Arancha González Laya es una de las mentes lúcidas y certeras que está analizando los efectos de la segunda vuelta legislativa en Francia. Decana de la influyente Escuela de Asuntos Internacionales de París (PSIA), es la primera mujer que dirige la tercera escuela de Política y Estudios Internacionales del mundo. Pero no solo es una académica y jurista de renombre, también conoce de la práctica política e internacional: entre 2020 y 2021 fue ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación de España, durante el gobierno de Pedro Sánchez. Anteriormente fue secretaria general adjunta de Naciones Unidas y directora ejecutiva del Centro de Comercio Internacional (2013-2020). Entre 2005 y 2013 fue jefa de gabinete del director general de la Organización Mundial del Comercio, Pascal Lamy.
Desde París, vía Zoom, conversa con La Tercera sobre el complejo momento político francés, las lecciones que se pueden sacar a nivel global y el antídoto que deberían desarrollar la socialdemocracia y el centrismo si pretenden hacer frente al auge de la ultraderecha, que pese a quedar en tercer lugar pasó de 89 a 143 escaños.
¿Cree que lo que ha pasado en Francia muestra una revitalización de la izquierda o esto es sólo un compás de espera, como dijo Marine Le Pen, hasta que gane la extrema derecha?
Bueno, creo que esto es una cuestión democrática, y lo que ha salido muy bien parado de este ejercicio es la democracia, porque se oponían dos visiones de lo que era Francia. Una visión mucho más sectaria, con divisiones, con hostilidad hacia el otro, y otra Francia mucho más integradora, donde caben todos. Pues el resultado ha sido este: participar, debatir, defender, esto es la democracia. Y esto es muy importante para los que nos hablan de antipolítica, para quienes pretenden que no hay que participar porque no sirve para nada.
Funcionó el llamado “cerco sanitario” que propuso el Presidente Macron, pero ahora, ¿qué pasa? ¿Cómo se puede hacer gobierno con todas las diferencias que hay entre quienes no votaron por la ultraderecha?
Me parece que hemos aprendido dos cosas. Primero, que a la ultraderecha se la puede vencer, que la victoria de la ultraderecha no es ineluctable. Hay que desvelar y hay que desnudar qué ofrece, y hacerle una contrapropuesta a la ciudadanía. Y la segunda cosa que hemos aprendido es que los ciudadanos franceses lo que han pedido es un compromiso, han pedido que sus fuerzas políticas construyan un nuevo pacto. Y ahora la cuestión es si las fuerzas políticas a las que se les ha pedido aquello, que van desde la izquierda a la derecha, van a ser capaces de hacerlo. Porque, evidentemente, si no son capaces de hacerlo, en algún momento el ciudadano va a llegar a la conclusión de que quizás tiene que dejar paso a la ultraderecha.
Además de la unión de la derecha tradicional y la izquierda contra la ultraderecha, influyó en el resultado que el partido de Le Pen (Agrupación Nacional) comenzó a revelar más: por ejemplo, una candidata que tenía un gorro nazi, propuestas de Jordan Bardella de diferencias con los que tienen doble nacionalidad…
Bueno, yo creo que ha sido un ejercicio muy importante de gatopardismo: la ultraderecha se ha presentado con un vestido nuevo. No hablando de su programa -porque eso trató-, pretendió esconder su verdadera naturaleza, pero en cuanto los ciudadanos y, sobre todo, la prensa, que ha cumplido con este cometido suyo de buscar expresar cuál es la verdadera naturaleza, la ultraderecha la ha mostrado. Y ha mostrado que sigue teniendo una versión muy sectaria del país.
¿Esa estrategia de gatopardismo es global? Hay quienes dicen que no se la puede llamar ultraderecha, sino “nueva derecha”.
