Columna de Daniela Lagos: La Voz Ausente, una paradoja audiovisual
La producción protagonizada por Benjamín Vicuña es una historia fallida que podría haber sido más, pero que está destinada a ser una gota confusa dentro de un mar de posibilidades.
Desde que, hace varios años ya, las series se volvieron uno de los formatos favoritos del público y también de los más producidos por los estudios, se ha dado una y otra vez el fenómeno de historias que habrían funcionado mucho mejor en un guión cinematográfico, de entre 90 y 120 minutos, pero terminan innecesariamente extendidas por varios capítulos, llenas de relleno, con escenas aburridas y personajes enteros que no terminan de enganchar. Es raro que pase lo contrario, pero siempre hay una primera vez.
Esta semana Disney+ estrenó La voz ausente, una serie argentina de siete episodios basada en una exitosa novela de 2018, y que a pesar de ser un thriller lleno de drama y misterio, opta por capítulos de alrededor de 30 minutos, lo que suele estar más asociado a producciones cómicas. Y si bien es cierto que hoy en día los rígidos formatos de la antigua televisión pueden ser doblados a la voluntad de productores y directores, a veces con resultados brillantes, cuando una serie termina sintiéndose apretada y acelerada, se entiende menos esta decisión.
En La voz ausente, Benjamín Vicuña aparece en el papel principal como el sicoanalista Pablo Rouviot, que vuelve a Argentina luego de dos décadas y rápidamente se encuentra en medio de un gran lío. Su hermano aparece muerto, aparentemente de un suicidio, pero empiezan a suceder otras cosas que lo hacen dudar de esto, por lo que termina colaborando con la investigación policial, llevada por la oficial de policía Cecilia Bermúdez (Gimena Accardi).
Esa es la base de una historia llena de tramas secundarias, hilos que viajan entre el presente y el pasado, personajes relevantes pero que sólo están en pantalla por breves momentos y un largo etcétera de cosas que no se explican del todo bien.
El asunto es que la extensión de los capítulos es sólo uno de los problemas de la serie, porque si simplemente dejara al espectador queriendo más desarrollo y pausa, sería un problema feliz. Lo malo es que esta ficción es como esa paradoja de la física que dice si existe una fuerza imparable, no puede existir un objeto inamovible y viceversa. Aquí tenemos una producción que es a la vez demasiado corta y acelerada, y también es redundante y larga, sobre todo en este momento en que los fanáticos de las series sobre asesinos tienen para hartarse de contenido, y ya saben bastante sobre este tipo de historias.
Quien busque giros puede ver esta serie y tendrá bastantes, pero también quedarán las preguntas de cómo es que un psicólogo que no conoce aparentemente a nadie, termina siendo el investigador principal de la muerte de su propio hermano, y cuáles son estas supuestas habilidades que lo vuelven algo así como un Sherlock natural. También aparecen otras preguntas igual de molestosas, como de si son necesarias tantas frases para el bronce y escenas llenas de efecto y con poco fondo, incluyendo una conexión literaria que une varios casos y que no tiene mucho más que la pretensión para sostenerla.
Así se puede seguir, con escenas estrepitosas, conjeturas brillantes a las que se llega en dos pasos, frases ominosas que no significan realmente nada… Una serie fallida que quizás podría haber sido más, pero que está destinada a ser una gota confusa dentro de un mar de posibilidades.