Romy (Nicole Kidman), la poderosa CEO de una compañía que fabrica robotitos para las empresas de delivery tipo Amazon, parece tenerlo todo y, quizás por lo mismo, jamás está demasiado satisfecha. Ha llegado donde más lejos no se puede en el mundo empresarial, posee dos hijas modélicas y hasta un esposo comprensivo y bienhumorado que jamás le pondrá un problema por delante. El tipo se llama Jacob (Antonio Banderas) y en la primera escena de Babygirl lo vemos tener sexo con Romy en una sesión envidiable para un matrimonio que ya va por las dos décadas de vida.
Pronto entenderemos que esto no es suficiente para Romy. Apenas terminada la sesión, corre sigilosamente por los pasillos de su lujo departamento neoyorquino para encender su laptop y ver sexo de verdad. Es decir, porno. Sólo así puede llegar a tener un orgasmo, aquel tipo de placer prohibido que su marido ya no está en condiciones de otorgarle (aunque ella le proponga ver una película erótica juntos) y que la transforma ante nuestros ojos en una vampiresa sin límites.
Pobre Romy. Lo tiene todo, pero le falta lo más importante en su esquema de prioridades: la diversión carnal. Las cosas pintan más o menos rutinariamente en la vida de esta alta ejecutiva neoyorquina hasta que un día lluvioso divisa a un muchacho alto, vestido con una parca de segunda mano y, que maletín en mano, camina por su misma vereda. El chico, para subir más sus bonos frente a los ojos de Romy, acaba de calmar casi milagrosamente a una perra policial que amenazaba con atacar a medio mundo en la entrada al rascacielos donde ella es jefa absoluta.
Pero la vida siempre te da sorpresas y como es temporada de estudiantes en práctica, el destino quiere que el joven en cuestión llegue a realizar su pasantía a la misma empresa que dirige la admirada Romy. Su nombre es Samuel (Harris Dickinson) y se trata de alguien inteligente, seguro de sí mismo y con habilidad para jugar con el sexo opuesto. Como el mundo lo hizo así, tiene la osadía de elegir a Romy como su mentora durante sus meses de aprendizaje. Vaya aprendizaje que tiene.
Hasta ese momento, esta película de la realizadora holandesa Halina Reijn podría pasar como un thriller erótico no muy diferente a los que se hacían por montones en los años 80 y 90 y que tuvieron su epítome en largometrajes como Atracción Fatal (1987), Bajos Instintos (1992) y Una Propuesta Indecente (1993). También conecta con algo del misterio de Ojos Bien Cerrados (1999), película de Stanley Kubrick, donde la propia Nicole Kidman era un ejemplo de joven esposa algo insatisfecha en una Nueva York tan gélida, pre-navideña y nevada como la de acá.
Sin embargo, algo ha cambiado en Hollywood. Las películas sobre sexo ya no son de policías que donde ponen la bala colocan su capacidad de seducción. Tampoco acerca de padres de familias que tras salirse del repertorio con una compañera de trabajo son hasta perdonados por su propia esposa. Y menos sobre mujeres que terminan siendo el botín en una apuesta sexual.
Demi Moore, que protagonizó Una Propuesta Indecente, ahora estelariza La Sustancia, un alegato contra la belleza falsa de Hollywood. Michael Douglas, que estuvo en Atracción Fatal y Bajos Instintos, está semi-jubilado. Y Nicole Kidman es capaz de darle entereza y cohesión a un filme complejo e intenso que es mucho más que un jueguito de a dos. Es sobre sexo sin amor, pero también es un drama fiero acerca de los límites de la cordura humana en un mundo en el que hasta el más seguro de sí mismo puede caer herido en combate.