“Cien mil personas presenciaron la inauguración de la XI Olimpíada”, tituló La Nación, en su nota publicada el domingo 2 de agosto de 1936, con motivo de la apertura de los Juegos Olímpicos de Berlín, que contó con la presencia del dictador alemán, Adolf Hitler, quien pronunció un breve discurso. El Führer era una figura conocida y la nota del cable internacional detallaba algunos apuntes sobre su participación en aquella jornada. “El canciller Hitler, en una ceremonia pintoresca, marchó entre las filas de atletas reunidos fuera del estadio, después de lo cual se verificó el desfile de las 52 naciones participantes hacia el interior del estadio, en donde se dio comienzo, simultáneamente, al izamiento de las banderas nacionales respectivas”.
Luego comenzó el tradicional desfile frente a las autoridades. “Las delegaciones pasaron frente al palco que ocupaba Hitler, saludándolo, y este respondía a cada una de ellas”, detalla la nota de La Nación.
Pero el matutino también dejaba espacio para la información deportiva; destacaba la pintoresca participación de Japón y China en la competencia de fútbol, y proyectaba algunos posibles resultados. “Jesse Owens y sus compañeros darán a Estados Unidos dos grandes y sorprendentes victorias en las carreras cortas de velocidad”.
Pese a la imagen imponente que el régimen nazi buscó proyectar al mundo, los Juegos OIímpicos de ese año estuvieron cruzados por la tensión internacional. Solo unas semanas antes, el 17 de julio, España vivió el golpe contra el gobierno de la Segunda República, el que dio inicio a la Guerra Civil. De hecho, en su portada de ese domingo 2 de agosto, La Nación llevaba las últimas novedades del conflicto; el anuncio del ataque a Madrid (que no prosperó) desde la radio del cuartel rebelde en Burgos, a la fuerte presencia de las milicias anarquistas y comunistas en Barcelona, entre otras.
Los Juegos Olímpicos que Hitler no quería
No estaba convencido. En principio la idea de organizar los Juegos Olímpicos no le agradaba a Hitler, principalmente porque fue un proyecto que heredó desde el gobierno de la República de Weimar y consideraba que le consumiría parte de los recursos que deseaba destinar al rearme alemán. “Cuando en mayo de 1931 el Comité Olímpico Internacional determinó que Berlín sería la sede de los Juegos de 1936, con 43 votos a su favor frente a 16 votos para Barcelona, el partido nacionalsocialista alemán todavía no había alcanzado el poder. Pero llegó a él dos años después, hecho que levantó voces contrarias a su designación como sede olímpica”, detalla el libro Los Juegos Olímpicos de François Laforge
Con las primeras voces criticas a la posibilidad de que el nazismo organizara los juegos, fue el empuje del ministro para la Ilustración Pública y Propaganda, el inefable Joseph Goebbels, quien terminó de convencer al Führer; serían una forma de acallar las criticas internacionales, permitiría mostrar al mundo los avances del régimen y por supuesto, demostrar la superioridad de la raza aria.
De hecho, las leyes segregacionistas impulsadas por el nazismo, ya habían generado un impacto en el deporte alemán. “En abril de 1933, se instituyó una política de ‘Sólo arios’ en todas las organizaciones deportivas alemanas. Los atletas “no arios” - judíos o medio judíos y romaníes (gitanos) - eran sistemáticamente excluidos de las instalaciones y asociaciones deportivas alemanas”, detalla la Enciclopedia del Holocausto.
Por ello, comenzó a tomar fuerza una idea ¿y si se boicoteaba a los Juegos Olímpicos de Berlín? así, en todo el orbe surgieron movimientos que llamaban a los atletas a no asistir. Incluso eso llegó a Estados Unidos, gobernado por Franklin D. Roosevelt, pero éste finalmente no accedió y envió a la delegación estadounidense, como se había previsto. Además, el Comité Olímpico Internacional, no quiso saber nada y mantuvo la sede de Berlín, pese a las críticas. “Pierre de Coubertin, por aquel entonces presidente honorífico del COI y cuyo trato con la Alemania nazi fue siempre cuestionado, quería que aquellos Juegos se celebraran; como consecuencia de ello, sirvieron de tribuna ideológica”, apunta Laforge.
