En otros tiempos, la Navidad se confundía con las Fiestas Patrias. Como ocurría en septiembre, la Alameda se llenaba de puestos de comercio ambulante y pequeñas ramadas, en que los comensales disfrutaban de frutas de la estación, fritangas, y las infaltables “bebidas espirituosas”, como se le llamaba al alcohol en esos días. El evento fundacional del cristianismo era festejado como una gran fiesta popular.
En ese Chile, el de mediados del siglo XIX, todavía resonaba la construcción de la navidad como una festividad religiosa en el período colonial. Es decir, tenía un contenido carnavalesco, a tono con las fiestas populares de la época con cofradías, caporales y procesiones nocturnas. Por ello, mantuvo ese carácter incluso en los primeros años de la República. Más, con la coincidencia con la época de verano.
“La celebración de Navidad, era un momento de fiesta popular en que se producía la mixtura entre la celebración del nacimiento de Cristo con el desenfreno popular y sus manifestaciones en el espacio público, ya fuese en la plaza de abastos, la Alameda de Santiago o las calles principales de las ciudades de provincia”, explica el historiador Milton Godoy.
Por entonces ya existía la costumbre de hacer regalos, es decir, esta no siempre se asoció a la figura del viejito pascuero y su subsiguiente imagen formada en el lenguaje publicitario durante el siglo XX. Pero si hoy los regalos van desde las bicicletas a las consolas de juegos, por entonces la naturaleza era la principal fuente para las ofrendas.
“Flores y frutas se constituyen en las ofrendas al niño Jesús en fanales y pesebres, así como eran el regalo preferido entre aquellos que se quieren. Los hombres regalaban albahaca a las niñas retacas y los duraznitos de la virgen y las brevas de la estación se regalaban a grandes y niños”, explica la académica e historiadora Olaya Sanfuentes en su artículo Tensiones navideñas: Cambios y permanencias en la celebración de la Navidad en Santiago durante el siglo XIX.
Pero los chilenos de entonces se tomaban en serio que se trataba de una Noche Buena. Lejos de la solemnidad religiosa, la natividad era ocasión para una larga noche de juerga en chinganas y fondas levantadas en el centro de la capital, cerca de la zona de residencia de la elite dirigente. “En el mundo popular navidad era otro momento festivo en que se bebía y asistía a la multiplicidad de chinganas, bodegones y cocinerías a celebrar como en cualquier otra fiesta nacional del periodo”, agrega Milton Godoy.
“La costumbre establecía que la Noche Buena no era noche de dormir -explica la historiadora Elisa Silva Guzmán en su artículo la Noche Buena en la Alameda-. Los ánimos se preparaban para pasar una noche en vela, paseando, comiendo, bailando, en buena parte en torno al consumo. Para ello las multitudes se dirigían a la Plaza de Abastos, a realizar sus ‘prácticas contraídas por un habito inmemorial’, dispuestas a gastar lo que no tenían para disfrutar sin límites”.
Por su lado, Godoy acaba de publicar un interesante estudio sobre las festividades populares en la zona del norte chico, titulado Minería y mundo festivo en el norte chico. Con ese bagaje, el historiador detalla que en la zona la Navidad coincidía con una de las principales fiestas locales, lo que le daba otro carácter.
“En el Norte Chico y, puntualmente en Andacollo las expresiones populares festivas navideñas se traslapaban con la festividad local puesto que entre el 23 y 27 de diciembre, se celebraba la fiesta de Nuestra Señora del Rosario de Andacollo, por antonomasia la mayor festividad de la región”, explica. “Al poblado llegaba gran cantidad de población flotante, en 1862, esta bordeó las 20 000 personas, trasladándose hasta allí devotos y no devotos de la Virgen que se daban cita para saciar ‘sus placeres mundanos’”.
El historiador además cita a un articulista de un periódico local, que describe cómo fue la celebración de navidad en 1870, en La Serena. Allí se da cuenta de las diferencias entre los grupos sociales de la época. “Se distinguían dos clases de fashion: en el teatro la aristocrática con guantes, moños japoneses, vestidos llenos de fantásticos adornos; en los lados de la Alameda los ponchos y los trajes de color subido con flores lacres en el pelo. Zamacuecas, canciones y también colección de turcas [borracheras]” .
No solo los borrachos, las frutas y las chinganas eran parte de la celebración. Los testimonios de la época describen en los templos a gente con animales, como cerdos y gallinas, a los que hacían chillar en representación del pesebre navideño. Eran parte del Chile agrario y rural, aún muy presente a mediados de la centuria.
Otros, simplemente se dedicaban a gritar, a imitar los sonidos de animales, y los más exaltados tocaban pitos y otros instrumentos. “Se trataba de un ruido atronador constituido por imitaciones de animales variados, acompañado de pitos, silbatos, flautines. Era para recordar el establo en que había nacido el niño Dios”, explica Sanfuentes.
