“Al salir el sol, se izó la bandera nacional en todos los sitios públicos y se hizo una salva; antes de mediodía tuvo lugar una revista de las tropas; la tarde se dedicó (como de costumbre) a descansar, y la noche al regocijo y la alegría”, detalló Samuel Burr Johnston, en una carta dirigida a un amigo fechada el 3 de octubre de 1812, escrita desde Chile. Eran días agitados. Se refiere a la primera celebración oficial del “18″, que en rigor se hizo el día 30 de septiembre, debido a la posibilidad de un golpe contra el gobierno de José Miguel Carrera, el hombre fuerte del proceso.
Johnston era un tipógrafo oriundo de Nueva York, que había llegado a Chile en los albores del proceso que derivó en la independencia, junto a William H. Burbidge y Simon Garrison. Todos contratados como operarios para trabajar con la recién adquirida imprenta de la que salieron las paginas de La Aurora de Chile, el primer periódico nacional. Llegó al lejano y pobre país, en el sur del mundo, tras un largo viaje por mar que incluyó una difícil pasada por el Cabo de Hornos. “Nos vimos forzados durante quince días a soportar un mar de proa y vientos contrarios, en un paraje por extremo frío, y sin lograr fuego alguno para endulzar los efectos desagradables de la temperatura”.
Una vez en Santiago, Johnston se dedicó a conocer algunos sitios, como la Plaza de Armas, la que le quedaba apenas a unos pasos del edificio de la Real Universidad de San Felipe, donde estaba ubicada la imprenta (hoy, el edificio del Teatro Municipal de Santiago). “Esa amplia plaza la llenan los vendedores de verduras y comerciantes de toda especie que llevan allí a vender sus efectos, y en su conjunto reviste un aspecto grotesco, no desemejante a una feria en Inglaterra”.
Le bastaron unos meses para imponerse de los primeros conflictos entre las facciones patriotas; la resistencia de Concepción a reconocer al gobierno central de Santiago y las tensiones entre las familias Carrera y Larraín. Johnston perfiló al “príncipe de los caminos”, quien había llegado al poder gracias a sucesivos golpes de estado, apoyado por sus hermanos. “Aunque la conducta de José Miguel, el jefe de la familia, ha sido generalmente aprobada, la manera en que obtuvo su cargo es condenada por muchos buenos patriotas”, apunta el estadounidense.
En sus palabras, Samuel Burr Johnston destilaba una admiración por Carrera, quien a su vez era cercano al cónsul norteamericano en Chile, Mr. Joel R. Poinsett. “Aunque su pasión capital es la ambición, todavía, no pude menos de admirar sus talentos de hombre de Estado y de militar, hallándome persuadido de que es el único ciudadano de este país que en las actuales circunstancias está llamado con justos títulos a gobernarlo”.
Cuando llegaron las primeras noticias de la expedición realista enviada por el Virrey del Perú, al mando del brigadier Pareja, Johnston estaba en la capital. En su carta del 20 de abril de 1813, retrató el entusiasmo a nivel local por sumarse al esfuerzo de guerra y defender a la joven nación. “El palacio (de gobierno) se ve cercado desde la mañana a la noche por gentes que ofrecen no solo sus servicios personales al gobierno, sino que traen también lo que poseen (...)”. Incluso se da cuenta de la formación de batallones de voluntarios, en que él mismo también se alistó.
Johnston viajó a Valparaíso, donde a otros estadounidenses e ingleses, se sumó a la dotación del buque La Perla, el que junto al bergantín Potrillo, salieron a la mar a cortar a los buques con fuerzas realistas. Sin embargo, el barco fue capturado tras un motín de su tripulación, en su mayoría realista, quienes decidieron tomar de rehenes a los extranjeros. Así, el tipógrafo acabó prisionero en Callao. El recibimiento de la población en el puerto del Virreinato del Perú, fue hostil. “Al poner pie en tierra, la multitud que cubría la playa desplegó la más salvaje ferocidad, tirándonos piedras durante todo el trayecto que hubimos de recorrer hasta llegar al domicilio del gobernador, que estaba en el interior de la fortaleza; y a no haber sido por la guardia, creo que nos habrían hecho pedazos”.
