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Podía leerse como una comedia de equivocaciones. La radicalización y el fragor político a fines de los 60 llevó a un escenario confuso, si no absurdo, entre la centroizquierda. En vísperas de la elección de 1970, Radomiro Tomic, el candidato de la DC, estaba dispuesto a sellar una alianza con los partidos de izquierda, pero en su tienda había límites: no pactarían con el Partido Comunista, aun cuando este era favorable a un entendimiento con el centro. A su vez, el Partido Socialista había aprobado la vía insurreccional en 1967 y no estaba disponible para unirse con la DC. Y el MAPU, recién formado a partir de la Juventud DC, se sentía más próximo a los socialistas. “¿Con quién podía hacer alianzas Tomic?”, se pregunta la historiadora Isabel Torres Dujisin.

Académica de la Universidad de Chile, es autora de La crisis del sistema democrático: las elecciones presidenciales y los proyectos políticos excluyentes. Chile 1958 – 1973. La historiadora observa que para 1970 el gobierno de Eduardo Frei Montalva acusa desgaste y ha perdido la fuerza revolucionaria con que llegó al poder en 1964.

En ese contexto, Radomiro Tomic representa al ala más progresista de la DC y lleva a la elección un programa que exhibe evidente proximidad con el proyecto de Salvador Allende y la Unidad Popular.

¿Cómo se perfilan Tomic y la DC en la campaña?

Enfrentada a la campaña del 70, la izquierda va a ver en Tomic a un adversario, no un hombre que está más cercano a ellos: hay que atacarlo, más que la derecha, porque desde ese sector había cierta competencia en el electorado. Es un escenario rígido, que se define como suma cero, cuando no hay posibilidades de alianzas. En ese contexto la DC busca perfilarse como un partido de cambio, acorde con los tiempos de transformaciones profundas, estructurales, en la base del sistema, pero distinta y competitiva con la izquierda y la derecha, se planteaban algo distinto al capitalismo salvaje de la derecha y al marxismo totalitario de la izquierda.

Es una DC que quiere mantener su perfil progresista, diferenciándose de la izquierda y también de la derecha, una derecha que la ve cortoplacista, que busca el enriquecimiento y que carece de una preocupación social. Por ahí, en esas aguas, se va a mover la campaña del 70.

¿El gobierno de la DC le allanó el camino a la UP?

En algún sentido sí, porque la Democracia Cristiana en el gobierno, sobre todo hasta el 67, va a abrir un campo de participación popular muy importante. El tema de la promoción popular, apoyar la participación de las mujeres, los jóvenes, los pobladores, va a sembrar una mayor participación y democratización, pero paradojalmente quien principalmente va a cosechar eso no va a ser la DC sino la izquierda, lo que se explica también por el clima de izquierdización social que se vivía en Chile y en general en el mundo.

Si uno hace el cálculo de cifras de resultados electorales, la izquierda va a mantener más o menos su electorado. Incluso baja un poco de la elección anterior (de 38,9 % a 36,6%), triunfa porque las fuerzas se reparten en tres tercios, no porque la DC esté en el suelo, aunque hay votos de la DC que se van a la izquierda, no es casual la salida del MAPU en 1969.

¿Cómo reacciona la DC frente al triunfo de Allende?

Tomic rápidamente reconoce el triunfo de Allende. En un gesto republicano, va inmediatamente a saludar al candidato que ha obtenido la primera mayoría. Ya sabemos que de acuerdo a la Constitución del 25, el Congreso ratificaba sobre las dos primeras mayorías relativas. Allende saca la primera mayoría, Tomic es el tercero y rápidamente pasa a reconocerlo, antes de la ratificación del Congreso. Hay ahí una señal importante. Creo que la Democracia Cristiana, por todas las tensiones internas, toma bien el triunfo de Allende; habría sido peor para la DC que hubiese ganado Alessandri, habría sido un retroceso político mucho mayor.

¿Qué sentido tiene el Estatuto de Garantías Constitucionales?

