Columna de Moisés Naím: Gaslighting
Solo imponiendo altos costos monetarios, legales y reputacionales podrá defenderse la sociedad ante la manipulación de la realidad colectiva.
Por Moisés Naím, analista venezolano del Carnegie Endowment for International Peace.
A final de cada año desde el 2003, el diccionario estadounidense Merriam Webster anuncia su selección de la palabra del año en el idioma inglés. Según el respetado diccionario fundado en 1831, gaslighting fue la palabra más buscada en Internet en el 2022. Peter Sokolowski, el editor del diccionario, declaró a la agencia de noticias Associated Press que este año las búsquedas de esa palabra aumentaron en 1.742% con respecto al año anterior. Estuvo todos los días entre las 50 palabras más buscadas, señaló el editor.
“Gaslighting” es una forma coloquial de referirse a las tácticas y trucos que se usan para que una persona dude de su realidad y cuestione lo que siente, cree y hace. El propósito es debilitar psicológicamente a la víctima para así influir sobre sus percepciones, su conducta y sus decisiones. Esta idea fue originalmente usada en una obra de teatro estrenada en 1938 en Londres y Nueva York y que después fue llevada a la gran pantalla en 1940 y 1944. La película, titulada Gas Light, cuenta la historia de una pareja en la cual, para quitarle dinero, el marido manipula a su esposa hasta el punto en que esta siente que se está volviendo loca. Entre otros trucos el marido había instalado un sistema para que las luces a gas de la casa se prendieran y apagaran cuando su esposa estaba allí sola.
Las constantes mentiras, contradicciones, confusiones, el escepticismo sobre la validez de verdades antes incuestionables y su reemplazo por narrativas falsas, el ataque a la autoestima de la víctima y el fomento de sus inseguridades, el ocultamiento de información y el constante uso de falsedades son solo algunas de las tácticas que utilizan los manipuladores.
La palabra había caído en desuso y no fue sino hasta mediados de los años 90 que volvió a ser utilizada con alguna frecuencia por psicólogos y psiquiatras.
Pero el explosivo aumento de la frecuencia con la cual es ahora buscada esta palabra en Internet no viene de estos ámbitos, sino de la política, donde se están usando cada vez más las tácticas de gaslighting para moldear lo que toda una sociedad cree. De hecho, gaslight se relaciona de cerca con otra palabra que en 2016 fue seleccionada por el diccionario de Cambridge como la palabra del año: posverdad, es decir, la propensión a aceptar una idea como cierta en base en emociones más que en hechos. En los últimos años hemos visto como, en muy diversos países, la opinión pública es influida por líderes y grupos que desdeñan datos, evidencias y hasta la lógica. Un dramático ejemplo de gaslighting y posverdad es el Brexit. Sus promotores hicieron un uso intensivo de los trucos del gaslighting y lograron crear una matriz de opinión publica dominada por la posverdad. Famosamente, cuando al ministro Michael Gove, uno de los líderes del Brexit, se le pidió su reacción a un estudio elaborado por respetados expertos que mostraban lo calamitoso que sería para Reino Unido romper lazos con Europa, su reacción fue “creo que la gente en este país está harta de los expertos.”
Los intentos de influir sobre las opiniones y conductas de una sociedad o parte de ella son por supuesto muy antiguos y la propaganda siempre ha sido un instrumento indispensable en las contiendas políticas. En estos tiempos, sin embargo, la propaganda, la posverdad, la divulgación a gran escala de mentiras y el gaslighting han adquirido una potencia y toxicidad inusitadas. Las nuevas tecnologías de información les permiten a individuos y grupos tener un protagonismo que antes estaba solo al alcance de gobiernos, partidos o corporaciones.
Ya hemos visto las manifestaciones más nefastas del uso de las redes sociales para profundizar las divisiones, diseminar mentiras, y fomentar el caos.
Proteger a las sociedades del uso malsano de estas nuevas plataformas es urgente.
Para lograrlo, es prioritario imponer costos y consecuencias tanto a los agresores digitales como a quienes les facilitan sus inaceptables conductas. Es esperanzador, por ejemplo, ver como tribunales norteamericanos han impuesto penas mil-millonarias a una figura monstruosa como Alex Jones, condenado por difamación contra las familias de los niños asesinados en la masacre de la escuela de Sandy Hook. Igualmente procede un litigio importantísimo iniciado por la empresa Dominion Voting Systems contra Fox News, empresa que según Dominion dedicó día tras día a mentir sobre la confiabilidad de sus sistemas de votación creándole daños y perjuicios elevadísimos. Incluso el mismo Donald Trump empieza a pagar por primera vez costos políticos por gaslightear a la sociedad entera con sus mentiras sobre el fraude electoral, que lo han llevado incluso a pedir la suspensión de la Constitución. Solo imponiendo altos costos monetarios, legales y reputacionales podrá defenderse la sociedad ante el gaslighting colectivo.
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