Treinta años del Mercado Común del Sur

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El mundo se encuentra experimentando una reconfiguración de la estructura del poder mundial, junto con una crisis de las instituciones internacionales que nos han regido en los últimos setenta años. Frente a los desafíos e incertidumbres que plantea este escenario, no tenemos dudas de que la integración de nuestros países seguirá siendo el mejor camino para impulsar nuestro desarrollo, preservar nuestra soberanía y promover el bienestar de nuestros pueblos.


Este año, el Mercado Común del Sur (Mercosur) cumple treinta años desde su fundación, realizada a través de la firma del Tratado de Asunción en 1991. El Mercosur es un logro histórico de los países que lo conformamos, que nos ha permitido avanzar desde una lógica de rivalidad hacia una de cooperación.

La integración regional tiene en América Latina una larga tradición, en la que podríamos mencionar los trabajos teóricos de Raúl Prebisch ya desde la década del cincuenta, o la fundación en 1960 de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (Alalc). Posteriormente, en 1980, se crea la actual Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) y, a mediados de esa década, comienzan los acercamientos entre Argentina y Brasil (Acta de Iguazú de 1985). A estos dos países se sumarán posteriormente Paraguay y Uruguay para culminar con la creación del Mercosur en 1991.

El bloque nació en un clima de retorno a la democracia en América Latina y desde un principio nuestros países lo entendieron como una herramienta central de cooperación regional para dejar atrás el peligro de las dictaduras y los gobiernos de facto. Nuestros gobiernos entendieron que la eliminación de barreras en nuestra región sería importante para mejorar nuestro bienestar económico y también para eliminar las hipótesis de conflicto que anteriormente existían entre algunos de nuestros países, a través de un proceso amplio de construcción de confianza mutua. Justamente, la lógica detrás de las hipótesis de conflicto que existían previamente en la región es la creencia de que la única forma de ganar algo es sacárselo a otro. Se cambió tal lógica por la de construir intereses comunes sobre la base de necesidades también comunes.

Era la creencia de que las relaciones entre países son un juego de suma cero. Frente a esta forma de pensar, nuestros gobiernos democráticos plantearon un modelo de beneficio mutuo en donde el comercio generaba ganancias para todos los países a través de la ampliación del mercado y de las economías de escala y de especialización, haciendo más competitivos a nuestros sistemas productivos y beneficiando a todas las partes. Lo mismo, se entendió, podía hacerse en materia política, social, cultural y educativa. Se trata de un modelo de cooperación frente a otro de conflicto.

La cooperación dentro del Mercosur se extendió a numerosos ámbitos: la cultura, la educación, la ciencia y la tecnología, la confianza lograda en materia de defensa y de desarrollo de la energía nuclear (aspecto fundamental en la década del ochenta), la construcción de una ciudadanía común, la coordinación de políticas sociales y económicas, etcétera. Los ámbitos de trabajo conjunto en el bloque son múltiples y variados y se van modificando a medida que los cambios en el contexto internacional y en el de nuestros países así lo requieren.

Comenzando en 1991 creamos una zona de libre comercio para que nuestros bienes y servicios circulen sin restricciones, y también un arancel externo común que permite administrar el intercambio con el resto del mundo. Esto permitió que nuestro comercio mutuo creciera vigorosamente. Conseguimos también promover un intercambio de productos con valor agregado entre nuestros socios que permitió dinamizar actividades de exportación no tradicionales y creadoras de puestos de trabajo de calidad (biocombustibles, química y petroquímica, plásticos, productos farmacéuticos, siderurgia, automotriz, entre otros rubros). Efectivamente, mientras que los países del Mercosur son tradicionalmente fuertes exportadores de productos primarios, muchas de las exportaciones que se realizan entre los socios del bloque son productos industrializados, destacándose el comercio automotor (casi un 50% del comercio entre Argentina a Brasil).

