Fue una tarde perdida, en mayo de 1858, cuando un grupo de artesanos se apersonó en la casona donde residía Mercedes Marín del Solar, la primera poeta del Chile republicano. Le solicitaron disponer de su pluma para homenajear a uno de los suyos, José Romero, recién fallecido. Marín se había destacado por su Homenaje de gratitud a la memoria del benemérito Ministro Don Diego Portales (1837), y en general solía escribir sobre acontecimientos puntuales. Por ello, fue considerada la persona más idónea para rendir un tributo a Romero, y así dejar en claro que se trataba de un héroe de la Independencia de Chile.
Romero, era afrodescendiente. Fue uno más de aquellos olvidados mulatos, pardos y zambos que en los albores de la guerra de independencia decidieron dejar la rutina del oficio para tomar un fusil e incorporarse al naciente ejército patriota. En rigor, varios de ellos ya tenían una cierta experiencia con la disciplina militar. Durante el período colonial existía el Batallón de Milicias Disciplinadas de Pardos Libres de Santiago, que reunía a oficialidad y tropa de color. Incluso, no sin esfuerzo, los oficiales lograron ser considerados para votar en las elecciones de diputados para el primer Congreso Nacional, el otoñal 6 de mayo de 1811.
Se trataba de un batallón de hombres libres, con un cuerpo de oficiales y seis compañías de un centenar de hombres, integrado en su mayor parte por artesanos. Por ello fueron considerados como parte de las fuerzas de defensa del Reino, en abril de 1811. Pero no tardarían en ser incorporados al proceso emancipador. La invasión de fuerzas realistas enviadas por el virrey del Perú, a cargo del brigadier Antonio Pareja en el verano de 1813, hizo que dejaran los oficios en la ciudad para marchar al campo de batalla.
Sin embargo, en ese momento, la nueva república decidió hacer un cambio: en abril de ese año, la junta de gobierno conformada por Francisco Antonio Pérez, José Miguel Infante y Agustín de Eyzaguirre firmó un decreto en el que se estableció un nuevo nombre para el contingente. Ya no serían los Mulatos Libres, sino el célebre Batallón de Infantes de la Patria.
En su decreto, la junta consideró: “El batallón denominado de Pardos ha dado i está dando las mas heroicas pruebas de su amor a la Patria, i del jeneroso entusiasmo i esfuerzos con que se halla dispuesto a sostener la causa de nuestra libertad; i finalmente que la Patria no debe permitir que ciudadanos tan nobles se distingan con título alguno que suponga diferencia entre ellos i los demas cuerpos del Estado”.
Fue José Romero uno de los que vivió ese tránsito de integrar los Pardos libres a Infantes de la Patria. Los datos dispersos detallan que nació en 1794, hijo de una esclava y de un padre desconocido, al que se atribuye era un hombre blanco de la élite, en cuya casona se le enseñaron las primeras letras. Desde los 13 años integró como tambor el antiguo Regimiento de Infantes de Pardos, que habitualmente cumplía labores de vigilancia de las casas comerciales durante las noches, como una suerte de policía.
Al estallar la guerra, se integró al Infantes de la Patria. La historiografía destaca que, bajo las órdenes de varios jefes, participó en las batallas de San Carlos, la captura de Talcahuano, algunas acciones del sitio de Chillán, la batalla de El Roble y la defensa de Talca. En el primero, ocurrido el 15 de mayo de 1813, recibió el bautismo de fuego al enfrentar por primera vez una batalla real. Como ocurría en esos combates, los soldados, poco dados a la disciplina, tenían a dispersarse ante las primeras descargas de artillería y fusilería.
En su Diario Militar, el general José Miguel Carrera, apuntó sobre esa jornada: “Los Infantes de la Patria que formaban la izquierda de la línea, hicieron lo mismo. La artillería de la segunda división, mandada por el Capitán Gamero y el Teniente García, se desmontó e inutilizó como la de la vanguardia; la acción presentaba en este momento un aspecto poco lisonjero. La infantería, aunque dispersa, mantenía sobre la fila enemiga un fuego arbitrario pero vivo. Gamero y García, sentados sobre sus inútiles cañones, miraban con serenidad el peligro. La vanguardia se mantenía con constancia y la brigada de milicias unida”.
José Miguel Carrera, era una de las figuras centrales del proceso por lo que generaba interés. Incluso, se atribuye a Romero algunas palabras describiendo la personalidad del prócer, a quien sirvió en esas primeras batallas. En su estudio Un mulato ilustre: José Romero, Guillermo Feliu Cruz las cita, aunque con su habitual misterio sobre las fuentes. “Carrera -dirá mas tarde- nos entusiasmaba con el fuego de su palabra y con su energia de capitán: de haber estado sujeto a una subordinación, que no podia aceptar, pudo haber llegado a mas”.
Luego sirvió bajo las órdenes de Luis Carrera en el desastre de Rancagua, en que fue capturado. Pero gracias al favor de los comerciantes españoles que le conocían desde sus tiempos en el antiguo Batallón de Pardos, fue liberado. “Se me pidió como garantía una fuerte cantidad de dinero, que se allanó a facilitarme don Manuel Antonio Figueroa y otros comerciantes de esta plaza que me conocían por mi comportamiento como guardián de las casas de comercio. Este compromiso de honor para con el señor Figueroa no me permitió hacer nada en bien de mi patria, y no habría podido hacerlo porque se me vigilaba en forma muy estrecha ya que se me consideraba como un prisionero con garantía”, señaló el mismo Romero, en cita de Feliu Cruz.
Aunque prometió no volver a participar en las operaciones de los patriotas, tras el triunfo en Chacabuco fue reincorporado al Ejército como teniente segundo. Poco después fue ascendido a teniente primero de los Infantes de la Patria. Luciendo ese rango se destacó en la batalla de Maipú, bajo el mando de José Antonio Bustamante, donde se habría batido con honores; en particular en el asalto final a los bastiones realistas en las casas de Lo Espejo. Ello le valió ser condecorado.
En el libro Historia íntima de Chile, el historiador Hugo Contreras Cruces detalla lo que sucedió con él tras acabar la guerra y asentarse la nueva nación chilena. “Romero se destaca luego de la independencia y se hace conocido en Santiago por sus acciones en favor de los condenados en la cárcel y de otros necesitados. Hay un grabado y una pintura que lo retrata, además de un busto sobre su tumba en el Cementerio General”.
Hasta hoy, descontando a Feliu Cruz, son pocos los estudios que tocan la figura de Romero, como los de Contreras Cruces y Claudia Arancibia. Pero, lo cierto es que al momento de su muerte, a los 64 años, no pocos lo consideraron un ciudadano ejemplar. De allí el empeño por contar con los inspirados versos de Mercedes Marín como un homenaje póstumo a la hora de su funeral, en el convento de las Agustinas, en mayo de 1858. Un héroe había partido. “Fue de entusiasmo lleno / Infante de la Patria; / sirvióla con amor y constancia / O’Higgins, Vial, Carrera / Mil veces le mandaron / al combate, a la muerte / a la victoria/I padeció con gloria de Rancagua en la escena lastimera” (sic).