La última vez de Los Jaivas
La banda lanza por primera vez en vinilo el álbum conocido como La Bota, el que resume su acontecida gira de 1988 por Chile. La misma que marcó el último momento del baterista Gabriel Parra sobre los escenarios. Además, alistan la entrega de todo su patrimonio material a la Universidad Católica para a futuro levantar un museo.
Quizás no figura entre los mejores conciertos en la historia de Los Jaivas. “No tengo gratos recuerdos de ese show”, sincera Francisco Bosco, hoy integrante de la banda, pero el 25 de marzo de 1988 uno de los miles de espectadores que rebalsaron el recital que ofrecieron en el Estadio Santa Laura como parte de su gira de retorno.
“En medio de una tensa atmósfera, motivada por el grito de consignas políticas y por el comportamiento poco ubicado de un grupo de jóvenes, debieron actuar Los Jaivas ante un Estadio Santa Laura totalmente copado. Esto hizo que los músicos no rindieran al máximo de lo que son capaces, a pesar de que lograron entusiasmar al público. El recital tuvo una corta interrupción cuando desalmados comenzaron a destrozar la cancha de fútbol”, reseñaba en su edición del día posterior el diario La Tercera.
Tanta excitación respondía a la euforia que había generado la vuelta del conjunto luego de cinco años, por esos días aún residiendo en Francia y con una última vez inscrita en 1983, cuando pasaron por el Teatro Caupolicán y el Festival de Viña del Mar. Había transcurrido demasiado tiempo. Además, su convocatoria multitudinaria funcionaba como una suerte de prólogo de las manifestaciones que marcarían toda esa temporada, a las puertas del plebiscito del Sí y el No que definiría el destino del país.
El caos, el desorden y las fallas en la organización también eran el resultado de una escena local poco habituada a los eventos de magnitud mayúscula, en grandes estadios y con registros que superaban las 20 mil personas. Hasta hoy son varios los que declaran conservar intacta su entrada para la cita en el Santa Laura, sin que nadie se las haya cortado o revisado, ya que el personal fue absolutamente sobrepasado por la multitud.
Pero lo que para el resto fue un torbellino, para Los Jaivas con el tiempo se convirtió en algo mucho más íntimo. Esa serie de conciertos significaron la última vez que estuvieron con el baterista Gabriel Parra en un escenario. En rigor, esas presentaciones de marzo y abril de 1988 que se inauguraron en el recinto de la comuna de Independencia serían las últimas del elenco original que dio historia y leyenda a la agrupación. El percusionista moriría sólo día después del final del tour, el 15 de abril de 1988 en un accidente automovilístico en Perú.
Por eso, su hija y su reemplazo en el puesto, Juanita Parra, hoy lo define de otra manera: “Esa fue la gira que cambió para siempre nuestras vidas”.
Los entusiastas
No estaba en los cálculos de los viñamarinos realizar un periplo nacional durante ese año. Un poco antes, a fines de 1987, otro de sus fundadores, el pianista Claudio Parra, había viajado a Chile para visitar a su familia. Mientras caminaba por la calle, un grupo de jóvenes lo reconoció y le lanzó una propuesta temeraria: eran dueños de una productora que recién caminaba en el mercado y querían impulsarse a lo grande organizando la gira de regreso de Los Jaivas. Aunque el músico olió más entusiasmo que capacidad organizativa, les dio una respuesta que alimentó las ilusiones: le gustaba el plan, pero debía conversarlo en Francia -donde vivían desde 1977- con sus compañeros de grupo.
“Eran unos jóvenes emprendedores que les gustaba la música y estaban conectados con el ambiente del rock, aunque producían shows a menor escala. Me invitaron a su oficina y me parecieron que eran sangre nueva, sin los vicios de siempre, con harta energía y conocedores de la música. A través de correos y teléfonos nos empezamos a poner de acuerdo”, relata Parra.