Yo creo que hay una diferencia entre la derecha y la extrema derecha. La línea es la democracia, el respeto por los principios y los procedimientos democráticos. Y cuando se empieza a erosionar la democracia, por ejemplo, cuando se erosiona el principio de igualdad, o el principio de justicia -cuando se dice que la justicia es para tontos, como hemos escuchado de esta extrema derecha- o cuando se acaba con la libertad de prensa, o cuando se empieza a manipular la judicatura, entonces eso ya no es un partido conservador, eso es un partido de extrema derecha. Es un partido que lo que busca es degradar la democracia y esa es la línea divisoria. Lo hemos visto en Estados Unidos, en Europa, y lo estamos viendo en América Latina. Y esa es una línea divisoria que hay que tener muy clara.
A veces, los partidos tradicionales de derecha se endurecen o asimilan a la extrema derecha, para no perder votantes, como sostiene el académico Cas Mudde. En España, hay miembros del Partido Popular no tan lejanos de Vox.
Bueno, ha ocurrido algo muy interesante esta semana y ha pasado un poco desapercibido, es que habido una recomposición de un grupo político en el Parlamento Europeo. Vox, que antes estaba en el grupo político con Meloni, decidió pasarse a otro grupo político constituido principalmente por Orban y Le Pen. Bueno, ahí hay un realineamiento interesante. Yo creo que está marcando una diferencia con Meloni.
¿Qué tipo de diferencia?
Con esta recomposición, este grupo entiende que Meloni es demasiado convencional para sus deseos extremos. O sea, no es que los coloquemos en la extrema derecha, es que ellos se ponen allí. El problema que tienen los partidos conservadores en el mundo es este: si para luchar contra el espacio que la extrema derecha ocupa tienen que convertirse a los principios de la extrema derecha, adoptar su lenguaje, adoptar sus temas, o si, en cambio, tienen que poner sus temas sobre la mesa. Lo que hemos visto es que si uno quiere jugar a ser de extrema derecha, al final, el que gana es la extrema derecha, porque ellos pueden hacerlo sin ningún tipo de filtro. Entonces, primero, no hay que dejar que ellos se apropien de determinados temas, como el patriotismo, como la soberanía, como la defensa de la seguridad. Cuestiones que yo creo que no se puede dejar que se le apropien la extrema derecha ni tampoco la derecha. Tienen que ser cuestiones integradas para todos los partidos, si quieren gobernar. No hay que intentar emular a la extrema derecha, hay que poner sus propios temas sobre la mesa. Esas propuestas cada vez tienen un componente identitario más grande. Acá en Francia, en las elecciones también hay una narrativa por parte de la extrema derecha, que se ha construido sobre la idea del declive del país, una Francia que no es lo que era antes. Una Francia cada vez más insegura, cada vez menos francesa. Bueno, estas son unas cuestiones identitarias que también hay que saber tratar, es una imagen de un país que no responde a la realidad. Pero hay que también responder a eso. Esto es un poco el Make America Great Again (de Trump).
La gran pregunta es qué explica el auge de este tipo de liderazgos radicales, extremos o populistas, como Le Pen o Trump. ¿Cuál es su explicación?
Creo que hay dos componentes fundamentales. Evidentemente una cuestión económica, una cuestión de desigualdades, partes enteras de la población que no logran que la generación futura viva mejor que la generación anterior, que se detenga el ascensor social. Pero hay más: el identitarismo, que tiene diversas formas en la extrema derecha y en la extrema izquierda, lo que tiene en común es que no están trabajando en crear comunidad, en crear sociedad, en crear la capacidad de vivir juntos y de ofrecer un proyecto de país para todos. Y un proyecto de país que tiene que ser por naturaleza diverso, porque nuestras sociedades lo son. Tanto desde el punto de vista de su sentimiento religioso, origen, orientación sexual, entre otros. Y gana quien sea capaz de construir espacios donde toda esta diversidad pueda convivir en democracia.
Al Partido Socialista lo dieron por muerto, pero ha revivido en Francia y con los laboristas en Reino Unido. ¿Cómo lo lee?
