Entre el campo y Ñuñoa: el hallazgo de las fotografías inéditas de Víctor Jara
Hernán Quintana, astrofísico y profesor emérito de la UC, conoció al legendario cantautor. Entre 1967 y 1968 tuvo la oportunidad de hacerle varias fotografías; en su propia casa, durante un viaje a Lonquén y en la Casa de la Cultura de Ñuñoa, donde trabajaba Jara. Las fotografías pasaron años archivadas sin publicarse, hasta ahora, que Quintana ha firmado un convenio de donación con la universidad para entregar 216 negativos en blanco y negro, los que serán resguardados en el Archivo de la Escena Teatral, de la Facultad de Artes. Acá la historia tras esas imágenes, un tesoro de la cultura chilena.
“Hernán, ven conmigo a Lonquén”, le dijo el siempre sonriente Víctor Jara al joven Hernán Quintana una tarde perdida en la segunda mitad de 1967. Eran los días de la “revolución en libertad” de Frei Montalva, la Guerra de Vietnam y el apogeo del hipismo y la contracultura en el mundo occidental. Pero Jara, un prometedor hombre de teatro que acababa de debutar como cantautor, nada más quería darse una vuelta por las tierras en que se crió.
“Me invitó en su citroneta a ir a conocer el pueblo de Lonquén, que es donde él había sido criado”, recuerda Quintana, al teléfono con Culto. Antes de subir al automóvil, Quintana empacó su cámara fotográfica, una Nikkormat de Nikon. Y esa tarde acompañó a Jara a recorrer el pueblo. Mientras, fue disparando con la cámara. Aquella fue la primera de tres sesiones que hizo junto al legendario artista chileno, aunque de esa sesión, el objetivo era otro. “En esa sesión en Lonquén, él no aparece mucho, porque la idea era tomar fotos de la gente de Lonquén, del pueblo”.
Lonquén es un punto clave en la historia de Víctor Jara. “Ahí se forjaron todas sus memorias de infancia ligado a lo campesino. Él fue a la escuela y aprendió a leer en Lonquén. Y su madre, porque su padre ya no estaba, desempeñaba un trabajo muy lindo. Ella firmó el contrato de inquilinaje, era una mujer muy fuerte y repartía leche. Además era cantora popular y tocaba la guitarra. Por lo tanto, todos los ritos entran en la mente de Víctor en este tiempo”, apunta la gestora cultural María de la Luz Hurtado.
Además de las fotografías de Lonquén, cargadas de mundo campesino, Quintana retrató a Jara en otras dos ocasiones; en su propia casa, para una sesión más posada, y durante una tarde en la Casa de la Cultura de Ñuñoa, donde el hombre de El Cigarrito trabajaba como profesor en talleres. Así, fue acumulando una ingente cantidad de material fotográfico, gran parte del mismo inédito hasta ahora. A fines de mayo se firmó el convenio de donación, que entrega la colección de Quintana a la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Se trata de un acervo de 216 negativos en blanco y negro, los que serán resguardados en el Archivo de la Escena Teatral, ubicado en el Archivo de la Facultad de Artes, Campus Oriente de la UC. Quintana, profesor emérito de la casa de estudios y reputado astrofísico, no se había animado a entregar el material, pero fue por el consejo de un amigo, cuando decidió hacer algo más. “Yo había ampliado algunas de esas fotos, las tenía en mi casa. Un colega astrofísico se interesó y quiso saber cuándo yo la había tomado. Le expliqué: ‘mira, esto fue en el año 67, cuando fuimos a Lonquén’. Ahí me dijo: ‘oye, pero tienes todas estas fotos, tienes que ver forma de que se mantengan, se guarden y se puedan exhibir”, cuenta.
Fue así que un conjunto de seis fotos se reveló en septiembre del año pasado, para un articulo en la revista universitaria de la UC, a tono con el medio siglo del asesinato del cantautor. Ahí entró en escena María de la Luz Hurtado, directora del Archivo de la Escena Teatral de la Escuela de Teatro de Universidad Católica, quien finalmente fue la gestora de la donación. “Nosotros siempre estamos muy alertas en ir descubriendo materiales, sobre todo iconográficos, digamos, con imagen o audiovisuales o diseños que puedan ilustrar o dar cuenta de lo que ha sido el teatro chileno a través de las épocas. Y habíamos buscado nuestro propio archivo, teníamos fotos muy buenas de René Convo, pero eran retratos en estudio. También habíamos trabajado con las fotos de Luis Poirot”, explica a Culto.
Fue entonces que el rector de la UC, Ignacio Sánchez, le comentó a Hurtado la existencia del material tomado por Hernán Quintana. “Él tenía este material que nunca había compartido con nadie y estaba en las más perfectas condiciones -dice la gestora-. Yo creo que ahí se revela la cualidad de científico de Hernán, porque estaba guardas de manera muy impecable, tenía un cuaderno donde iba anotando los códigos, era un lujo. Entonces, eso facilitó mucho. Porque estaban en este tan buen estado, las digitalizamos al más alto nivel, que nuestro estándar, digamos, para poder valorar la cualidad artística y los detalles de la foto. Me junté varias veces con Hernán, íbamos mirando las imágenes y él nos iba contando la historia de esas imágenes. Y yo paralelamente también investigué en qué estaba Víctor en ese tiempo, e hice una valoración artística del material”.