El instrumentista volvió a París en enero de 1988 y le comentó la oferta a sus camaradas. Aceptaron de inmediato. Con el objetivo en mente, iniciaron una gira por Suecia en pleno invierno nórdico, por lo que aprovecharon para arrendar una casa en las afueras de Estocolmo para ensayar con miras a las fechas chilenas. Parra sigue: “Nos conseguimos una casa, pusimos todos los instrumentos y ahí preparamos la gira. Estaba todo nevado, todo blanco alrededor. Fue muy especial”.
Con el repertorio ya aceitado, la agrupación arribó a Santiago en dos tandas. El lunes 21 de marzo de 1988 lo hicieron Gabriel y Claudio Parra, mientras que el miércoles 23 del mismo mes fue el turno del tecladista Eduardo Parra, el cantante Eduardo “Gato” Alquinta y el bajista Fernando Flores, recién incluido al conjunto en reemplazo del histórico Mario Mutis, quien había renunciado tres años antes. En el staff también aparecía la propia Juanita Parra, entonces de 17 años y encargada de la iluminación de los conciertos, un rol que empezó a desempeñar en Europa desde que tenía 15.
“Yo me sentía muy empoderada por venir en ese lugar y en las fotos se me ve muy seria, porque me tomaba con mucho profesionalismo mi función. Para mí fue impresionante que se me permitiera hacer esto y no se me cuestionara mi género. Me siento muy agradecida de ese voto de confianza que me dieron siendo tan chica”, rememora Juanita Parra.
En ese mismo aspecto técnico, Los Jaivas sabían que Chile era una industria aún embrionaria. Por eso, todo lo que se ocupó en la gira lo trajeron directamente desde Francia. El desafío mayor era el escenario que se ensamblaría en el Santa Laura: un gigantesco montaje diseñado por Gabriel Parra y que semejaba una jaiba, con una tarima al centro y dos pasarelas laterales como si se tratara de sus patas. La idea era que los músicos aparecieran desde los camarines caminando por la cancha -que no estaría ocupada por el público- y luego remataran en esas largas pasarelas, cantando a través de micrófonos inalámbricos que en Chile prácticamente no se conocían. Un llamado a la fiesta, una celebración de la libertad.
Nada de eso resultó.
Entre lumas y patadas
Francisco Bosco tenía 18 años y se declaraba un devoto del lenguaje creativo del quinteto. El día anterior al espectáculo del 25 de marzo en el reducto de Unión Española, fue hasta el mismo lugar para colarse en la prueba de sonido. Lo logró y no sólo conoció en plena cancha a sus ídolos, sino que también tejió una incipiente amistad con Ankatu y Eloy Alquinta, los hijos de “Gato”. Con ellos mismos, a mediados de los 90, formaría el grupo Huaika. Tiempo después, en 2004, pasaría a integrar Los Jaivas, papel que mantiene hasta hoy en saxo y flautas.
“Yo era súper busquilla y quería estar con los músicos no más. Era algo súper inocente. Nunca me imaginé en esa época que después tocaría con ellos. Además, era el primer gran concierto que se hacía en Chile, no había ninguna posibilidad de ver algo tan grandilocuente, salvo Los Jaivas, era la única alternativa de acercarse a algo internacional”, expresa Bosco.
Al día siguiente, el joven se acercó como un espectador más al show y vivió en carne propia la vorágine que estalló en la previa: “Fue todo muy difícil. Yo entré con un lumazo en la espalda y una patada en la raja. Los carabineros hicieron un callejón oscuro para que entrara todo el mundo y nos hicieron ingresar a golpes. La gente se agolpó en los accesos y tuvieron que abrirlos para que pudieran ingresar todas las personas que estaban en el tumulto. Carabineros tiraba bombas lacrimógenas para adentro del estadio, la represión era brutal. La gente empezó a tener miedo y rompió las rejas perimetrales y todos se pasaron a cancha, donde se supone que no podías estar. Los Jaivas representaban un sentimiento libertario, era la posibilidad real de expresar lo mal que estábamos. Pero también era ingenuo, Los Jaivas tampoco iban a acabar con la dictadura”.
