César Aira, escritor argentino: "La literatura tiene la decencia de no pretender decir ninguna verdad"
El narrador de 69 años es también un ensayista brillante, como se demuestra en la recopilación Evasión y otros ensayos ya disponible en librerías.
En uno de los textos recopilados en Evasión y otros ensayos César Aira (1949) tiene ocasión de lamentar la pérdida en las novelas actuales de los "paños púrpuras", los pasajes descriptivos que interrumpían la acción por un momento; tal pérdida, como otras, se debería en parte a la predicación autobiográfica de cierta literatura contemporánea, así como al abandono de la labor artesanal en ella; de hecho, señala, el trabajo que ahora respalda la novela ya no es el de la escritura, sino el de la publicación.
En su propia y fecunda labor de novelista, los "paños púrpuras" de Aira han sido menos las descripciones que las reflexiones de toda índole, desde las consideraciones de teoría literaria hasta las digresiones casi filosóficas, a veces sorpresivas o provocadoras, siempre originales y estimulantes. Estas mismas virtudes ha exhibido en su labor de ensayista, quizá menos conocida, parte importante de la cual está desperdigada en artículos o conferencias que se ha negado a recoger en libro. Evasión y otros ensayos viene a corregir mínimamente esta desafortunada opción del autor, recopilando ensayos en los que retoma algunas de sus obsesiones: la literatura como goce, los derroteros del arte contemporáneo, la evasión; también escribe sobre los procedimientos de escritura de Raymond Roussel o sobre Dalí y la genialidad, o más bien la declaración de genialidad.
Ser un gran escritor o un genio, ¿fue una ambición de sus personajes o alguna vez fue suya?
Creo que la ambición de ser un genio es peligrosa, se parece demasiado a la simulación de la locura, que a su vez se parece demasiado a la locura. A veces he pensado que, si no hay ambición y se asume directamente la condición de genio, la vida se simplifica. Ser un genio es más fácil que ser un buen escritor, porque para llegar a ser un buen escritor hay que trabajar mucho, producir, cuidarse de los pasos en falso, vivir en estado de permanente tensión por la competencia de los colegas. El genio en cambio vive en la dorada ilusión donde nada lo afecta. Que viva engañado no es un problema, yo diría que es una ventaja porque lo pone en sintonía con la ilusión general.
En su ensayo sobre el ensayo destaca su elegancia, lo llama "género dandy".
Dentro de la llamada "no ficción" el ensayo, por su condición literaria, es decir artística, puede permitirse libertades que ni siquiera en la novela o la poesía están permitidas. Es un género maravillosamente anfibio: en la superficie pretende hablar seriamente sobre su tema, pero su textura sugiere que lo que lo mueve de verdad es el placer de escribir por escribir, sin preocuparse por su tema más allá de las posibilidades que ofrece de hacer bellas frases.
A pesar de su interés por la filosofía o el arte, ha postulado la superioridad de la literatura...
Cada vez me convenzo más de que la Filosofía es un puro juego de palabras, interno a cada idioma. Poner entre paréntesis palabras en griego o en alemán no soluciona nada. Sigue siendo un pasatiempo de la mente, afín a los crucigramas. La literatura, que es un gran juego de palabras que se asume como tal, tiene la decencia de no pretender decir ninguna verdad.
Dice que la narración entendida como una artesanía requería un trabajo y un aprendizaje. ¿Eso se ha perdido?
El honesto y esforzado trabajo artesanal de la narración ha persistido en la novela comercial, donde no sirve más que para reforzar convenciones y prejuicios, y para llenar las librerías de gruesos volúmenes de tedio. En la literatura propiamente dicha, por acción de vanguardismos mal entendidos, cualquier cree poder escribir.
No parece muy entusiasmado con la literatura actual, al menos con parte de ella, especialmente la tendencia autobiográfica.
Suena paradójico, pero cuanto más autobiográfica es una novela más se parece a todas las otras novelas autobiográficas. Creo que se debe a que los que escriben novelas proceden en general de la clase media urbana en la que las experiencias vitales se han estandarizado. También suena paradójico que hace 100 años, cuando los escritores vivían precariedades, guerras, aventuras, no se les ocurría escribir sobre sus ricas y variadas experiencias personales sino que hacían literatura fantástica, o surrealista, o folletinesca. Pero creo que en realidad no son paradojas sino simples causas y efectos.
De otros géneros a veces menospreciados (literatura de evasión o policial), parece ser un defensor...
No lo plantearía en términos de "atacar" o "defender". A esta altura de mi vida (de mi vida de escritor y de la otra, aunque la otra también fue vida de escritor), puedo darme el lujo de ser un observador imparcial y desinteresado. De la novela policial aprecio su honestidad, su artesanía, la ocasional inteligencia de un argumento, su abundancia y su condición de lectura presente y sin futuro, porque la novela policial es por excelencia la lectura que no se relee. En cuanto a la "evasión", le doy una definición particular, que no sé si habrá quedado clara en mi ensayo sobre el tema.
La pienso como la lectura que nos saca de nosotros mismos, que moviliza la categoría espacial y nos permite expandirnos más allá de nuestra miseria sicológica. Entre los maestros de la literatura de evasión incluyo a Shakespeare, Proust, Kafka, Dante...
Precisa que los procedimientos de Raymond Roussel son de escritura, no de lectura. ¿Es el lector la categoría básica?
La lectura es una actividad que aun en su mayor refinamiento conserva algo de infantil. Es una entrega. Últimamente, viendo a mi nieto de dos años, pensaba cómo ese niño indefenso, frágil, dependiente, es a la vez el centro de la familia, todos lo obedecen y él se sale siempre con la suya. Se me ocurre que pasa algo parecido con el lector: abdica de sus capacidades de movilidad, de habla y hasta de pensamiento. La página escrita se mueve, habla y piensa por él. Ese voluntario despojamiento es una liberación de las limitaciones que nos imponemos al empeñarnos en ser nosotros mismos.
Más de una vez señala que el tiempo es la más deprimente de las categorías mentales...
Lo pienso en contraste con el espacio, al que veo como la categoría feliz. En el espacio podemos movernos, mirar, oler, tocar, oír, buscar, encontrar, admirar, en el espacio están los bosques, los mares, las montañas, las bibliotecas, los museos, la gente que queremos... En el tiempo lo único que tenemos es el remordimiento por lo que pasó y el temor por lo que vendrá.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.