Con Quilapayún: la otra noche en que el publico del Festival de Viña se dividió en una batalla sin tregua
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La banda, puntal de la Nueva Canción Chilena, protagonizó uno de los momentos más tensos de Viña 73'. Conocidos por su apoyo al gobierno de Salvador Allende, fueron recibidos por un público dividido, entre fuertes pifias y sonoros gritos de apoyo de su fanaticada, tal como sucedió en el debut de George Harris. Tras una breve presentación, finalmente debieron abandonar el escenario cuando parte del público comenzó a lanzarles objetos. Acá la historia.
“Esta noche el Festival Internacional de la canción de Viña del Mar y el público de la Quinta Vergara, reciben al grupo Quilapayún”, anunció el presentador César Antonio Santis. De inmediato, el Monstruo despertó. Era el evento del verano de 1973.
Un barullo intenso se hizo sentir, mezcla de los gritos “¡Quila!¡Quila!“, con sonoras pifias. Los músicos, evidentemente desconcertados, salieron a escena enfundados en sus habituales ponchos negros. ”Gracias”, saludó con dificultad Willy Oddó. Debió repetir tres veces el saludo. Los gritos eran tan intensos que no lo dejaban continuar.
“Yo pido la palabra, por favor”, intentó seguir Oddó. Pero el Monstruo estaba furioso. Como pudo, el músico saludó al público y dedicó la presentación tanto a Violeta Parra como al recién fallecido Rolando Alarcón, amigo y referente, lo cual enardeció todavía más los ánimos. El compromiso político de los mencionados, puntales de la Nueva Canción Chilena, en plena crisis del gobierno de la Unidad Popular, era intolerable para un sector del público.
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“La comisión organizadora tuvo una muy mala ocurrencia -señala a Culto el entonces director de la orquesta del festival, Horacio Saavedra-. Eran los dos polos opuestos, y eso se tradujo en el público en una Quinta dividida, muy agresiva”.
Quilapayún –que había ganado junto a Víctor Jara la primera edición del Festival de la Nueva Canción- era uno de los nombres más esperados en la Quinta. Pero por su afiliación política, los músicos sabían que estaban expuestos a una reacción adversa.
“En los días anteriores al festival, la derecha hizo una propaganda tremenda en las playas y calles de Viña del Mar contra nuestra actuación -recuerda a Culto, Eduardo Carrasco, líder del conjunto de las “tres barbas”-. Era bastante agresiva, con figuras en las que aparecíamos ahorcados y cosas así. De manera que era obvio que las cosas se iban a poner complicadas".
Por lo mismo, es que además del público tradicional viñamarino, esa noche llegó una fanaticada a apoyar al grupo. Ellos fueron los que gritaron los sonoros “¡Quila!¡Quila!“. ”Como en esa época, y en realidad siempre, hemos sido muy queridos en Valparaíso, parte del público consideró una tarea de primera importancia ir a defendernos -apunta Eduardo Carrasco-. Era gente del pueblo de modo que nuestro público copó las galerías del recinto”.
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En el programa de la jornada del 4 de febrero de 1973, se contemplaba el anuncio de las canciones chilenas que pasarían a la Competencia internacional junto el resto de los temas extranjeros. Además, estaban planificadas las actuaciones del humorista Tato Cifuentes, el ballet Pucará, el conjunto Los Perlas, y el Quilapayún.
Como el Colo Colo de Luis Álamos -que meses después llegaría a la final de la Copa Libertadores-, los jóvenes músicos se concentraron en su show, el cual tenían totalmente planificado en cada detalle. “Teníamos un plan A y un plan B -recuerda Eduardo Carrasco-. El plan A era en el caso de que nos dejaran actuar. En ese caso la idea era cantar un repertorio unitario y de defensa de los valores nacionales: canciones como Nuestro cobre, La muralla, Soy del pueblo, etc. Nuestro discurso iba a buscar una defensa de la cultura y representaba un interés patriótico”.
¿Y el plan B?: “Era en caso de que nos impidieran la actuación, sea con manifestaciones, con boicot u otras cosas más violentas. En ese caso la idea era cantar todas las canciones más políticas: Las Ollitas, La Batea, La Tribuna, etc”.
Pero las cosas no solo se quedaron en gritos. “Desde que salimos al escenario comenzó una batahola tremenda y un sector de la tribuna comenzó a tirar cosas al escenario, a gritar y a pelearse con los que nos defendían”, cuenta Carrasco.
“La participación del conjunto fue recibida por la mayoría del público con una cerrada y mayoritaria silbatina, mientras que grupos de partidarios de los Quila, estratégicamente ubicados en las primeras filas de los palcos y la platea, apoyaban su presentación”, detalla la crónica de la revista Ritmo.
Un punto que en la prensa de la época llamó la atención fue la gran cantidad de personas ubicadas en galerías que estaban apoyando a Quilapayún. Desde las páginas de diarios y revistas, se acusó que los hombres de X Vietnam habían pagado 300 entradas para llevar público propio.
“Que yo recuerde no hubo nada de eso -desmiente Eduardo Carrasco-. Lo que cargó los dados en beneficio nuestro fue la gente que se filtró desde los cerros. Creo que la propaganda que se hizo antes del Festival, en orden a transformar nuestra actuación en una batalla campal, fue la principal responsable de lo que ocurrió”.