Claudio Parra recuerda que precisamente esa anarquía impidió que el concierto avanzara según el guión estipulado: “Se desbordó todo, la cancha fue invadida, no pudimos hacer el show que imaginábamos. Tuvimos que encerrarnos en camarines e incluso en algún momento se dudó de si el show podía llevarse a cabo”. En su poder, el pianista guarda un testimonio gráfico de ese vértigo: una fotografía de él y su hermano Eduardo en camarines, con su madre Hilda Pizarro al medio, quien parece tranquilizarlos frente al caos que se estaba desatando en el exterior.
Juanita Parra: “Gabriel después de ese show estaba muy frustrado, no era el concierto que él quería hacer. Trabajó tanto en el diseño del escenario, pero no lo pudo ejecutar. Incluso él mismo en pleno recital hizo un llamado al orden, a la gente que se desbordó”.
Eduardo Parra se suma: “Ahí se produjo lo que fue, según yo, ‘el asalto al castillo’. Una doble venta de entradas llevó a las graves consecuencias de que había dos estadios vendidos para la misma fecha y la misma hora. Podrán imaginarse el caos que se produjo en el estadio y sus inmediaciones. ¡Un estadio completo estaba afuera sin poder entrar! Existe una foto muy conocida de Gabriel con sus dos baquetas en forma de V. Esto lo hace para apaciguar los ánimos y comenzar su corta arenga donde explicó que ‘teníamos lo que nos merecíamos’, refiriéndose al inmenso desorden que reinaba en el estadio. Comenzada la música, el concierto fue apoteósico”.
Los Jaivas no sólo querían lucir esa noche un escenario de nivel mundial y una performance rotunda; también anhelaban introducir a la audiencia sus nuevos maridajes creativos. La banda estaba en plena elaboración de su álbum Si tú no estás -el que finalmente aparecería en 1989- y ya había compuesto un par de canciones para presentar en el tour y que los exhibía bajo decorados más modernos, vinculados al pop de moda y utilizando instrumentos como el sintetizador DX7. “Gato casi que se parecía a David Bowie físicamente en ese momento”, menciona Juanita para ejemplificar incluso la renovada semblanza estética de los músicos.
Quizás como una forma de relajarse, el grupo ocupaba sus ratos libres en el desaparecido hotel Carrera -donde se quedaron en su estadía en la capital- para volverse menos serios. Una tarde, y mientras alojaba en la habitación 1321, Gabriel Parra fue a tocar la puerta del bajista Fernando Flores. Lo quería invitar a una payasada que, en rigor, rasguñaba el peligro: tomar las dos trutrucas del conjunto y hacerlas sonar en dirección a La Moneda, justo en frente, para ver cómo reaccionaba la guardia militar de Augusto Pinochet. Un estridente grito de guerra a la oficialidad de uniforme.
“Estaba toda la guardia justo en frente, en la puerta. Sacamos las dos trutrucas con Gabriel, pegamos dos trutrucazos y los militares llegaron a saltar”, rememora Flores. Luego sigue “Pasaron varios minutos y pegamos otro trutrucazo. Ahí salieron varios militares y miraban para todos lados sin saber lo que estaba pasando. Por nuestro lado al menos, lo estábamos pasando súper bien”.
El buen ánimo se mantuvo en el resto del recorrido, con paradas en Chillán, Concepción, Valdivia, Temuco y Valparaíso. La estación final fueron dos fechas en el Teatro Teletón de Santiago, el 8 y 9 de abril, un doblete armado a último minuto por los debutantes productores que se encargaron de la planificación. Flores viaja hasta esos días: “Esos shows fueron más íntimos y yo les sentí extraordinarios. Tener a Gabriel en la espalda era como sentir a un volcán atrás, a un estruendo, a un rito alucinógeno. El cariño de la gente además hacía el resto. Fue una experiencia inolvidable”.