Son las aprensiones que forman parte del imaginario de la Guerra Fría. El estatuto de garantías democráticas da cuenta de eso, es una especie de recuento de los temores, usted me promete que no va a hacer esto, que no va a hacer esto otro. Eso es lo que la Democracia Cristiana teme que suceda, por algo pide ese estatuto de garantías. ¿Cuáles son? Que se va a mantener la libertad de prensa, los partidos políticos, que se va a mantener el Congreso. Es decir, todas cosas que forman parte del imaginario de miedos no confesados de la Democracia Cristiana. La DC teme que con la Unidad Popular en el gobierno, los sectores más radicales quieran acelerar el proceso y distanciarse del programa.

La derecha intenta negociar con la DC para que voten por Alessandri, este renuncie y en nuevas elecciones gane Frei. ¿Por qué no prospera ese acuerdo?

Probablemente eso habría significado dividir el partido, y habría dejado a la DC muy debilitada. El otro riesgo es que si era parte de esta maniobra con resquicios legales, en contra de una práctica democrática, abrían las compuertas para que dentro de la izquierda, principalmente los sectores más radicalizados, argumentaran sobre las mecanismos de la democracia burguesa que no respetaba las decisiones de mayorías, y por lo tanto, no tenía sentido mantenerse en esa lógica. El PS a raíz de las elecciones de 1964 y el apoyo de la derecha a Frei como mal menor, definirá en el Congreso de Chillán del 67 la legitimidad de la vía insurreccional y la desconfianza en la vía electoral, las elecciones eran en el fondo un mecanismo para que los mismos sectores mantuvieran siempre el poder. En ese sentido, creo que el PC también habría puesto en discusión la democracia, la “burguesa”.

¿En este contexto cómo opera el asesinato del general Schneider?

Este hecho, el asesinato del comandante René Schneider, contrariamente al objetivo que había detrás, demostrar la ingobernabilidad que produciría la llegada de la izquierda, operará en el sentido contrario, siendo un hecho determinante que impedirá cualquiera posibilidad de alianza de la DC con la derecha. Schneider era un hombre constitucionalista y su asesinato vinculado a grupos de extrema derecha, será un factor que va a poner la balanza a favor de la primera mayoría, Salvador Allende.

¿Cómo se desarrolla la relación de la DC con Allende en el gobierno?

Inicialmente la DC va a estar bastante expectante y no será una oposición dura. Creo que el punto de inflexión es el año 1971, con el asesinato de Edmundo Pérez-Zujovic por el VOP (Vanguardia Organizada del Pueblo). Como ministro del Interior de Frei, Pérez-Zujovic era el responsable político de la masacre de Pampa Irigoyen en 1969. La izquierda lo responsabilizaba, y la DC acusa a la izquierda de haber culpabilizado a Pérez-Zujovic.

El asesinato va a marcar un antes y un después. Los sectores del ala más derechista de la Democracia Cristiana sentirán que tenían razón frente a sus temores o aprensiones, será uno de los factores que llevarán al partido a tomar posiciones más críticas hacia el gobierno de la UP.

Finalmente la DC va a pactar con la derecha en oposición a Allende

La DC apoya el paro de octubre del 72, pero eso tiene que ver con otra situación o cálculo: en marzo del 73 eran las elecciones parlamentarias. El paro de octubre del 72 es convocado por los camioneros pero después se suman colegios profesionales, universitarios, secundarios, otros sectores que se planteaban como agrupaciones apolíticas. Indudablemente detrás están los partidos de derecha, el apoliticismo en ese momento no existía y en general no creo que existe. En ese sentido, la DC saca el cálculo que si se queda fuera de esta convocatoria integrada por sectores cercanos a su sector, en un escenario polarizado, puede pagar el costo en las elecciones que son cinco meses después. Entonces creo que las parlamentarias fueron un factor importante.

¿En este contexto, la DC termina a favor del golpe?

Sin lugar a dudas, la DC era favorable a una intervención militar, porque consideraban que las FFAA eran las únicas que podían garantizar el retorno a la convivencia y a la normalidad democrática. Hay un intercambio epistolar de Frei Montalva con Mariano Rumor, presidente de la DC Internacional, en el que Frei le dice que la responsabilidad íntegra de la situación que vive el país, refiriéndose al golpe y la violencia desatada, corresponde al gobierno de la UP y el régimen que había instaurado, argumentando que era un gobierno que ya había sobrepasado la legalidad y los militares vienen para restablecer el orden transitoriamente.

