El destino inesperado de Sergio Muñoz

<P>No era de los que sacaban las mejores notas en el colegio, pero en su casa les importaba más el esfuerzo, y él cumplía en eso. Cuando ya estaba en edad de postular a la universidad, las leyes no estaban en sus planes. Postuló a Psicología y a Arquitectura. Cuando no quedó en ninguna, optó por Derecho. Una vez en la carrera judicial se exigió al máximo. Así fue como se convirtió en uno de los investigadores más acuciosos en sus tiempos de juez, en el ministro más indagador de la Suprema y en el presidente más joven del máximo tribunal. </P>




En diciembre de 1962, Sergio Muñoz Gajardo mostraba su faceta de niño precoz y apenas con cinco años era promovido a segundo básico. Pero su padre era el subdirector de su escuela, la Nº 3 de San Javier, en la Séptima Región, por lo que, a pesar del logro del menor de sus cuatro hijos, lo obligó a repetir de curso. "Era demasiado pequeño, al parecer. Al siguiente año volví a pasar de curso y todavía guardo los dos certificados que me promovieron de grado", cuenta el recién electo presidente de la Corte Suprema.

Eso de ser el menor entre sus pares lo seguiría acompañando a lo largo de su historia. A pesar de su repetición forzada, terminó cuarto medio con 17 años; apenas tenía 41 años en 1998, cuando fue designado ministro de la Corte de Apelaciones; en 2005, a los 48 años, se convirtió en el supremo más joven del máximo tribunal y ahora, a los 56, es el presidente de menor edad en la historia de la Corte Suprema.

El dice que no le importa ser recordado como el que llegó antes, sino por quien lo hizo mejor, al menos en las áreas que a él le interesan. "No hay que olvidar que el máximo órgano resolutivo es el pleno, y que yo sólo formulo propuestas. No sé si va a haber algún sello en mi gestión, pero lo que me propongo es tratar de que se cultive la inclusión, que se reconozca el trato igualitario entre las personas y que se respeten los derechos de todos. Si puedo contribuir a eso, me daré por satisfecho", dice hoy el ministro, sentado en el pequeño living de su oficina, la misma que tenía antes de ser nombrado presidente y que tiene vista hacia calle Compañía.

En ese lugar de espacios amplios y muebles suntuosos, Sergio Muñoz, abogado de la Universidad Católica de Valparaíso, pasa largas horas del día revisando papeles, recibiendo a relatores, dictando sentencias.

Proveniente del sur, él se declara huaso de tomo y lomo, y de clase media esforzada, que ha ganado espacios a punta de perseverancia y creatividad. Reconocido por sus habilidades como investigador en sus tiempos de juez, se hizo famoso tras resolver en sólo 12 meses el caso Tucapel Jiménez, el mismo que permaneció sin avances durante 17 años en manos del ministro Sergio Valenzuela Patiño.

Muñoz se lo adjudica a una capacidad para reconstruir historias y develar los misterios, habilidades que adquirió como actuario en un juzgado del crimen. "Me acostumbré a hacer relatos históricos, de lo más antiguo a lo más nuevo, lo que me permite ordenar el cuento. Lo otro es que no necesito tomar apuntes, y eso me ayuda a concentrarme y a hilvanar en los mismos interrogatorios todos los antecedentes. Todo esto se conjuga con que pienso que no existen diligencias inútiles. A veces, a uno lo tildan de exagerado, pero hay antecedentes que se obtienen gracias a esas decenas de diligencias que ordeno y que a alguien alguna vez le parecieron inútiles", cuenta.

Así se le ocurrieron careos multitudinarios y sorpresivos, con decenas de uniformados; cruces de información entre datos previsionales de los militares y otras agudezas para sacar a la luz a los verdaderos responsables del asesinato del sindicalista. Así también logró esclarecer el oscuro caso Spiniak, uno de los más complejos en términos políticos (aunque dicen que aún le molesta que la famosa Gemita Bueno reconociera en la prensa, y no en su oficina, que ella mintió de principio a fin), y desentrañar los hilos del caso Riggs, que golpeó a Augusto Pinochet por las cuentas ocultas.

Quien mucho abarca...

"Están todos con un poco de nervios por su llegada a la presidencia", cuenta una abogada que lo conoce de cerca y que pide no ser identificada en este reportaje, y agrega: "Por naturaleza, se va a meter en todo hasta entenderlo. Ya lo hizo con la Corporación Administrativa cuando llegó a supremo. Para él no es indiferente no saber cómo funcionan las distintas áreas, por qué, quiénes están ahí, cuánto tiempo llevan, qué hacen. Esta actitud molestó a algunos ministros, que no cuestionan nada y prefieren que las cosas se mantengan en statu quo. El, en cambio, no se queda tranquilo hasta que entiende todo y se asegura de que las áreas funcionan de la manera más proba y eficiente posible".

