Soportando el quiebre de The Beatles, la animosidad contra su flamante esposa –ataque con helado en la cara incluido- y a la imposición de un manager que no aguantaba, Paul McCartney se refugió en Escocia, donde vivió oscuros momentos, pero que terminaron por volcarse en la creación de un álbum hecho completamente a pulso. Grabado en el living de su casa, y con todos los instrumentos tocados por él, traía joyas como “Maybe I’m amazed” donde exorcizó sus iras, y le dio el impulso para dejar atrás el fantasma de su banda madre.