Opiniones que posteriormente le van a pesar mucho a la DC, tanto así que hace un par de años atrás trataron de revertir los hechos históricos, dijeron que la posición de la DC está representada en la declaración del Grupo de los 13, que dieron a conocer dos días después del golpe, ahí condenaron categóricamente el derrocamiento del presidente constitucional. La DC fue partidaria del golpe militar, pensaban que sería distinto a lo que sucedió. No era partidaria de la dictadura, pero sí era partidaria de la intervención de los militares en un momento que consideraban crítico y que la UP había sobrepasado la institucionalidad, que eran “marxistas”, por eso al final va a ser golpista.

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¿En qué posición queda la DC después del golpe?

La DC al inicio de la dictadura tuvo una conducta no abiertamente partidaria de la dictadura pero tampoco crítica. Va a aceptar que técnicos militantes de su partido puedan colaborar con el gobierno. Y cuando algunos dirigentes son enviados al exilio o hay problemas con el quehacer de la Iglesia, ahí empiezan a sentir lo que significaba la dictadura. Muchos de sus abogados van a vincularse a la Vicaría de la Solidaridad y trabajar en DDHH. Pero es una DC que va a mantener su posición crítica a la izquierda, sobre todo al PC, por mucho tiempo. Incluso hoy, cuando se forma la Nueva Mayoría y se incorpora el PC, hay sectores importantes de la DC que ven con muy malos ojos su inclusión.

En otro sentido, ¿cómo se afecta su imagen democrática?

Perdió sus credenciales democráticas, que las buscó recuperar en los 80; por primera vez en los 80 la DC va a formar parte de alianzas con otros partidos. La DC era un partido no aliancista, entonces ahí hay un cambio en su manera de ver la política y también va a perder esa impronta de partido progresista; hasta 1970 era un partido de transformaciones, de modernización de la política, y después queda como un partido mucho más añejo, que no sintoniza con las reformas, anquilosado. En contraste, la DC de los 60 era un partido moderno, con propuestas de futuro y ahora es un partido debilitado, sin proyecto de sociedad, volviéndose un partido de cálculos electorales.


Estudioso de las expresiones locales de la Guerra Fría y de la evolución de la izquierda chilena en la segunda mitad del siglo XX, Alfredo Riquelme ha observado detenidamente el juego político que se dio en los gobiernos de Frei Montalva y Allende. De ahí que este profesor del Instituto de Historia de la UC y autor de Rojo atardecer (2009) estime necesaria una mirada global para entender las relaciones entre la DC y la UP, y que releve ciertos episodios que algunos han desdeñado por considerarlos meramente coyunturales.

¿Qué queda, hacia fines del gobierno DC, del entusiasmo de 1964?

La trayectoria de la DC entre el 64 y el 70 es bien paradójica. Mirándolo hoy, el gobierno de Frei era exitoso en varios aspectos. Están las reformas, pero también su performance económica es buena, mirada en una duración larga. Donde no tiene el mismo éxito es en el terreno político. Le sucede algo que los estudiosos han llamado las dificultades de los reformadores para llevar adelante sus reformas y, al mismo tiempo, tener éxito político, porque se produce “la revolución de las expectativas”. Con esto uno se refiere, sobre todo, a las expectativas populares que genera el proyecto democratacristiano: la Reforma Agraria, la Promoción Popular. Pero el problema es que no sólo genera expectativas en los sectores populares, sino que se pone al servicio de su organización y empoderamiento.

Entonces, entre 1964 y 1970 Chile es una sociedad mucho más rica desde el punto de vista del protagonismo de distintos actores sociales, gracias a la acción del gobierno, pero esas acciones sociales no se alinean con las políticas del gobierno.

Por otro lado, hay otras expectativas enormes: las de la propia DC respecto de sí misma. El partido es lo que Tomás Moulian llamó de “centro excéntrico”, porque está entre la derecha e izquierda, pero no tiene varias de las características de lo que antes, e incluso ahora, se ha entendido como un partido de centro: un articulador de acuerdos hacia la derecha y hacia la izquierda. La DC, cuando surge en 1957 y bajo la conducción de Frei, hasta el 64, quiere ser absolutamente distinta del Partido Radical: quiere ser “radical”, pero en el sentido de ser un partido de centro que plantea reformas radicales, sin alianzas.

