Fue una mañana del primaveral septiembre de 1547, en que la sombra famélica del capitán Juan Bautista Pastene se apersonó en la ciudad de Santiago de la Nueva Extremadura. Apenas se enteró de su arribo, el capitán y gobernador Pedro de Valdivia salió a su encuentro, deseoso de recibir a los refuerzos y los recursos que esperaba hace mucho y, asumía, Pastene había conseguido en Perú.

Pero grande fue la decepción de Valdivia al notar que Pastene llegó con apenas un par de jinetes, hambrientos, cansados y fatigados tras una larga marcha y sobrevivir apenas a los ataques de los indígenas locales.

Desesperado, Valdivia necesitaba una salida. Había enviado todo el oro de la colonia con sus emisarios, el mismo Pastene y a su leal amigo, Alonso de Monroy, quien había muerto de una fulminante infección apenas había arribado al Callao. Ahora su proyecto de conquista de las tierras de Chile estaba en serio riesgo.

Pedro de Valdivia

Poco después, arribó a la ciudad el capitán Diego de Maldonado. Había sido despojado en Tarapacá de parte de sus pertenencias y armamento por sujetos que se plegaron al bando de Gonzalo Pizarro en la guerra civil que se desataba entre los españoles afincados en el Perú. “Parecían salir del otro mundo”, los describió con horror Valdivia en sus cartas al verlos tan andrajosos y estropeados.

Tras comer algo y reponerse, Maldonado le detalló a Valdivia una novedad; en su viaje se enteró que había arribado a Panamá un tal Pedro de la Gasca, un enviado especial del Rey Carlos V para pacificar al Perú.

Valdivia vio en esa noticia una oportunidad. Había llegado a Chile como teniente de gobernador de Francisco Pizarro, y aunque había sido nombrado gobernador por el cabildo, su cargo no tenía un reconocimiento oficial. Necesitaba el reconocimiento de una autoridad investida con poderes del mismo Rey, y La Gasca era el indicado.

Estatua de Pedro de Valdivia

Así, planeó en secreto marchar hacia Perú, apoyar a La Gasca en la guerra civil y así obtener como recompensa el reconocimiento oficial como gobernador. Sabía que el emisario real requeriría de capitanes con experiencia en combate y él era uno de los más reputados por sus años en las campañas de Italia y Flandes.

Pero había un problema, Valdivia ya no tenía fondos para levantar una hueste que le acompañara. “El astuto gobernador sabía de sobra que si no llevaba una buena cantidad de oro, no podría proporcionarse en ninguna parte, ni armas ni soldados”, apunta Diego Barros Arana en su Historia General de Chile.

Peor aún, el extremeño, a la sazón de 50 años, ya había pedido en dos ocasiones (1545 y 1546) un empréstito forzado a los vecinos de Santiago, y sabía que le negarían un tercero. Por ello, revelando su afamada capacidad como estratega, ideó un plan para conseguir los fondos y viajar al Perú.

El plan de Pedro de Valdivia para arrancar con el dinero de los vecinos de Santiago

Hasta ese momento, Pedro de Valdivia se había obstinado en negar los permisos para abandonar la colonia. Pero una mañana sorprendió a los vecinos con un anuncio. “Mediante un moderado derecho, consintió en que muchos individuos que habían reunido algún oro en los lavaderos, se fuesen de Chile llevándose sus tesoros”, detalla Barros Arana.

Además, hizo correr la noticia de que enviaría nuevamente en busca de auxilios a dos de sus cercanos, Francisco de Villagra y Jerónimo de Alderete. Por ello, hizo traer a Valparaíso el Santiago, barco con el que Pastene había viajado de vuelta hasta Chile -que había conseguido fiado- y había dejado en Coquimbo.

Francisco de Villagra

En diciembre de 1547, Valdivia ordenó el traslado a Valparaíso de todos quienes quisieran emigrar, por supuesto, junto a sus tesoros. Además, él mismo viajó hasta el puerto acompañado de su secretario Juan de Cerdeña y sus capitanes más leales. ¿La excusa que dio? “tener que escribir su correspondencia para el Perú y para España, y que dar sus últimas instrucciones a los emisarios que hacia partir”.

Ya en Valparaíso, Valdivia comenzó a preparar su jugada. Lo primero, era asegurar el poder mientras él estuviera en Perú. Tenía muchos enemigos y estaba seguro que no dudarían en intentar cualquier cosa. Por eso necesitaba dejar la subrrogancia en un allegado. “Hizo salir de improviso y apresuradamente para Santiago a Francisco de Villagra con una provisión en que le nombraba su teniente gobernador para la administración de la colonia, y su apoderado general para el cuidado de su bienes e intereses privados”, detalla Miguel Luis Amunátegui en su Descubrimiento y conquista de Chile.

Días después, Valdivia fue informado en Valparaíso que todo había marchado según sus órdenes. “El nombramiento de Villagra habia sido pregonado en la plaza de Santiago”, agrega Amunátegui.

Fue entonces, que al estilo de una maniobra militar, Valdivia ejecutó su plan. “Estando todo listo para el viaje, y embarcados con sus caudales los individuos que habían obtenido licencia para salir del país, Valdivia les pidió que bajasen a tierra para despedirse de ellos en una comida que les tenia preparada”, señala Barros Arana.

Pedro de la Gasca

Sorprendidos con la repentina muestra de generosidad de Valdivia, los viajeros accedieron. Bajaron, fueron conducidos a un salón y mientras comenzaban a degustar el banquete, el gobernador se les unió para brindar.

Emocionado, Valdivia habló a los viajeros y les pidió que “en cualquier parte donde estuviesen, lo recordasen con amistad, y que procurasen favorecerlo en la empresa en que se hallaba empeñado -dice Barros Arana-. Contentísimos con las condescendencias que el Gobernador había usado con ellos, todos prometieron hacerlo así”.

Mientras los comensales degustaban de los buenos mostos y la comida, el extremeño remató su plan. “Les exigió enseguida que estampasen en un acta escrita y firmada por todos ellos, la promesa que acababan de hacerle. Ninguno puso obstáculo a esta exigencia”, agrega Barros.

Un barco español del siglo XVI

Fue entonces que procedió a zarpar al Perú, sin avisarle a nadie. “Valdivia escurrió de la sala, se fue a la playa donde lo esperaban sus verdaderos compañeros de viaje, tomó con ellos un bote que le tenían preparado y se dirigió a bordo de la nave Santiago, señala Barros.

Uno de los comensales, eso sí, notó el bulo. “Un castellano apellidado Martin o Marin, que sospechó de la burla que se les hacía, corrió detrás de Valdivia profiriendo los mayores insultos, y se obstinó en meterse en el bote -detalla Barros Arana-; pero fue arrojado al agua en los momentos en que la embarcación se desprendía de la ribera”.

Valdivia logró llegar al Perú con recursos para levantar un pequeño ejército y sumarse a la hueste de La Gasca. Puso su espada al servicio del enviado real y logró someter a los rebeldes. Fue finalmente reconocido como gobernador por éste, aunque debió responder por varios cargos y acusaciones que le hicieran los vecinos de Santiago y sus enemigos. Le acusaron de tiranía, irrespeto a los funcionaros reales, concubinato al convivir con su amante Inés de Suárez, entre otros cargos. y por cierto, el incidente del barco no se olvidaba. Finalmente fue absuelto y autorizado a volver al país como gobernador. Lo había logrado.

Sigue leyendo en Culto