Se dice que las mejores películas siempre tienen un buen villano y por eso cualquier producción donde el malvado no está a la altura naufraga miserablemente. Es más, hay antagonistas tan carismáticos que pasan a ser los preferidos de la audiencia y hasta se les crea una historia para justificar porque se convirtieron en lo que son. Ejemplo: un tal Darth Vader, que se pasó al lado oscuro de la fuerza después de ser un Jedi ejemplar.
Uno podría decir que Don Corleone también se pasó al lado oscuro en algún momento de su juventud, pero en realidad en El Padrino hay buenos mafiosos como él y gangsters despiadados como Don Ciccio o Sollozzo. Al primero le dibujan de sangre el vientre a cuchillazos y al segundo le ponen una bala en la cabeza cuando almuerza. Estos son los villanos de la película y vaya que son buenos bastardos.
En Gladiador II, la continuación de la exitosa Gladiador del año 2000, hay un antagonista que básicamente se devora al resto del elenco con su sola presencia y eso desnivela la cancha. No es que Paul Mescal en el rol de Lucius Verus sea un héroe insípido como el agua potable, pero harían falta dos de ellos para echar abajo la fuerza de la naturaleza que es Denzel Washington como el maquinador y a veces shakespereano traficante esclavos Macrinus.
Pero el desequilibrio mayor tiene que ver con Marcus Acacius (Pedro Pascal), un general idealista y valiente que parte en modo Julio César para terminar como un militar amable, pero algo inoperante. No se justifica su lugar en el cartel de promoción y tal vez es una jugada de publicidad debido a la popularidad del actor.
Quién sí alcanza bastante densidad es Lucilla (Connie Nielsen), la madre de Lucius, hija del emperador Marco Aurelio y viuda de nuestro querido Maximus, el gladiador infalible por el que Russell Crowe ganó un Oscar en la primera película. Su hijo, Lucius (Paul Mescal), ha heredado el coraje de su padre, pero tiene algo de la sensibilidad y el juicio de su madre, la mencionada Lucilla. Es una buena mezcla.
Después que Marcus Acacius conquista Numidia (al norte de África) para contentar a los desquiciados hermanos emperadores Caracalla (Fred Hechinger) y Geta (Joseph Quinn), se lleva como botín de guerra a varios jóvenes luchadores vernáculos. Tienen tez bronceada y ojos color aceituna, menos, claro, Lucius. Creció en esas tierras desde los siete años, pero en realidad fue enviado por su madre Lucilla para hizo alejarlo del peligro en Roma. Formó familia, se siente un hijo de Numidia y no quiere saber nada de romanos, a quienes desprecia.
Este dínamo de resentimiento y valentía es el que llega a Roma para mayor gloria de los espectáculos del coliseo. Ahí es Macrinus (Denzel Washington) quien primero nota que es no es como el resto. Le escucha recitar poesía en latín, se impresiona por su sobrehumana capacidad para defenderse de las bestias animales (entre ellos unos babuinos que parecen sacados de Alien) y sabe ya que tiene un as bajo la manga.
Como es un sabio manipulador mueve los hilos a su antojo y más o menos tiene clara la película antes que el espectador, Lucius, Marcus Acacius y Lucilla se den cuenta. Para que hablar de Geta y Caracalla, dos marionetas de su lengua viperina
Gladiador II no tiene tal vez la novedad de su predecesora, pero la habilidad de su director Ridley Scott en el manejo de las escenas de acción, la sensible interpretación de Paul Mescal y la clase de Denzel Washington valen la entrada en esta función de buen circo romano.