“Yo siempre lo he pasado muy bien, fíjate”, sentencia a modo de declaración la actriz Delfina Guzmán Correa (Santiago, 1928). Una máxima que ha hecho carne durante sus 96 años de vida. Incluso desde su niñez. “Mire, yo no tengo ningún recuerdo desagradable -dice a Culto, en su departamento en el sector oriente, donde los domingos mira películas junto a sus hijos-. A mí me echaron de un colegio, de las monjas. Inventé que tenía 14 hermanos, porque tener solo cuatro era una lata. Ahora ¿de dónde saqué yo esa imaginación? Porque mi papá era un ingeniero, muy ingeniero, que peleaba por su plata y me mandoneaba, como lo hacían los hombres. ¿Sabes?, no tengo un solo recuerdo de mi papá. Y mi mamá, era una señora que hacía cosas por los pobres”.
El teatro es otro misterio. Los padres de Delfina (quienes la llamaban “Titita”) no tenían particular interés en las artes. “A mí el que me llevó al teatro fue mi primer marido, el papá de los niños (NdR: Joaquín Eyzagurre Edwards) con quien me casé muy joven, a los 20 años. Ahora, en esa época, a los 20 años era casarse muy tarde. Esa historia de que las chiquillas ahora están teniendo guagua a los 40 años es rarísimo. Antes a los 40 tú estabas vestida de negro para ir a los entierros. Se ha desplazado mucho el tiempo”.
Como sea, desde ese primer encuentro con el teatro, Delfina desarrolló una atracción por las tablas que la volvió una actriz con una respetable trayectoria. No solo en teleseries en la era dorada de los noventa, como Sucupira, Iorana, Romané, entre otras. Ha trabajado en el montaje de obras como Sueño de una noche de verano, Tres noches de un sábado, Pedro, Juan y Diego, Lindo país esquina con vista al mar y hasta en producciones que se volvieron leyenda, como Primavera con una esquina rota.
Esta última obra ha vuelto a ser montada en la actualidad por la compañía Ictus. Pero Guzmán comenta que el paso del tiempo ha hecho mella en su memoria. “Sabes que no me acuerdo nada, fíjate que yo no me acuerdo de las obras que he hecho. A veces las repiten o las veo en la tele y los niños me llaman para que la vea. Es muy entretenido”.
-¿Se siente como volver a verla por primera vez?
-Casi, casi. Seguramente hay alguna una cosita se le queda pegada a uno. Modos de hablar, cosas así.
Hasta hoy Delfina Guzmán sigue ligada al teatro. Como si fuera algo indisoluble de su personalidad. Por estos días, se prepara para una nueva función de la obra Ciudad, este 29 de octubre en el Nescafé de las Artes. Se trata de una puesta en escena que propone un viaje sonoro por Santiago, musicalizado por Juan Cristóbal Meza, hijo de la actriz.
Juan Cristóbal estaba en el vientre de su madre cuando ella era parte del elenco de Sueño de una noche de verano. “Por eso es que esa obra me gusta tanto”, dice. De allí a que el escenario sea parte de él. Todavía recuerda la primera vez que vio actuar a Delfina. “Era una obra que se llamaba Pedro, Juan y Diego. Ella hacía un personaje que era increíble, una muda que era una especie de metáfora de la gente que sufría en la dictadura. No hablaba en toda la obra y cantaba al final. Yo no podía creer que la misma persona que estaba allá arriba era mi mamá”.
La idea tras la obra, estrenada por primera vez el pasado 4 de enero en una función en el cerro San Cristóbal, es recorrer la historia de la ciudad, acompañada por música en vivo interpretada por Javaxa Flores (violín), Valentina del Canto (violonchelo) y el mismo Juan Cristóbal Meza (piano). Se suma el despliegue de las imágenes filmadas por Andrés Eyzaguirre, de lugares como el cerro San Cristóbal, el río Mapocho, La Moneda, Plaza Italia, la Plaza de Armas, el Mercado Central y La Vega. En escena, acompaña a Delfina Guzmán la actriz Laura Loyer.
“Yo estaba viviendo en Estados Unidos y vine para acá a Santiago en el verano de 2020. Pasé por la ciudad y me impresionó mucho esta guerra que tenían los habitantes con la ciudad -explica Meza-. Empecé a investigar sobre la historia de Santiago, me di cuenta que como asentamiento humano tenía cerca de 2000 años y que en la Plaza de Armas había como cinco o seis capas de distintas culturas que la habían habitado. Entonces, tomando sus lugares como fundacionales, la idea es tratar de hacer una conexión con este organismo vivo que es la ciudad”.
De allí que Juan Cristóbal pensara en su madre como una opción para la obra, en que interpreta los textos que él escribió. “Desde muy chico yo le mostraba todo lo que hacía. Siempre tuvimos una relación muy cercana en ese ámbito. Entonces, el trabajar con mi mamá ahora me impresiona mucho cómo ella lee los textos, cómo los entiende desde todas las capas. Ella tiene una intuición artística muy potente”.
