Crítica de discos de Marcelo Contreras: Charly García y los destellos de un sobreviviente
Al menos en Latinoamérica, la mayor novedad discográfica de la semana se centra en el ídolo argentino, en su retorno al formato luego de siete años. ¿Cómo suena Charly 2024? Aquí te lo contamos, además de repasar lo último de Manuel García y David Gilmour.
*Charly García - La lógica del escorpión
El decimocuarto álbum de Charly Garcia alegra a los fans, conscientes de que protagoniza un alargue dada su frágil condición a los 72 años. La lógica del escorpión podría encarnar una campaña antidrogas y también el valor de la porfía. Charly no solo publica cuando el formato ya no tiene las resonancias del pasado, sino porque testimonia que el rock también es esto, la carcasa devastada de un imperio que ya fue. A ratos las canciones aparentan un demo desdentado donde se olvidan las líneas del bajo mientras se atiende otra cosa tratando de que funcione, como cuando tocaba en vivo y dejaba tirado el instrumento porque no sonaba de la manera que imaginaba, como un chico sin paciencia. Son composiciones más bien lineales, simples, con algunos destellos lejanos de sus días como central nuclear del rock latino.
La cita y el tributo son columnas: los adornos vocales de Monday monday de The Mamas & the papas incrustados en Autofemicidio, y el innecesario cover de Watching the wheels de John Lennon. También sobra Rock and roll star de The Byrds junto a Fito Páez cantando más Pomelo que nunca. Las alianzas con Pedro Aznar en América y el rescate de Luis Alberto Spinetta en La pelicana y el androide son momentos álgidos, en una panorámica donde el triunfo radica en la sobrevivencia por experimentar el rock, como si no hubiera mañana.
*Manuel García - La Jaula de los sueños olvidados
“Mis canciones nunca han sido sobre contingencias”, declaró Manuel García al publicar su antepenúltimo álbum Compañera de este viaje (2021), cuando el estallido social aún burbujeaba y el proceso constituyente estaba en curso. La Jaula de los sueños olvidados, publicado el pasado 11 de septiembre -”no es baladí ni antojadizo el día”, apuntó- se promociona como su trabajo más comprometido, en tanto el trovador de Arica asevera y pregunta en declaraciones promocionales si acaso cabe duda sobre “la urgencia de replantearnos el sistema político, social y económico en que hoy nos debatimos (...)”. Así, la reivindicación se inscribe, por ejemplo, en Demonios, hormigas y palomas -”quien va a hacer una constitución, que le de sus derechos al pobre en esta nación”-; en la belleza invernal de La dulce impaciencia -”y al final los pobres llorarán y nosotros tendremos que marchar”-, y en Besos de libertad -”los presos de la revuelta, los mapuches que están presos, que la injusticia es reflejo, de un espejo del 70″-.
La guitarra acústica en diversos formatos, el instrumento solitario de todo el álbum, se eleva como catedral en el tema homónimo, mientras Violeta Parra, Víctor Jara y Silvio Rodriguez sobrevuelan en espíritu y forma las canciones de esta entrega consciente de nuestras heridas sin sanar.
*David Gilmour - Luck and strange
La autocomplacencia está a la mano cuando todos los listados de los grandes guitarristas de rock de la historia incluyen su nombre; qué decir de haber integrado Pink Floyd, la clase de banda que redactó el futuro. A los 78 años, David Gilmour ha convertido este quinto álbum solista en un asunto familiar. Su esposa, la escritora y periodista Polly Samson, escribe nuevamente las letras, y su hija Romany canta un tema, hace coros en otros, y toca arpa. Gilmour rescata un piano y un Hammond de Richard Wright, y convoca, entre otros músicos, al maestro de la batería Steve Gadd para la mitad del material, y Guy Pratt al bajo, colaborador habitual y dueño de un currículo monumental, con los más grandes del rock y el pop.
La indulgencia asoma en los 14 minutos del corte homónimo en formato jam session, pero es imposible no disfrutar el sonido y el estilo inconfundibles de Gilmour en guitarra que, además, se mantiene firme vocalmente y con ideas musicales. La electricidad floydiana asoma en Dark and velvet nights, pero con un desarrollo más juguetón que se aleja de la solemnidad y la grandilocuencia. Sings es bellísima, caleidoscópica, mediante un estribillo sideral ornamentado con enlace a los Beatles bajo ácido, y un regreso dream pop. Abundan los detalles orquestales y diversas guitarras en variedad de ángulos, cortesía de un músico legendario.
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