La gente que se metió desde los cerros –según comenta Carrasco- se debió que en esos tiempos la Quinta estaba rodeada de alambradas, en las cuales había boquetes por donde se podía filtrar cualquier persona. “Eso explica por qué cuando comenzaron los incidentes el público de las galerías formó rondas que circulaban en torno a galerías y tribunas bailando y gritando en favor nuestro. La gente no solo colmaba los asientos sino todos los espacios de la Quinta Vergara”, agrega el músico y filósofo.
La noche amarga de Quilapayún
Con el plan B corriendo, los Quilapayún desarrollaron su presentación en medio de la batahola. Tal como lo habían planeado, sonaron -entre otras- La batea y Las ollitas.
Pero el público, enardecido, pasó de las palabras a la acción, por lo que comenzó a arrojar diversos proyectiles, algunos de esos dirigidos a los hombres de La Cantata Santa María de Iquique. Carrasco recuerda el momento con vividez: “Las cosas que tiraban no nos tocaban porque el escenario estaba bastante lejos del público. Pero sí caían sobre los músicos de la orquesta”.
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“Primero fue una pelea entre el público, y luego se desahogaron contra el escenario, y empezaron a tirar todo tipo de objetos: botellas, piedras, bolsas con excremento, monedas, cualquier cosa -cuenta el maestro Horacio Saavedra-. Llegaban donde estábamos nosotros. Fue tan dramático y yo tratando de calmar a los músicos porque nosotros no podíamos hacer ningún tipo de manifestación política. Nosotros estábamos haciendo un trabajo profesional”.
Al momento de ser arrojados los proyectiles, Patricio Salazar ocupaba su lugar en la orquesta del Festival sentado tras su batería, sus baquetas y platillos. Si bien recuerda el momento, pone la pelota contra el piso: “En realidad, en esa época se daba mucho eso. No fue tan dramático para nosotros porque los chilenos estábamos acostumbrados a esa cuestión. Tiraban de todo, aunque nada que ver con vandalismo de ahora. Los de la derecha empezaron a tirar cosas porque no les gustaba Quilapayún. Claro, uno se preocupa por la seguridad de uno, del instrumento, pero no fue más que eso”.
Pese a todo, Quilapayún logró llevar adelante el show de principio a fin. “Nosotros hicimos exactamente el programa que teníamos pensado hacer. Cantamos todo lo que habíamos pensado cantar y después partimos. En realidad cada nueva canción que cantábamos provocaba una reacción de entusiasmo por un lado y de furia por el otro”, relata Carrasco.
“Después del tercer tema, los Quilapayún se retiraron -cuenta Ritmo- pero sus partidarios insistían en que volvieran al escenario. El público, entretando [sic], seguía pifiando. Era un griterío ensordecedor. El clima de tensión en la Quinta hacía temer que se produjeran desórdenes más serios”.
Fin de la actuación. El bullicio sigue. El grupo agradece y se va rápidamente mediante un operativo ya planificado por la organización. “Un equipo especial de seguridad nos sacó rápidamente de la Quinta Vergara. Todo se hizo en unos minutos. En el recinto la gente quería que volviéramos a cantar, pero nosotros ya nos habíamos ido”, relata Carrasco.
Los integrantes del conjunto no fueron los únicos en huir en estampida. “Llegó un momento en que los miembros de la orquesta tuvimos que salir arrancando tapándonos con los instrumentos. No se pudo hacer nada más, se desmontaron las cámaras de televisión. Todo el mundo nos fuimos”, cuenta Horacio Saavedra.
El “Monstruo” había despertado. Y fuerte. Rápidamente los animadores -César Antonio Santis y Rosa María Barrenechea- presentaron al siguiente número. Era el eterno fusible de Viña: el humor. Pero el público no estaba para risas. Con la responsabilidad de intentar hacer reír en una de las jornadas más difíciles de la historia, Tato Cifuentes subió al escenario. Duró 20 minutos. Salió tenso, pero vivo. “El cómico con una extraordinaria presencia de ánimo permaneció en el escenario, logró imponerse y hacer su número -detalla Ritmo-. Después de su actuación fue calurosamente felicitado en los camarines por la ‘proeza” que había realizado”.
La actuación perdida de Quilapayún en Viña 73′
Pero aún quedaba historia. En esos años, el Festival de Viña era televisado a todo el país vía TVN. Sin embargo, ni bien salieron los Quilapayún al escenario, el canal simplemente los cortó. ¿Qué pasó? “Habíamos llegado a un acuerdo dos días antes de que no iban a cantar dos canciones que eran políticas, una era la del cobre y la otra La batea. Y no era más que eso porque el resto de su repertorio era espectacular”, contó el entonces director escénico de la transmisión, Eduardo Ravani en conversación con Ignacio Franzani para el programa Mentiras Verdaderas.
Gonzalo [Beltrán, director de la transmisión] dijimos ‘esto no lo podemos transmitir, esto es un caos’ y Gonzalo da la instrucción de que hay que borrar la cinta que ya llevaba dos canciones”, agrega Ravani en el mentado espacio televisivo. Así, ese documento se perdió para siempre.
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“La decisión de no grabar fue tomada en el momento mismo de los hechos por el director del canal Helvio Soto. Se pensó equivocadamente que de esa manera se iban a calmar los ánimos en el país, lo que a esa altura ya no era posible”, señala Carrasco.
Tras pasar por la batahola, los Quilapayún se trasladaron con todos sus bártulos desde Viña hacia Valparaíso, donde sus seguidores -entre el ventarrón porteño, las calles y sus niños- les tenían una sorpresa. “Se nos hizo un recital de desagravio en las calles de Valparaíso con miles de personas. Fue muy hermoso”, recuerda emocionado Eduardo Carrasco.
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