El mismo acepta que la única forma que tiene de tomar decisiones es interiorizándose. "Además, yo creo que a cada persona se le reconoce en su quehacer, dejándola que exponga en detalle lo que se supone que domina. Si yo entiendo lo que la otra persona hace, podemos llegar a tener un lenguaje común, que hará más eficiente nuestro trabajo en conjunto", dice él.

Ahora mismo, por ejemplo, ha mandado a rehacer varias veces el logo de la Cumbre Judicial Iberoamericana Chile 2014, de la que está a cargo. El no sabe de diseño, pero entiende de qué se trata y sabe que cuando pide que el logo sea una esfera y no un simple círculo, eso se puede lograr. "Me pasa también con los sistemas operativos; no tengo idea de computación, pero sé qué se puede conseguir y, por lo tanto, también sé qué puedo exigir", explica.

Distintos empleados judiciales aseguran que ha integrado cuanta comisión se le pone enfrente: de cuentas corrientes, de transparencia, de administración. "El punto es que el refrán de quien mucho abarca poco aprieta, acá no corre; él todo lo abarca y todo lo aprieta", comenta un funcionario que ha trabajado de cerca con él.

Ese estilo partió en su niñez en San Javier, de donde es oriundo. "Mis biografías dicen que nací en Villa Alegre, pero fue por una casualidad, porque cuando a mi mamá le vinieron los síntomas de parto, su doctor estaba de turno en el Hospital de Villa Alegre, y ahí fui a nacer. Y después, más grande, iba a la piscina municipal a bañarme. Pero mi niñez completa la pasé en San Javier".

Ahí, en ese pueblo de huasos, vida de campo y baños veraniegos en los ríos Loncomilla y Maule, Sergio Muñoz se educó hasta 6º básico. Con una memoria privilegiada, el ministro recuerda a todos sus maestros: Perpetuo Labra hijo, Emilia Navarrete y Clodomiro Araya, sus profesores en la Escuela Nº 3, donde estudió hasta 5º básico; y Perpetuo Labra padre, en 6º básico, cuando se fue al Liceo San Javier. Después, el séptimo y el octavo los hizo en Liceo Blanco Encalada, de los Hermanos de La Salle de Talca. Más tarde terminaría internado en Santiago, en el Instituto Barros Arana.

Ir al colegio no bastaba para los Muñoz Gajardo. Su mamá y, especialmente, su papá, un profesor normalista, se preocuparon de traspasarles a sus cuatro hijos el tesón por mejorar constantemente desde muy pequeños. "En las ciudades pequeñas siempre hay personas que cooperan con las familias, ayudando con las tareas de los niños; profesoras jubiladas, principalmente. Yo iba donde la tía 'Tere'; también tenía al profesor Cisternas, que me ayudaba a leer más y mejor", cuenta Muñoz. No había días libres para el hoy juez. "Pero una cosa es ser constante y estudioso, como era yo, y otra es tener buen rendimiento en el colegio", dice sonriendo. "Yo no me sacaba las mejores notas; más eran cuatros y cincos que seis o sietes, pero me esforzaba", confiesa.

En ese ambiente de perseverancia cultivó la pasión por las letras, habituándose a escribir cosas que él califica como "sin importancia", pero que ya cuando niño le llevaron a ganar un concurso para el Día de la Madre, con un poema que hizo llorar a su profesora jefe, y que él debió leer en público en el acto del colegio y que pasó por tantas manos que terminó perdido. También en esos años labró su espíritu artístico, pintando obras abstractas que aún conserva en un antiguo cuaderno de dibujo. Y adquirió la lógica de las matemáticas, habilidad que hoy aplica como ministro.

En esos años de colegio, curiosamente, él no visualizaba el camino de las leyes. Es más, la carrera de Derecho fue su tercera opción, después de Psicología y Arquitectura. "No quedé en las otras dos, así es la vida, pero no me preocupó. Yo sabía que tenía habilidades humanistas, artísticas y matemáticas, y que lo único que no iba conmigo eran la biología, la química y la física. Cualquier carrera que tuviera que ver con mis áreas de interés estaba bien", se explaya.