Desde los freístas, que serían el ala más a la derecha, hasta los que después van a fundar el MAPU el 69, y la Izquierda Cristiana el 71, hay en todos los democratacristianos de esa época la idea de que el PDC es un partido nacional-popular. El punto está en que todos los partidos políticos aspiran a representar al conjunto. Es una de las paradojas de la democracia liberal, representativa y pluralista: es una competencia entre partidos, pero en la cual todos aspiran a ser hegemónicos, ya sea construyendo alianzas o un respaldo electoral suficiente para no tener que realizar esas alianzas.

Desde la derecha llaman a Frei el “Kerensky chileno”, mientras en su propio partido hay quienes lo empujan a la izquierda. ¿Cómo hace frente la estructura democratacristiana a esta situación?

La trayectoria de la DC a lo largo del gobierno de Frei, y también la relación entre la DC y la derecha, están muy vinculadas a los cambios de la Iglesia católica en los años 60, en Chile y en el mundo. El triunfo de Frei se produce en el momento de mayor apertura en la historia contemporánea de la Iglesia Católica a posiciones de izquierda. Pero se da también un conflicto al interior del campo católico, entre lo socialcristiano, con el apoyo del sector hegemónico de la Conferencia Episcopal y de la jerarquía eclesiástica, y un sector que se radicaliza hacia la izquierda en la época del surgimiento de la Teología de la Liberación, de expresiones como los Cristianos por el Socialismo. Está la Reforma Universitaria, que no por casualidad empieza en la U. Católica, impulsada por jóvenes que están asociados al ala más radical de la JDC, que son los que después van a conformar el MAPU.

Que van a encabezar una “fuga”...

Lo que surge ahí es una nueva generación de estudiantes, y luego intelectuales y políticos católicos, que hacen con la DC algo bastante parecido a lo que Frei, Leighton, Tomic y otros habían hecho en los 30 con la Falange Nacional frente al Partido Conservador: el MAPU es a la DC de Frei lo que había sido la Falange Nacional al Partido Conservador.

En julio de 1970, Patricio Aylwin, que no era precisamente un DC chascón, afirma que los democratacristianos “somos gente de izquierda”. Poco antes, Radomiro Tomic dice: “Hemos hecho mucho, pero no hemos hecho la revolución”. ¿Dónde se sitúa el partido?

En 1964, toda la DC se siente revolucionaria en relación a la estructura social de Chile: es partidaria de cambios sociales profundos a los que se les pone la etiqueta de “revolución en libertad”. Ahora, cuando en los años 60 se habla de revolución, no es en el sentido de una ruptura del orden institucional, sino en términos de una gran transformación económico-social. Y en esto no sólo está la DC: la idea del PC de vía pacífica al socialismo incluye la idea de una revolución económico-social que no requiere de una revolución política.

Uno podría decir que lo que en Chile predomina, que aquello por lo que la gente vota por la DC y por la izquierda, no es echar abajo la institucionalidad, sino que haya reformas económicas y sociales. Ahora, ocurre que durante el gobierno de Frei hay sectores juveniles que empiezan a plantearse una revolución anticapitalista. Se habla de “vía no capitalista de desarrollo”, que se aproxima mucho a la visión de la izquierda de una transformación socialista, pero con democracia y libertad.

Para ser candidato del partido, Tomic propone en 1969 una “unidad popular” junto a la izquierda. ¿Cómo se puede entender esta posición, que no logra derrotar la tesis del “camino propio”?

Tomic fue el líder histórico del ala izquierda que siguió en la DC, pero sus convicciones políticas son muy parecidas a las de quienes se van al MAPU y después a la Izquierda Cristiana, y también son muy parecidas a las de muchos que siguen adentro. Él encarna esa ala de izquierda, que es la primera mayoría nacional en las elecciones parlamentarias del 73: ni siquiera durante el gobierno de la UP la DC se alinea completamente en una posición más conservadora o más derechista. Encarna una continuidad con el gobierno de Frei, pero una continuidad que implica superarlo. Cuando dice, “no hemos hecho la revolución”, hay en Tomic una constatación de algo en lo que, yo diría, la historia le ha dado la razón: para llevar adelante transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales profundas, que él llama “revolución”, se requiere una unidad muy amplia del centro y la izquierda, que a su vez se articule con este gran mundo popular organizado que el gobierno de Frei potenció.

