Columna de Rodrigo González / Cónclave: Guerra de Sotanas

Los lustrosos y vetustos pasillos del Vaticano albergan un secreto que en algunos días más todo el mundo conocerá. Ese es el misterio de que quién será el nuevo sumo pontífice, el hombre que guiará los destinos de la Iglesia Católica por los siguientes años y le dará orden o desorden a una institución algo a contratiempo con las nuevas épocas. Muerto ya el anciano Papa, el decano del Colegio Cardenalicio, Thomas Lawrence (Ralph Fiennes), debe ser el encargado de ordenar la convención donde se definirá quién será el futuro representante de Dios en la Tierra. Este es justamente el escenario inicial en que se desarrollará Cónclave (2024), película nominada a ocho premios Oscar.

Algo titubeante, afligido y con ciertas crisis de fe que sólo ha confesado antes al fenecido Papa, el inglés Lawrence tiene sus preferencias entre los diferentes dignatarios eclesiásticos que poco a poco van llegando al Vaticano para tomar su puesto y expresar su voto en las próximas elecciones. Él pertenece más bien el ala liberal y es un tipo comprensivo, siempre en busca de una Iglesia un poco más tolerante que la que le precedió. En por eso que el previo Papa, también abierto en términos doctrinarios, lo prefería entre todos para ordenar la reunión electoral.

A esta solemne junta de cardenales de todo el orbe van llegando personajes poseedores de los más diferentes egos y referentes de las más diversas tendencias. Cada cuál es un operador político a su manera y conspira a su favor, a veces en forma descarada, otras de manera más subrepticia.

Está el conservador cardenal Adeyemi (Lucian Msamati), un obispo nigeriano que parece ser el favorito antes de que comience la carrera. Pero en un ala aún más a la derecha observamos al vociferante y sonriente Tedesco (Sergio Castellito), un sacerdote veneciano que quiere volver a las misas en latín. Más cerca del lado de Lawrence no hay que olvidarse del cardenal Bellini (Stanley Tucci), un estadounidense aún más liberal que el promedio y que desde un principio considera que el mentado cónclave es una guerra decisiva. En medio, el intrigante canadiense Tremblay (John Lithgow) juega a moderado y centrista en el tablero de este ajedrez de sotanas.

Hay que reconocer la habilidad del cineasta alemán Edward Berger (Sin Novedad en el Frente) para darle tensión y vuelo a una historia que podría haber sido abducida por su propia solemnidad. Tal vez tenga que ver con el guión de Peter Straughan (responsable de la escritura de la magnífica Tinker, Tailor, Soldier, Spy hace 14 años) o con los hilos originales del bestseller de Robert Harris en que se basa. Ayudan los destellos de humor de ciertos diálogos, la interpretación impecable de Ralph Fiennes como el atribulado Lawrence o la aparición de Isabella Rossellini en el rol de la hermana Agnes.

El problema clásico de este tipo de películas es que su acumulación de tensiones y ritmos trepidantes tiende a ser traicionado por vueltas de tuercas y finales anticlimáticos, donde alguien en el guión pretende pasarse de listo. En este caso, es probable que el resultado sea mixto y la agenda abiertamente liberal de la historia guste a una parcialidad de la audiencia.

De lo que no hay duda es de la capacidad del director alemán Edward Berger para darle entidad y personalidad a los soterrados secretos y manipulaciones nacidas en el Vaticano.