Un lazo en Lonquén
El vínculo de Hernán Quintana, y Víctor Jara, plasmado en el lente de su Nikkormat, se dio de casualidad. Se conocieron en el Instituto Chileno-Británico de Cultura. “Él estaba pensando en hacer una estadía de intercambio en Inglaterra y yo estaba terminando mi estudios universitarios para ir a hacer un doctorado, en Inglaterra también, en Cambridge. Entonces, en ese curso avanzado nos hicimos amigos y él se interesó en mi hobby, la fotografía. Pero más o menos unos meses después que hice la primera foto con él, empecé a trabajar para la revista Paula, ahí estuve casi un año”, recuerda el profesor emérito de la UC.
Ahí fue cuando surgió la chance de hacer el viaje a Lonquén. Luego vinieron las otras dos instancias. “Hicimos otras en mi casa, también en el año 67′. Él quería una foto, la tomamos ahí, fue algo muy sencillo yo no tenía estudio fotográfico ni laboratorio. Y la tercera sesión fue el año siguiente, el 68′, después que él volvió de Inglaterra, de su estadía. Nos reencontramos y nos juntamos en la Casa de la Cultura de Ñuñoa, donde él era director, guiaba un ballet folclórico. Y así, mientras él trabajaba en el ballet, guiaba un poco, salíamos al parque que hay ahí en la Casa de la Cultura y sacamos fotos durante toda la tarde”.
De esa sesión en la Casa de la Cultura de Ñuñoa es la fotografía principal que ilustra esta nota. Víctor Jara, luciendo una camisa de clara inspiración psicodélica, con un coqueto pañuelo al cuello, mientas toca absorto la guitarra. “Él quería una foto que le sirviera eventualmente para un disco, cosas así. Esas dos cosas estaban en la mente. Yo quería ayudarlo, así que le tomé muchas fotos tratando que salieran bien. No fue ningún trabajo remunerado por mi parte, porque le estaba haciendo fotos a un amigo”.
Quintana recuerda que algo del material suyo se publicó en la época. “Él usó alguna de esas, por lo que entiendo. De las que yo conozco son como unas seis fotos, dos que salieron en la revista Paula, en una entrevista que le hizo la periodista Malú Sierra en 1971, y otras cuatro, en la carátula de un disco. No recuerdo cuál es, pero lo tengo por ahí guardado en alguna parte”.
En 1967, Víctor Jara aún alternaba su trabajo como hombre de teatro, con actuaciones en pequeños lugares donde comenzaba a desplegar su primer material como cantautor; su primer LP homónimo, de hecho, de publicó ese año. En esos días ya era un habitual en la Peña de los Parra y comenzaba su trabajo de investigación y recopilación folclórica, el que ya había llevado al teatro, por ejemplo, en la obra La Remolienda. Según María de la Luz Hurtado, eso explica el viaje que decidió hacer a Lonquén junto a Quintana.
“Él va a recuperar su infancia, sus memorias, su necesidad de ligarse al campo. El año 65, él estrena la obra de Alejandro Sieveking, La Remolienda, y que ocurre en el campo. Ganó un premio de director por esa obra, lo que le permitió ir a Londres -explica la gestora-. Pero en el año 67′, él hace una gira con La Remolienda a Punta Arenas y además hace una adaptación para mostrarla en la cárcel pública de Santiago. También la dirige para la televisión, en Canal 9. Entonces, él está con toda esa atmósfera campesina muy intensa”.
Hurtado cree que fue en ese viaje a Lonquén donde se originó El Lazo, una de las composiciones claves de Jara en su primera etapa como cantautor. “Cuando el sol se inclinaba, lo encontré/en un rancho sombrío, de Lonquén/en un rancho de pobres,lo encontré”, canta. Una canción social, pero con ritmo de tonada campesina. “Justamente el año 67′, compone tanto la letra como la música de la obra El Lazo, que justamente menciona a Lonquén. Cuando fue con Hernán, quien tomó fotos de la gente de los oficios, se encontró con este hombre que hacía los lazos. Y en las fotos se ve el atardecer, los árboles y los perros, con el sol de costado. Entonces, yo tengo la hipótesis de que él escribió esta obra, tras este reencuentro con su infancia”.
Las fotos se encuentran en una etapa de digitalización. Ya se han conocido unas cuentas, pero todavía resta por trabajar el grueso del material. “La idea mía es que primero hagamos un libro o una exposición, y una vez que ya uno hace un trabajo como más creativo con las fotos, ahí ya se ponen a disposición pública”, apunta María de la Luz Hurtado. Además, asegura que hay más fotografías de Hernán Quintana tomadas en la época. “Él había tomado fotos de un conjunto folclórico en la Casa de la Cultura, que lo dirigía Víctor. Son 36 fotos”.
Para Quintana, volver a ver a Víctor Jara, en el negativo y en la foto revelada, desata los recuerdos de su personalidad. “Era muy simpático, buena persona, muy amable. Nunca tuvimos ningún problema. Entusiasta, alguien fácil de llevar. Eran días anteriores a cuando él se hizo más conocido como director de los Quilapayún, y ya con la elección de Allende entró en el laboraje de la política”.
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