Para hacer los cambios que Chile necesita ya no sirve el camino propio, piensa Tomic, sino la “unidad social y política del pueblo”.

Ahora, si uno mira su programa y el de Allende, más allá de la retórica ideológica, que es distinta, hay una gran sintonía, pero el problema es que Tomic no logra que ese proyecto vaya acompañado de una alianza más amplia. No lo logra porque dentro de la DC hay fuerzas contrarias a la alianza con la izquierda, pero también porque no hay espacio político en la izquierda para una alianza con la DC.

Y menos una alianza encabezada por Tomic...

Mucho menos encabezada por un democratacristiano, por progresista que sea. El año 1964, después de las tensiones de la campaña, de la “campaña del terror”, etc., la ruptura entre la DC y el PS es feroz, y eso se mantiene durante todo el gobierno de Frei. Distinto es el caso del PC: si uno lee entre líneas sus documentos, siendo claramente un partido opositor, se da cuenta de que, para llevar adelante las transformaciones revolucionarias del programa de la UP, requiere del respaldo de la DC, o fortalecer en ella la hegemonía de sectores más abiertos a la izquierda.

Tras el 4 de septiembre de 1970, se inicia el camino que llevó a la firma del Pacto de Garantías Democráticas. ¿Cómo ve ese acuerdo?

Es muy interesante pensar en una coyuntura como la que se da entre el 4 de septiembre y el 24 de octubre, cuando votan los parlamentarios, con el significado que tenía la posibilidad de que un candidato socialista marxista llegara al gobierno de un país en la esfera de influencia norteamericana. La votación del 24 de octubre se hace con el Comandante en Jefe del Ejército agonizando. Hay una coyuntura muy crítica, pero la DC vota por Allende, y lo hace en primer lugar, creo, por esta tradición democrática de apoyar a la primera mayoría, pero también por las afinidades programáticas.

Sin embargo, la DC no puede votar por Allende dada su permanente crítica a la izquierda por su admiración a regímenes socialistas dictatoriales. No puede dar este apoyo sin darle forma jurídico-política a lo que ha constituido el discurso de la propia izquierda respecto de que en Chile se va a llevar adelante una transición al socialismo en democracia, en pluralismo y en libertad. Entonces, lo que hace es cobrar la palabra y darle forma jurídica a lo que la izquierda no debería tener problemas en conceder.

Lo que hay es, en el fondo, la construcción de un acuerdo político que le da más fuerza jurídica a ciertas libertades y derechos constitucionales. Muchas de esas cosas ya están en la Constitución, sí, pero de una manera genérica. Lo que hacen las garantías constitucionales es precisar cómo se asegura que esas libertades y derechos se respeten. Primero, la libertad de expresión: se regulan constitucionalmente cosas bastante específicas y materiales, como el acceso de papel a todos los medios de comunicación, la inexpropiabilidad de los medios de comunicación, que sólo pueden ser expropiados en virtud de una ley votada por el Congreso Nacional, cuestión que no se establece para otras áreas de la economía.

Por otro lado, está la autonomía de las organizaciones de lo que hoy llamaríamos la sociedad civil: se les da un estatuto constitucional a sindicatos, juntas de vecinos, centros de madres. Se asegura que no estén subordinadas al poder del Estado, pero sin poder convertirse en órganos de poder, lo que se opone a cualquier tentación de establecer un poder popular o un tipo de relación alternativa a las instituciones de la democracia liberal (…). Se refuerza el modelo chileno de democracia.

¿Hay acá, dice usted, una reforma constitucional que va mucho más allá de un acuerdo para que nadie “se pase de listo”?

La principal motivación de la DC es evitar un desborde de la vía chilena al socialismo hacia una vía totalitaria. Y la motivación principal de los sectores más radicales es pagar un peaje para llegar al gobierno. Pero, finalmente, quien llevan adelante el estatuto son juristas, constitucionalistas democratacristianos y de izquierda, y lo que hacen es reforzar el modelo chileno de democracia representativa y pluralista; también, reconocer los avances en organización, en autonomía de la sociedad civil. El Estatuto de Garantías Constitucionales ni siquiera fue tan valorado por uno y otro sector, porque fue más leído en esta clave política.