Con el tiempo en contra, en abril de 1936, la Conferencia Internacional para el Respeto al Ideal Olímpico, celebrada en abril en París, propuso una idea: levantar unas olimpiadas alternativas, sostenida por los gobiernos de los Frentes Populares, presentes en Francia y en España, además de algún apoyo desde la URSS. Una idea propia de la polarizada Europa de entonces, que se debatía entre socialismo y fascismo, ante la crisis de las democracias liberales tras la Gran Depresión.
Diligente, el gobierno catalán ofreció Barcelona como sede, en medio de un profundo conflicto social que sacudía a España y terminaría estallando en la Guerra Civil. Fue así que en tres meses se organizó la Olimpíada Popular, la que contaría con atletas judíos exiliados y competidores de distintas naciones e incluso de naciones sin estado. “El primer evento deportivo de los juegos sería la carrera de relevos de 10x100 metros, una carrera de relevos de 10 personas diseñada para recompensar a los países por elevar la forma física de sus trabajadores en lugar de celebrar el talento individual. Las mujeres también competirían, con más oportunidades para demostrar sus habilidades de las que permitía el Comité Olímpico Internacional en Berlín”, detalla National Geographic.
Mientras, Joseph Goebbels tomó nota de los movimientos internacionales y convenció a Hitler de que había que mostrar una cierta moderación. “Se retiraron temporalmente la mayoría de los letreros antisemitas y los periódicos moderaron su dura retórica. De esta manera, el régimen aprovechó los Juegos Olímpicos para presentar a los espectadores y periodistas extranjeros una falsa imagen de una Alemania pacífica y tolerante”, detalla misma Enciclopedia.
Incluso se hizo una excepción para incluir algunos atletas de origen judío en el equipo alemán. “Permitieron que la esgrimista alemana de origen judío Helene Mayer representara a Alemania en los Juegos Olímpicos de Berlín. Se alzó con la medalla de plata en esgrima individual femenino y, como todos los demás medallistas alemanes, realizó el saludo nazi en el podio”, detalla el mismo sitio.
Así, cuando los nazis ajustaban los últimos preparativos para su Juegos, los primeros atletas arribaron a Barcelona para competir en la Olimpíada Popular. Pero esta no se realizó. Los deportistas se encontraron justo con el inicio de la sublevación del bando nacionalista. “Desde las ventanas de su hotel, los atletas observaron a hombres y mujeres arrancando los adoquines y llenando bolsas de arena para construir barricadas. El ejército golpista enseguida entró en la ciudad decidido a derrocar al Gobierno republicano”, detalla National Geographic.
Incluso hubo atletas que decidieron salir de sus alojamientos para tomar un arma y sumarse a los combates. “Charlie Burley, campeón de boxeo nacional de Pittsburgh, salió con sus compañeros en cuanto pararon los disparos y se hizo con una pala para reforzar las barricadas. Se les unieron alemanes e italianos exiliados, que sabían que la única forma de volver a casa era derrotar el fascismo, primero en España y después en Berlín y Roma”, apunta National Geographic. Muchos deportistas decidieron marcharse esa misma semana, comprendiendo que ya había posibilidad de realizar ninguna Olimpíada. Lamentaron una muerte, la de un atleta francés que cayó en el enfrentamiento. Sería de las primeras víctimas extranjeras que cayeron en el suelo español.
Jesse Owens, la leyenda del atletismo que humilló a Hitler
Volviendo a las Olimpíadas de Berlín, entre el 2 y el 3 de agosto, el estadounidense Jesse Owens, quien ya era una celebridad deportiva, respondió al favoritismo y dejó en claro en la pista todo su potencial. En la primera eliminatoria de los 100 metros planos igualó el récord mundial olímpico (10,3′) y luego en la ronda de cuartos de finales, batió esa marca. “Owens, el formidable negro de la Universidad de Ohio, parece que será la figura máxima del campeonato”, aseguraba la nota de La Nación.