Yo creo que en el resurgir de esta izquierda más socialdemócrata francesa tiene mucho que ver Raphaël Glucksmann, que tuvo un éxito muy claro, muy rotundo, en las elecciones europeas. Con un mensaje más integrador, más de tranquilidad, un mensaje más de coser, de unir, más europeísta. También, muy claramente, con una defensa de la democracia, contra quienes la vacían desde dentro, pero también contra quienes la están agrediendo desde fuera, incluida Rusia. Un posicionamiento muy claro. Renace una esperanza con sus resultados en las elecciones europeas, para esta socialdemocracia. Fue una lástima que no fueran conjuntamente con el Partido Ecologista, porque pienso que habrían tenido una posición aún más fuerte que la que tienen, porque son los dos partidos que han crecido más en esta alianza de izquierda. Francia Insumisa no ha crecido, se ha quedado estancada. Los que han crecido son los partidos socialista francés y ecologista francés. Ahora, la dificultad es si van a ser capaces de ser un eje articulador, vertebrador, de un compromiso que, necesariamente, por la aritmética electoral, debe unir al partido de Macron y el partido conservador de los Republicanos. Entonces ahora vamos a ver si hay capacidad, tanto de la izquierda FI como de los conservadores franceses para unirse a este compromiso.
¿Qué se percibe por el momento?
Estamos oyendo dos tipos de mensajes. De quienes dicen: todo mi programa o nada, y de quienes dicen: veamos si podemos ponernos de acuerdo en cuatro o cinco temas programáticos y ser capaces de empujarlos.
Melenchon, líder de FI, está en la primera postura...
Bueno, lo dice él, pero también algunos Republicanos (partido tradicional de derecha francés). Ya está mirando con el rabillo del ojo las elecciones presidenciales de 2027. Pero claro que hay un dilema para ellos, y es que de aquí a las presidenciales su credibilidad frente al electorado dependerá también de su capacidad de entender el mensaje que les ha mandado el electorado: la necesidad de encontrar un compromiso.
Glucksmann y Keir Starmer, en Reino Unido, ¿implican un resurgimiento de la llamada “tercera vía” de Tony Blair? Estaba bien devaluada…
Es que recuerda la tortura que ha vivido Reino Unido: el Brexit. Ahora se ven claramente las consecuencias nefastas que tuvo para la economía británica, además de varios gobiernos conservadores, cuanto menos, bastante pintorescos… En el ciudadano, lo que ha primado es, ante todo, un voto de estabilidad, de sensatez, de unión. Y también ha dado un premio a quien ellos entienden van a ayudar a construir y no a separar y dividir. Hay que mirar todo muy bien, con el rabillo del ojo, lo que ocurrió en Reino Unido. Y evitar tener que pasar por esta situación traumática que para ellos fue el Brexit.
¿Cuál es su opinión de los liderazgos en América Latina? ¿De Bolsonaro, Milei y Bukele?
Yo creo que lo que es muy importante es mostrar cuál es la alternativa. Eso en Brasil está ocurriendo. Después del periodo de Bolsonaro, se está viendo cuál es la alternativa, que es un gobierno que se ocupa de gestionar, que se ocupa del cambio climático, que se ocupa de restaurar la dignidad de todos los ciudadanos, y también de darle a Brasil una proyección internacional. La mejor manera de llevar al electorado hacia posturas más centristas, sean un poquito más de izquierda o un poquito más de derecha, es demostrar la capacidad de responder a sus necesidades. Pero es cierto que los cantos de sirena, la enorme capacidad que tienen estos movimientos para socavar la democracia desde dentro, no se puede tampoco subestimar.
¿Cuál debería ser la agenda de futuro para una socialdemocracia de este siglo, con estos retos y riesgos?
Que hay que trabajar desde luego en la parte económica, y creo que los gobiernos socialdemócratas tienen las respuestas adecuadas para crecer y para buscar que las economías sean más competitivas, y buscar una mejor redistribución. Pero no nos podemos olvidar de las cuestiones identitarias, como te decía. Y la diferencia debe ser que nosotros no podemos crear solamente ciudadanos empoderados, o grupos de ciudadanos empoderados, tenemos también que ser capaces de ofrecer una visión para un país, para un conjunto de ciudadanos que viven en un país. Para lo común, para lo colectivo. Hay que saber hacer vivir la diversidad en democracia: esta es la gran tarea donde yo creo que los socialdemócratas tenemos que trabajar más.