Al mismo tiempo, trabajamos en la armonización de reglamentos técnicos para que estos brinden seguridad a la producción y a los consumidores sin impedir innecesariamente el comercio. En materia de salud pública, la coordinación entre nuestros países ha sido siempre importante, y más aún durante la actual pandemia de Covid-19. Nuestros ciudadanos pueden también radicarse en otro país del bloque y trabajar libremente de manera fácil, algo que no es común en el resto del mundo.

En 2004 creamos el Fondo de Convergencia Estructural del Mercosur, mediante el cual se han volcado al día de hoy más de US$ 1.000 millones en préstamos no reembolsables para proyectos de infraestructura y desarrollo productivo, entre otros, lo que nos ha permitido incrementar la competitividad de nuestras economías y mejorar nuestras condiciones de vida, en especial en las zonas más atrasadas de nuestros países.

Por otro lado, desde sus primeros años el Mercosur buscó acuerdos comerciales con todos los países de la región, lo que permite que hoy día haya construido un área de libre comercio con la mayor parte de los países de América Latina. Asimismo, hemos negociado también acuerdos comerciales con la Unión Europea, la EFTA, Israel, Egipto, India, los países del sur de África, entre otros. El Mercosur no es un bloque cerrado al comercio exterior, sino una plataforma para que nuestros países se proyecten al resto del mundo.

Como siempre sucede, no todas las expectativas que la creación del bloque generó pudieron ser cumplidas. En ese sentido, aunque el comercio industrial y de alto valor agregado es importante entre los socios, queda aún mucho por hacer en materia de políticas industriales activas. La expectativa inicial de que el mercado ampliado por sí solo impulsaría al comercio de nuestras industrias, no fue correcta. Frente a esta realidad, el bloque ha tenido dificultades para desarrollar políticas conjuntas de desarrollo de ventajas competitivas que sirvan para distribuir equitativamente las ventajas de la integración regional entre los socios.

Creemos que el sentido de la integración es buscar acuerdos, respetando la diversidad de nuestros países. Aun cuando pensemos de manera diferente en ciertos temas, prima en última instancia la voluntad de querer integrarnos, nuestra agenda común. Nuestros países impulsan un regionalismo solidario en materia política, económica y social, porque sabemos que enfrentar las dificultades unidos nos hace más fuertes.

El Mercosur es el instrumento de política exterior más relevante de los últimos treinta años para nuestros países. Se trata, en definitiva, de una política de Estado que se ha preservado más allá de los cambios de gobierno. En estos treinta años hemos logrado muchas coincidencias: el compromiso con la democracia como una condición fundamental para la vida de nuestros pueblos; el respeto por los derechos humanos como un valor esencial e irrenunciable para la convivencia; el reconocimiento de nuestra diversidad; la coordinación de nuestras políticas de crecimiento para integrar nuestras estructuras productivas. Este es un trabajo que debemos seguir realizando día a día, para que dentro de treinta años podamos mirar hacia atrás, tal como hacemos ahora, y sentirnos orgullosos de lo que hemos construido.

El Mercosur y Chile poseen una relación de alto nivel. Chile es Estado Asociado del bloque desde el 25 de junio de 1996, momento en que fue formalizada su asociación a través de la suscripción del Acuerdo de Complementación Económica Mercosur-Chile N° 35 (ACE 35), durante la X Reunión de Cumbre del Mercosur en la Provincia de San Luis (Argentina). Mediante dicho instrumento comercial y tras la consecuente implementación del cronograma de desgravación arancelaria dispuesta en dicho acuerdo, el Mercosur y Chile poseen actualmente libre comercio de bienes.

El mundo se encuentra experimentando una reconfiguración de la estructura del poder mundial, junto con una crisis de las instituciones internacionales que nos han regido en los últimos setenta años. Frente a los desafíos e incertidumbres que plantea este escenario, no tenemos dudas de que la integración de nuestros países seguirá siendo el mejor camino para impulsar nuestro desarrollo, preservar nuestra soberanía y promover el bienestar de nuestros pueblos. Todo poder es débil, a menos que permanezca unido.

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