El oriundo de Alabama se impuso al día siguiente en la final de los 100 metros planos y además mostró toda su capacidad en el salto largo, donde superó el récord olímpico vigente. Poco antes, durante la competencia del lanzamiento del martillo, Hitler arribó al estadio y se ubicó en el palco preferencial. “Durante esta prueba el canciller Hitler llegó en una silla especial, siendo saludado estruendosamente por la multitud. Durante el desarrollo de las pruebas de la tarde, cayeron algunos chubascos”, señala La Nación, recogiendo el cable internacional.
Desde su puesto el Führer, fue testigo del formidable desempeño de Owens, y tal como cuenta la historia, no bajó a saludarlo. “Con la victoria obtenida en salto de longitud desbancó del primer lugar al saltador alemán Carl Ludwig Long, lo cual enfureció a Hitler, que se marchó del estadio para no tener que entregar la cuarta medalla de oro a Owens”, señala Laforge. En total, el atleta afroamericano ganó cuatro medallas de oro (100 y 200 metros planos, relevos 4×100 y salto largo).
En el primer día de competencia, el 2 de agosto, estaba en agenda el debut de Chile, pero no sucedió según lo previsto. “El chileno Miguel Castro y el peruano Marcenero se retiraron de la carrera de 800 metros planos poco antes de que se realizase la primera eliminatoria”, detalló La Nación. Mejor suerte corrió el lanzador de martillo, Antonio Barticevic, quien logró clasificar a la final de la especialidad pero no logró entrar en el medallero.
¿El único chileno con una chance real de medalla según la prensa? el maratonista Juan Acosta. Pero por una desgracia llegó muy disminuido a la carrera, por lo que incluso se corrió el rumor de un eventual retiro de la prueba. “Interrogado por el corresponsal de la United Press, Acosta negó enfáticamente que se pensara retirar de esta prueba por los furúnculos que le habían salido en las piernas. Agregó, con vehemencia: ‘Correré aún cuando supiera que la carrera me costara Ia vida por defender los colores de mi Patria’”, publicó La Nación. Y efectivamente, salió a correr, pero no finalizó.
La delegación criolla había partido desde la Estación Mapocho el lunes 22 de junio. Ese mismo día, antes de viajar, habían sido recibidos por el Presidente Arturo Alessandri Palma en La Moneda, acompañado por los ministros de Hacienda y Educación (Gustavo Ross Santa María y Francisco Garcés Gana, respectivamente). El Team Chile de la época, de 40 deportistas, estaba inscrito para competir en ocho disciplinas: atletismo (varones y damas), yachting (vela), básquetbol, box, ciclismo, natación, tiro al blanco y esgrima.
El grupo incluía a la primera mujer chilena que corrió en una olimpíada, la atleta Raquel Martínez, quien compitió en los 100 metros planos, aunque remató última de su serie. “La señorita Martínez salió atrasada y perdió terreno a medida que continuaba la carrera llegando 10 metros detrás de la ganadora, la alemana Fraulein Dollnnger (sic)”, detalló La Nación.
Para costear el periplo hasta Berlín de la delegación chilena, se destinaron 300.000 pesos de la época, según informó La Nación. Sin embargo, conseguir el dinero fue una tarea que requirió mucha voluntad; el senado había postergado en ocho días el mensaje presidencial que destinaba los fondos, pero con esa decisión, la delegación no hubiese podido viajar, ya que quedaba fuera del plazo de inscripción para los juegos (que vencía el 20 de junio). Y peor aún, se perdían las combinaciones de vapores que permitían llegar hasta Alemania a tiempo.
Por ello hubo que hacer malabares entre los pasillos de La Moneda y el Congreso . “Fue necesario que el Comité Olímpico Nacional hiciera valer este, apremio a S. E. el Presidente de la República y los Ministros de Hacienda y de Educación Pública, quienes, compenetrados de la gravedad de tal situación y comprendiendo todos los afanes gastados por las directivas del deporte, a fin de hacerse representar en la gran jornada mundial de Berlín, ofrecieron su garantía personal para obtener el anticipo de los fondos”, detalló La Nación. Pero de poco sirvió; el team criollo terminó su participación sin conseguir medallas.