Del pesebre a los pinos
Pero las chinganas, el ruido animalesco en las misas y los borrachos en las calles, terminaron por incomodar a la elite. Hacia fines del siglo XIX, en plena expansión del ciclo del salitre, comenzó el esfuerzo por regular y controlar la festividad navideña para hacerla menos estridente e íntima. “Las tensiones suscitadas entre los sectores populares y las elites se inscriben en el contexto de la concepción ordenadora del espacio publico y del disciplinamiento cultural que se intentaba aplicar para transformar las practicas festivas populares”, explica Milton Godoy.
“Estos cuestionamientos y directrices de control emanaron tanto de la jerarquía de la iglesia católica que fue explicando las expresiones populares como actos paganos, como de los sectores políticos de la elite que comprendieron la celebración navideña pública y popular como una expresión más de las costumbres necesarias de transformar en aras de la civilización”, agrega.
Es decir, se trataba de un cuestionamiento a la manera en que la gente se desbandaba en las fiestas cívicas. “El punto central de las criticas a las celebraciones populares hechos por las autoridades de la segunda mitad del siglo XIX fue con el mismo tenor que se cuestionó los ‘desbordes’, borracheras, copamiento del espacio público y desordenes de otras festividades, tales como el carnaval o el dieciocho, festividades en que la confrontación y el ataque a la autoridad pública no fueron escasos, como tampoco fue extraño que en momentos de quiebre político y social las fiesta de navidad se prestaba para el desorden y la sublevación de los trabajadores, tal como sucedió en Copiapó mediando la Navidad de 1851″, detalla el historiador.
La tensión entre elites y sujetos populares era parte de un proceso más profundo. Según Godoy “la Navidad se inscribe en un gran proceso de transformación del mundo festivo suscitado en Chile desde 1840 y profundizado en la segunda mitad del siglo XIX”. Y allí hay costumbres, como la instalación de pesebres, que evidencian parte de esa transformación. Nada raro en una sociedad que por entonces, transitaba de la tradición -arraigada al mundo campesino y rural-, hacia la modernización guiada por la religión secular de la elite liberal, el progreso.
“El pesebre tiene una alta raigambre popular y pública, formando parte del catolicismo colonial y barroco, donde se ofrendaba y celebraba el nacimiento de Jesús, formando parte de las celebraciones populares en los espacios abiertos e iglesias que presentaban sus propios pesebres ricamente elaborados y adornados”, explica Godoy.
Sin embargo, tal como lo detalla el historiador en su nuevo estudio, poco a poco esa tradición comenzó a modificarse en la medida que también lo fue haciendo la sociedad. La modernización y expansión capitalista del país se hizo con acento europeo, por influencia de la inmigración y los modelos que habían a la vista; Francia en la cultura y el modelo político, Reino Unido en el comercio y la marina. De esa forma, la Navidad pasó a tener un lenguaje público y privado más cercano a como se conoce hoy, con cuidados árboles de navidad y celebraciones en el hogar.
“Como parte del proceso de transformación y modernización impulsado por parte de la elite decimonónica la celebración devino en un momento privado y familiar en torno al pesebre o la representación del nacimiento de Jesús, contrapuesto con la celebración pública que persistía, pero tendía a separar estas dos realidades -detalla Milton Godoy-. De esta forma la privatización de la celebración navideña se inscribe en el amplio proceso de transformación de la sociedad impulsado por las elites que en ‘su afanoso objetivo de europeizar la sociedad chilena, buscó asimilar su modus vivendi de manera total’”.
De esta forma, hacia fines del siglo XIX la tradición (y la importancia) de los regalos también se transformó. “Para esos años, los regalos de Pascua y Año Nuevo eran principalmente golosinas parisienses. En la última década del siglo la práctica de regalar estos objetos importados dio el giro de ser algo entre adultos que se manifestaba en Año Nuevo, a una realidad dirigida principalmente de los padres a los niños, en el día de Navidad”, explica Elisa Silva Guzmán en su artículo mencionado. “Los juguetes, que eran uno entre muchos objetos a comprar para estas fechas, pasaron a ser las estrellas del espectáculo que se daba en las vitrinas de las casas comerciales extranjeras”.
Así la Navidad pasó desde las chinganas en las calles, al pino y el viejo pascuero comprimido en chucherías y adornos navideños elaborados en otro rincón del orbe. “En un país donde el pino no era vernáculo y la nieve no era característica del verano salvo, eventualmente, en la cordillera o extremo sur del país, la idea del árbol de navidad fue eminentemente extranjera e incorporada por los inmigrantes -dice Godoy-. Su asimilación solo se realizaría durante el siglo XX, siendo hacia las primeras décadas una costumbre de extranjeros y de la elite económica y social que se hizo extensiva a la sociedad mediante la publicidad de las revistas del momento, tales como Zig-Zag, Sucesos o la prensa en general”.