Durante esos días a la sombra, Samuel Burr Johnston enfermó y fue conducido al hospital de Bellavista donde “el aparato y ceremonia con que el doctor practica sus visitas es realmente para la risa”, básicamente una procesión entre viejos médicos, cirujanos, aprendices, aguadores, que pasaban a su turno para ver a los enfermos. “Lo primero que se presenta es un viejo de aspecto enfermizo, que avanza balanceándose y gruñendo bajo el peso de sus propias carnes, apoyado en un enorme bastón (...) Venía enseguida el cirujano (porque el ejercicio de la medicina y la cirugía son aquí profesiones tan diversas como las del zapatero y del sastre, y ni por asomos son tan bien conocidas)”. El estadounidense estuvo retenido hasta que tras varias maniobras, fue liberado en octubre de 1813.
¿Cómo eran los chilenos según Samuel Burr Johnston?
En sus cartas, el estadounidense también hizo anotaciones sobre la población del país. “Los chilenos, esto es, los que descienden de los españoles, son un pueblo vigoroso y alegre, del todo exento de la tiesura y formalismo que caracteriza a los peninsulares”. Detalla que “cada familia posee su guitarra y casi todos los que la forman saben tocar y siempre que se visita es seguro que obsequiarán al huésped con una tonada. Algunas familias, aunque contadas, poseen arpas”.
Asimismo, hizo notar la fuerte división social, propia de la sociedad estamental del período colonial; es decir, dio cuenta de cómo las estructuras sociales se mantenían en el tiempo, pese a la alteración del orden político. “El comerciante trata al tendero, al abogado o al médico casi con el mismo desprecio en que él a su vez lo es por el noble; tal como los de la tercera clase miran con el más profundo desprecio al artesano; quienes, a su turno, estiman por muy bajo de su dignidad asociarse con sus primitivos progenitores los indios; y hasta tan increíble exageración se llevan estos prejuicios, que un sastre o zapatero con un cuarto de sangre blanca sentiría sus mejillas amarillentas llenarse de rubor, como si le ocurriese una verdadera desgracia, si se le sorprendiese en un tête-à-tête con una muchacha cocinera de color cobrizo”.
También anotó algunas costumbres locales. “Los chilenos se levantan entre ocho y nueve de la mañana, a cuya hora se sirven un ligero desayuno. La mañana se dedica a los negocios, y después de comer duermen invariablemente la siesta durante dos o tres horas. En esta parte del día las tiendas cierran y podrá uno pasearse por toda la ciudad y probablemente no verá cinco personas”.
Asimismo describió a las mujeres chilenas, a quienes estimó como atractivas. “Su aspecto es elegante, de ojos negros y cabellos largos, del mismo color, facciones regulares, y de un cutis hermoscísimo y transparente. La belleza externa es la suprema aspiración de la mujer chilena, pero el entendimiento se descuida por completo”. Señala que en general las chilenas eran dadas al maquillaje, con el empleo “de una enorme dosis de rouge y bermellón y con polvos extraídos de una hierba que se dice posee la virtud de blanquear el cutis”.
Las familias tenían una suerte de división de las actividades, de hecho, señala que pocas veces se veía juntos a los esposos. “Tiene diversiones aparte; mientras la señora y sus hijas pasean o visitan, el marido generalmente está jugando a los naipes o al billar, y probablemente dando lecciones a sus hijos en estas materias que se consideran complemento indispensable para la educación de un caballero”.
Eso sí, los galanes de la época debían bregar duro para pasar un rato con las mujeres que cortejaban. Impensable dar un paseo solos, un escándalo total en la época. “Jamás se permite a las jóvenes pasear con sus pretendientes sin ir acompañadas con una mujer de respeto y, aún así, no se autoriza al galán que ofrezca el brazo a su dama”.
En cuanto a los pasatiempos hubo uno que le llamó la atención. “Las carreras de caballos es una de las diversiones principales de los chilenos, y a ellas concurren hombres y mujeres de todas edades y condiciones, clases y colores”. Aquellas carreras eran un acontecimiento social. “Las señoras van en grandes carretas entoldadas, tiradas por bueyes, y parten por la mañana temprano llevando consigo provisiones para todo el día”.
Samuel Burr Johnston permaneció en Chile hasta 1814. Tras su salida, publicó en 1816, en el pueblo de Erie, Pennsylvania, el libro En aquel país: aventuras de un tipógrafo yanqui en Chile, el que reúne sus cartas escritas en el periodo residiendo en el país. El texto fue conocido y traducido años más tarde por José Toribio Medina. Hoy vuelve a estar disponible gracias a una edición de editorial Planeta que incluye un prólogo del escritor chileno Simón Soto, además de una reseña biográfica redactada por el mismo Medina.