¿Bye, bye, democracia?

FILE PHOTO: Former U.S. President Trump holds a rally in Wellington, OH
Donald Trump en su primer mitin de campaña posterior a la presidencia en el recinto ferial del condado de Lorain en Wellington, Ohio, el 26 de junio de 2021. Foto: Reuters

“Estados Unidos va en camino a la mayor crisis política y constitucional que ha confrontado desde su Guerra Civil. Existe una razonable probabilidad de que en los próximos tres o cuatro años ocurran situaciones de violencia masiva… y que el país se fragmente en enclaves rojos y azules en guerra entre sí.”

Así comienza un explosivo artículo recién publicado en The Washington Post por Robert Kagan, quien fue hasta el 2016 uno de los más influyentes estrategas en política exterior del Partido Republicano. Su análisis trata temas que, lamentablemente, asociamos más bien a las endebles democracias de América Latina, con su ya conocida propensión al suicidio. El análisis de Kagan marca un hito en reconocer la latinoamericanización de la política en EE.UU.

Su análisis se funda en dos pilares. Primero, que Donald Trump va a ser el candidato Republicano a la Presidencia de EE.UU. en las elecciones de 2024. La expectativa de que su visibilidad e influencia se desvanecerían después de que perdiera la elección de 2020 es una ilusión sin fundamento. Trump tiene el dinero, la maquinaria política y millones de seguidores. Además, en 2024 enfrentará contendores políticamente vulnerables. Trump podría tener problemas legales o de salud que le impidan participar en las próximas elecciones, pero actuar con base en esta suposición es pensamiento mágico, no estrategia política.

Según Kagan, el Partido Republicano ya no se define por su ideología, sino por la lealtad a Donald Trump. Los líderes del partido que no apoyan incondicionalmente al expresidente son sumariamente marginados y ferozmente atacados. El segundo pilar es que Trump y sus aliados están alistándose para garantizar la victoria electoral a través de medios no democráticos, si fuese necesario recurrir a ellos. Los torpes y fracasados intentos de usar demandas judiciales para darle a Trump los votos que le faltaron para ganarle a Joe Biden, así como los aspavientos mediáticos y políticos para persuadir al país de que a Trump le robaron la elección, ya no serán ni torpes ni improvisados. Está en marcha un sofisticado, aguerrido y muy bien financiado proyecto cuyo objetivo es el control del proceso electoral en estados claves, del conteo de votos, así como la redefinición de las autoridades estatales que tienen la potestad de declarar quien ganó la elección en su estado. “El escenario para el caos está montado”, escribe Kagan. Y continúa: “Imagínese semanas de protestas masivas en múltiples estados en los cuales los legisladores y las autoridades locales de ambos partidos declaran ganador a su candidato y denuncian a sus rivales de estar haciendo esfuerzos inconstitucionales para tomar el poder… Los activistas de ambos partidos estarán mejor armados y más dispuestos a utilizar la violencia física contra sus opositores de lo que estuvieron en las elecciones de 2020″.

Kagan alza su voz ante tendencias que son novedosas en Estados Unidos, pero no para los latinoamericanos. Tiene el mérito de percibir claramente que los caudillos como Trump no hacen política como los demócratas, sino que se valen sistemáticamente de tácticas asimétricas para lograr sus cometidos.

Veámoslo así: Osama bin Laden le enseñó al mundo que es la guerra asimétrica, mientras que Donald Trump nos mostró que es la política asimétrica.

La guerra asimétrica es un conflicto armado en el cual una de las partes tiene muchos más recursos y capacidades militares que su contrincante, quien recurre a estrategias, tácticas y reglas no convencionales. En 2015 Donald Trump no tenía un partido dispuesto a llevarlo a la Presidencia, pero contaba con la disposición de romper con todas las reglas y esquemas tradicionales de la política, sorprendiendo y desorientando a sus rivales. Zambullirse en la política asimétrica no solo le permitió adueñarse del Partido Republicano, sino también de la Presidencia de EE.UU. Y aunque no logró ser reelegido en 2020, su éxito como líder de un movimiento que se nutre de la asimetría política es indudable.

¿Qué hacer? ¿Cómo fortalecer la democracia estadounidense e impedir que líderes con propensiones antidemocráticas lleguen al poder? Paradójicamente, la mejor manera de enfrentar la política asimétrica que les da ventajas electorales a demagogos, populistas y charlatanes no es imitándolos. Los ataques a la democracia hay que combatirlos con más y mejor democracia. Las democracias del mundo, y la estadounidense de manera urgente, necesitan ser reparadas y reformadas para responder a nuevas realidades como las pandemias o a viejas malignidades como la desigualdad. Pero antes de discutir iniciativas concretas para defender la democracia y combatir los ataques asimétricos a los que estará sometida, es necesario crear un amplio consenso acerca de lo grave que es esta amenaza. El ataque asimétrico a la democracia no es “más de lo mismo”. Es un fenómeno político diferente con muchos aspectos inéditos. Para derrotarlo hay que entenderlo, crear conciencia acerca de su toxicidad y darle la prioridad que merece.

Ojalá se pueda.

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