pero sería asesinado cuando esperaba en Uyuni el tren hacia La Paz, en 1894. Pero esa es otra historia.