Trabajólico

La Escuela de Derecho de la Universidad Católica de Valparaíso, en la que se formó, también selló su carácter. "Es la más exigente del país, y eso te marca y te da una connotación especial. Además, es una continuación del colegio, en el sentido de que los alumnos tienen toda la libertad al actuar como universitarios, pero con profesores que te conocen, dedicados, preocupados de que los estudiantes aprendan. En esa escuela todos nos ubicábamos, de todas las generaciones. Y obvio que la confraternidad y el compañerismo marcan", asegura.

Otros egresados de esa casa de estudios son el ministro Pedro Pierry, y entre los abogados está Ambrosio Rodríguez. "Son todos sesudos y buenos para trabajar", dice una abogada.

Eso de ser trabajólico viene de la mano de su carácter esforzado. "Es una persona con una capacidad que yo nunca había visto antes, extraordinaria, es de otro nivel", explica un ex relator.

Muñoz no es de los que llegan al alba a la Suprema, como algunos ministros mayores que ya a las 6.30 a.m. están en su oficina. El aparece a las 7.50 y se queda hasta que ha terminado todo. Varias veces cuando llega al estacionamiento, el único auto que aún permanece es el suyo. Llegar a su casa no implica el fin de la jornada. Sus subalternos pueden recibir instrucciones a horas tan extraordinarias como las dos o tres de la madrugada.

Todos saben que como presidente de la Suprema ese rasgo, más que atenuarse, se puede agudizar. "El va a estar encima de ti, te va a respirar en la oreja, va a vigilar que hagas tu pega. Pueden existir otros ministros trabajólicos, pero él tiene demasiadas de esas características juntas. Es proactivo, trabajador, incansable y obsesivo. Y, además, es joven, entonces tiene energías de sobra para preocuparse de todo", agrega una funcionaria judicial, que también pide no ser identificada.

Por ejemplo, cuando tiene que emitir un fallo, les pregunta a los relatores hasta cómo andaba vestido el testigo. Los detalles mínimos para él son importantes. En sus votos de minoría cita a decenas de autores, recuerda fallos olvidados y, por ello, esos textos terminan siendo más largos que la sentencia en sí.

El ministro acepta: "Puede haber un exceso de mi parte. Y hasta un sentimiento de culpa: no logro hacer una cuantificación, en términos de tiempo, de cuánto trabajo, pero sí me doy cuenta de los reclamos que recibo por el escaso tiempo que le dedico a la vida familiar".

Casado desde hace más de 35 años y con tres hijos, lo único que pide es no hablar de ellos. En el resguardo de su vida privada es también excesivo. Pero intenta buscar una explicación a su obcecación por el trabajo. "Es por una deformación profesional", dice. Muñoz culpa a sus años como relator, cuando estudiaba los antecedentes de las distintas causas y las exponía ante los ministros. "Para mí, el trabajo de relator es a trato, porque no tiene horario de inicio ni de término de jornada. Si es necesario estudiar toda la noche, bañarse y partir de inmediato a relatar sin haber dormido, entonces hay que hacerlo. Yo lo hice en la Corte de San Miguel, con decenas de excarcelaciones que llegaban el lunes y yo tenía que relatar el martes. Me acostumbré, porque pienso que uno debe hacer el trabajo bien hecho. Al relator se le reconoce por esta carga excesiva de labores y por eso surge más rápido en el Poder Judicial, pero también tiene el peso importante de la privación de la vida familiar", se excusa.

Coleccionista y humorista

Las escapadas a ciudades de otras partes del mundo suplen, en parte, esa falta de tiempo en Chile. En el extranjero se siente en mayor libertad de recrearse y disfrutar. "Generalmente, me voy fuera para las vacaciones. Allá me siento tranquilo y con más libertad, porque nadie me reconoce; aunque acá también voy a veces a las playas o a las termas", confiesa.

Conoce varias partes del mundo, pero le encanta Buenos Aires, donde ve hasta dos obras de teatro al día, corriendo de una a otra parte para llegar a tiempo. Sus compras se concentran sólo en una cosa. "En las ciudades a las que voy al extranjero, compro música: clásica, típica de la zona, instrumental. Tengo de todas las culturas y las oigo", dice. Hasta música china tiene, aunque nunca ha pisado el país asiático. Aprovechó un viaje a San Francisco, California, para visitar Chinatown y traer un CD con música de Oriente. Sus cientos de discos llenan estanterías en su casa y la guantera de su auto.

Mucho antes coleccionó estampillas y monedas. "Yo era huaso del sur y miraba a la capital como muy lejana. La primera vez que mi papá me trajo a Santiago tenía cerca de 10 años. Cuando vinimos y vimos las embajadas, se nos ocurrió. Desde el colegio les escribíamos cartas pidiéndoles monedas y estampillas. Sólo algunos respondían", recuerda.