Para Delfina, la posibilidad de actuar a sus 96 años es una continuidad de lo que ha hecho durante toda su vida. “Es igual que siempre nomás, me gusta mucho. Siempre lo hice, de chica, desde que tenía 4 años que me gustaba inventar cosas. Para mí, nunca no estuve en el teatro. Yo no recuerdo estar en mi vida sin tener la idea de que tengo una función o de que se está preparando un ensayo. Estuve siempre metida en eso”.
Las tablas de alguna forma son un aliciente para Delfina, debido a las limitaciones que le impone su edad y condición. Pero entre el espesor de la vejez, aún deja entrever su personalidad chispeante. “En este momento, mijito, hago bien poco, porque físicamente estoy completamente limitada. El señor de los cielos, que es un amor y creó la raza humana, que es la mejor creación que hay, se olvidó de crear un instrumento, un órgano que mantuviera viva la memoria. Tú sabes que lo primero que pierde uno con la edad es la memoria. No es que se te olviden las cosas, sino que te comienzas a tener una relación con el tiempo muy desigual, porque va y viene. El tiempo te maneja a ti, no tú el tiempo. Lo primero que se pierde es la relación con el tiempo”.
-Qué duro eso de que el tiempo lo maneje a uno...
-Claro, porque de repente me despierto en la mañana y siento que tengo 13 años. Comienzo a mirar, me paro de la cama, me lavo los dientes, y tengo 13 años. Y de verdad me convenzo. Bueno, eso también es un problema de las cosas. Pero la memoria es el único órgano que el señor de arriba no se preocupó de darle una formación más potente.
-Ud sigue actuando, pese a ello ¿siente que la vejez es más valorada hoy que hace algunos años?
-Fíjate que no sé. Hay un respeto por la edad también, porque en la vejez se tiene la memoria, los recuerdos.
-¿Piensa seguir actuando?¿ha pensado eventualmente en el retiro?
-No, sobre todo porque trabajo con mis hijos. Lo paso fantástico. No tengo ningún problema, no se me olvida nada y si se me olvidara, lo haría en forma de que tuviera que recurrir a un pasa memoria. No tengo problemas con la actuación, me pida lo que me pida. Ahora, si me pida que haga cosas como de Shakespeare, no soy capaz, no tengo capacidad de memorizar. Pero hacer sketches, hacer pequeñas intervenciones, un pequeño acto chico, no hay problema.
Pese a todo, Juan Cristóbal cuenta que han debido manejar los tiempos para su madre. Ensayan generalmente los lunes, antes de cada función. “Hacemos un ensayo con ella, unas siete veces antes de presentarse. Ella está muy clara y se lo sabe muy bien”. Los días de función, Delfina suele llegar cerca de la hora, pues no le gusta esperar. “Descansa todo el día y llega muy despejada. La misma Laura (Loyer) la maquilla, las dos tienen una relación muy bonita, y se prepara para entrar. Se concentran un poco en el camerino”, agrega Meza.
Delfina todavía se estremece con la reacción de la gente en las funciones. “Yo tengo una vida muy privilegiada hoy, pero a un nivel que no te explico. Porque el cariño que la gente me tiene la gente, mira, me adoran. Porque de alguna forma, el recuerdo es muy constante, de muchas etapas y de muchas cosas diferentes también. Entonces, la gente me da un cariño enorme”.
Juan Cristóbal nota que el aplauso todavía remueve a su madre. De hecho, asegura que no queda cansada tras las funciones. “Para nada, queda un poco sobre excitada diría yo, se emociona mucho porque generalmente los aplausos son muy fuertes y sobretodo con mucho cariño hacia ella”.
Aunque cada actividad le supone un esfuerzo, la conversación, el hablar con la gente le inyecta energía. “Fíjate que los niños se ríen mucho porque dicen que estoy muy cansado, porque me canso mucho. Me canso de todo, porque cualquier cosa es un esfuerzo. Pero tú me haces un par de preguntas y yo ¡pum! La conversa es la acción de las viejas, la conversa”.
-Tiene 96, ¿se ve llegando a los 100 años?
-Bueno, si llego, llegaré, pues. Mira, si el problema es que son los niños. Ya he repartido todas las cosas de la casa. Cada niño sabe qué es de quién, cosa que es bien importante, porque si no se pelea por tonteras.
-¿Le teme usted a la muerte?¿es algo en que piense?
-Mira, no me gustaría ver a los cuatro niños al lado alrededor mío, llorando a mares porque me estoy muriendo. No quiero una muerte escalofriante, que ojalá que me quede dormida. Y se lo he dicho al señor de los cielos y le agradezco, por lo ágil que soy para agarrar algo. No dejo pasar las cosas. Las cosas me quedan dando vuelta. Ahora me estás haciendo preguntas, después te vas y en la noche capaz que me vuelvan alguna de tus preguntas. Me encanta que me hagan preguntas, me hacen pensar.
La obra Ciudad, con Delfina Guzmán, se presentará este 29 de octubre, en el Teatro Nescafé de las Artes (Manuel Montt 032) a las 20:00 horas. Las entradas se pueden adquirir en la boletería del recinto o por el sistema Ticketmaster.