El propio Allende, cuando lo entrevista [Régis] Debray y le toma una especie de examen revolucionario, se siente compelido a decir que fue como un peaje por el que tuvo que pasar para llegar al gobierno, y eso se ha repetido una y otra vez.

Pero creo que fue mucho más que eso: se suma a la reforma que estableció la función social de la propiedad, en 1967, y convirtió la Constitución Liberal de 1925 en una constitución mucho más avanzada desde el punto de vista de garantizar derechos y libertades individuales y sociales.

¿Cómo examina la deriva de la DC entre la firma del Estatuto y el Golpe de 1973?

Lo del Estatuto de Garantías Constitucionales plantea lo que puede ser una especie de legado histórico de un acuerdo que, en ese momento, sólo funcionó coyunturalmente. Porque, desde 1971 hasta 1973, hay un creciente alegato de la DC de que la UP está incumpliendo el acuerdo y una creciente denuncia de la UP de que la DC se está sumando a una coalición para derrocar al gobierno. Mutuamente, le están negando a su adversario el carácter democrático que compartieron en la coyuntura de la elección de 1970.

Desde el punto de vista de la izquierda hay sectores muy influyentes, sobre todo en el PS, que no asumen las consecuencias que tiene el hecho de que Allende haya sido Presidente de la República porque la DC lo apoyó en el Congreso. Una lógica política mínima implicaba que considerara a la DC como un interlocutor, si no un aliado. Impulsado sobre todo por los resultados de las elecciones municipales de abril de 1971, en que la UP bordea el 50%, vino la misma ilusión que tuvo la DC el ’65: el camino propio, ya no de un partido, sino que de una coalición, y la idea de que la izquierda es la que representa al pueblo por sí misma, y que los que están en contra del proyecto de la UP son enemigos del pueblo...

Se adopta un un lenguaje jacobino...

Claro. La consigna central del PS es “avanzar sin transar”. ¿Qué significa eso? Significa avanzar en nuestro proyecto sin considerar a la DC, que era con quien se podía negociar (no con la derecha, que estaba por el golpe desde antes que empezara el gobierno). Entonces, ahí hay un problema que Allende y el PC ven con más claridad, pero al que no logran darle a una expresión política. Al mismo tiempo, la propia DC va entrando en una oposición cada vez más fuerte, producto de experiencias traumáticas, como el asesinato de Edmundo Pérez-Zujovic el 8 de junio de 1971. En el ámbito más político está la partida de la Izquierda Cristiana, que suma un nuevo partido a la UP y le resta a la DC el sector que hacía más de bisagra con el gobierno. Creo también que la misma dinámica de un proceso revolucionario genera fuertes resistencias de poderosos sectores empresariales a los que también está vinculada la Democracia Cristiana.

Ahora, lo trágico es que siempre hubo un amplio ámbito de acuerdo posible entre la DC y la izquierda. Por ejemplo, el proyecto de las áreas de la economía a la que la izquierda llamaba el “engendro constitucional”: [Juan] Hamilton, del ala conservadora de la DC y [Renán] Fuentealba, del ala progresista, convergen en un proyecto que podría haber permitido constitucionalizar y darles fuerza legal a las transformaciones económicas que la UP estaba emprendiendo a través del famoso decreto ley de la República Socialista de 1932.

No hubo caso de que hubiera acuerdo porque en la izquierda se impuso el avanzar sin transar, o sea, que era inaceptable cualquier cosa que fuera menos de lo que estaba en el programa de la UP. Si uno lee hoy lo que la izquierda llamaba el “engendro constitucional” y lo compara con la economía chilena después de la metamorfosis neoliberal que impuso la Dictadura, es un proyecto prácticamente socialista. En fin... son las paradojas de la historia, y es mucho más fácil sacar estas conclusiones a posteriori. Sin embargo, creo que en ese momento hubo democratacristianos y actores de la UP que lo percibían, pero que no pudieron contrarrestar la fuerza de la radicalización que había abierto la dialéctica “revolución - contrarrevolución”.