Pero una vez recibió una sorpresa. La embajada de Estados Unidos les envió a él y a otros tres compañeros la estampilla First man on the moon, que se suponía había viajado a la Luna con Neil Armstrong. "No tengo idea de si fue a la Luna, sé que la embajada me la envió y me dijo eso", cuenta Muñoz. Lo cierto es que lo único que estuvo en la Luna fue el cuño, es decir, la matriz original con la que se imprimieron 120 millones de estampillas que se repartieron por el mundo. Una de ellas está en la colección del ministro, la que traspasó años después a su hijo.

Hoy sólo se dedica a los CD. "Es lo único que compro. Dejé las artesanías, porque en la casa me dijeron que ya no quedan más lugares donde ponerlas", dice, y es la primera vez que este tranquilo y serio ministro se ríe durante la entrevista. El aprovecha de desmentir los mitos acerca de una excesiva compostura de parte suya. "Soy bueno para reírme y para contar chistes en las reuniones sociales, pero no es que tenga un repertorio, sino que las situaciones me hacen recordar uno que otro chiste y lo cuento", afirma, relajado.

Y así como hay situaciones que lo hacen reír, hay otras que lo indignan. "Es duro cuando la pega no se hace como él quiere. Da las instrucciones necesarias, pero le gusta que se hagan exactamente como dijo y no acepta mucho recibir sugerencias, porque siempre tiene una mejor idea. Lo peor es que muchas veces tiene razón", cuenta otra persona que ha trabajado con él en tribunales.

Ese aspecto de su carácter determinó su relación con la prensa, que él califica de amor y odio. "En algún momento intenté llevar una mejor relación con los medios, pero éstos no respondieron. Durante el caso Spiniak, les pedí que fueran responsables con los nombres que lanzaban, porque cada arista que ellos publicaban tras oír un comentario en una comida, yo tenía que investigarla. Si hubieran tenido una fuente fidedigna, les creo. Pero muchas veces se remitían a fuentes que nadie sabía en verdad quiénes eran, entonces estábamos todos en situación de ser investigados".

Muñoz intentó frenar los rumores reuniéndose con los periodistas a diario o día por medio, pues entendió que la gente requería información. "Pero ellos no cumplieron su parte y siguieron lanzando rumores. Terminé con las rondas de prensa, porque podía pensarse que quien filtraba informaciones era yo", comenta.

Su otro encontrón fue a propósito del caso Riggs. "Un día estaba interrogando a un militar, quien al salir no quiso contestar preguntas de la prensa. Por el acoso, fue golpeado por un camarógrafo, volvió a mi oficina y me mostró un corte y hematomas; estaba muy afligido. Ahí, en altavoz y sin perjuicio de que me filmaran, saqué a todos los periodistas del patio. No volví a conversar con la prensa. Después de eso viví un acoso", dice, recordando las miles de fotografías y registros fílmicos que se hicieron de él, subiéndose al auto, bajándose, caminando hacia su oficina. "Un fotógrafo, tiempo después, me confesó que tenía órdenes de fotografiarme cada vez que me veía. Era una exageración", cuenta, y otra vez se pone serio.

Ahora que es presidente de la Suprema, dice, será distinto. "Apenas me nombraron, me dijeron que había varios medios interesados en una entrevista, que yo eligiera y le diera la exclusividad a uno, y que después cerrara las compuertas. Dije que no. Yo voy a establecer un trato igualitario con la prensa. Cuando hablo de inclusión e igualdad en mis fallos es porque de verdad creo en esos valores. Cuando defiendo la libertad de expresión de los medios, también hablo en serio. Yo no podría tener una conducta contraria a lo que he dicho con anterioridad. He dado entrevistas a todos; claro que lo malo es que me preguntan lo mismo", afirma, y vuelve a sonreír.

Sergio Muñoz vuelve a su rutina. Varios relatores lo esperan afuera. Tiene claro que estos dos años a la cabeza del Poder Judicial serán especiales, pero él no quiere tratos distintos: "Estos cargos son de responsabilidades temporales y prestados. No van con la persona. Yo voy a seguir siendo igual, tratando a todos con respeto, sin importar si quien está al frente es mi chofer, un actuario, un relator, un ministro de la corte o el Presidente de la República. No pienso que a unos haya que inclinarles el cuello y a otros tratarlos despóticamente. Yo reconozco la igualdad en todos los seres humanos y eso espero también para mí".

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