El recital del 9 de abril fue el último de Gabriel Parra en la batería de su banda de toda la vida. Sobre el final, se sentó con su hija Juanita en la escaleras del Teletón y una radio local los entrevistó a ambos. El percusionista reflexionó sobre el futuro de la agrupación y de su propia vida. Juanita aún guarda el audio de ese diálogo y ahí su padre dice: “Si tuviera que nacer de nuevo, indudablemente que no tendría ninguna duda en volver a hacer exactamente lo mismo y en hacerlo mejor aún. Y con muchas ganas de realizarlo, de recorrerlo, de descubrir ese misterio que está detrás de cada curva, descubrir qué es lo que es el futuro, qué nos depara más adelante”.
Justo seis días después, Gabriel Parra murió precisamente tras chocar en un automóvil en una curva del camino que une Lima con Nazca, hasta donde se dirigía para organizar una presentación de los hombres de Mira niñita. Desde ese momento, la existencia de Los Jaivas cambiaría para siempre. Tal como calificaba la propia Juanita, esa gira de 1988 fue el final de un capítulo para el colectivo más grande del rock chileno.
El futuro en un disco y un museo
Como reverencia a esos días, y a la figura del propio Gabriel Parra, la banda ha decidido lanzar por primera vez en formato vinilo el álbum conocido como La bota -cuyo nombre formal es Los Jaivas en vivo: gira Chile ‘88- , el que recoge grabaciones realizadas en ese periplo, aunque principalmente se centra en los espectáculos en el Teletón. Estará disponible desde este 12 de agosto en tiendas nacionales y ya se puede escuchar en plataformas digitales.
Eso sí, está lejos de ser el único plan que guardan los autores de Todos juntos para resguardar su legado. En los últimos meses, los viñamarinos han mantenido conversaciones con la Universidad Católica de Chile para entregarles todo su patrimonio material con el propósito de levantar a futuro un espacio que preserve ese contenido, desde fotografías, archivos y grabaciones, hasta vestimentas, premios o los mismos instrumentos que utilizaron a lo largo de su historia. Algo similar al lugar que se levanta consagrado a Violeta Parra en el Campus Oriente.
Claudio Parra, convertido desde un principio en el gran guardián de la herencia del quinteto, cuenta que él posee tres bodegas en Santiago, una en Viña del Mar y otra en Francia con toda clase de memorabilia de la carrera de Los Jaivas. En la residencia de algunos cercanos descansan también los instrumentos de la agrupación, como la legendaria y colosal batería Ludwig Octaplus de 12 tambores ocupada por su hermano Gabriel.
Claudio Parra cuenta al respecto: “Estamos en conversaciones, todavía no hemos firmado el acuerdo, pero vamos en ese sentido. Estamos preocupados de eso, organizando para que no se disperse el patrimonio del grupo. Entonces, esto es pensando en cuando nosotros ya no estemos. Surgió este contacto y estas conversaciones y estamos en eso, afinando los documentos que hay que firmar. Va bien encaminado. Además, el archivo que tenemos es muy grande, por lo que hay que hacer un inventario para ver qué es lo que realmente ellos pueden recibir. Pero la idea es tenerlo todo en un solo sitio”.
Ignacio Sánchez, rector de la UC, ratifica las palabras del músico: “Muy de acuerdo con Claudio Parra sobre este acercamiento. Estamos trabajando en conjunto y muy pronto a llegar a un acuerdo definitivo”.
En rigor, Los Jaivas se están preparando para la inmortalidad. Cuando su última vez sea la definitiva.
*El disco La Bota se venderá este lunes 12 de agosto en la disquería Punto Musical (Estado 46), donde a las 16.00 horas los integrantes de Los Jaivas estarán firmando el álbum para quienes lo adquieran en el lugar. La actividad forma parte del Día del vinilo.
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