Bruna Truffa (1963) pasó la última semana en Wuhan. La artista colgó toldos bordados como gobelinos: dos lonas de grandes dimensiones que recrean escenas de la pintura china, profusa y cuidadosamente bordadas por ella y sus asistentes. En tonos azules, amarillos y rojizos, la artista despliega un virtuoso y abigarrado diseño de árboles, flores, aves y pagodas. Junto a ellos instaló dos cuadros sobre tela, delicadamente realizados, con diseños idénticos. Más allá, una gran pintura con motivos chinos usa cinco persianas de madera como soporte. Bruna Truffa nunca ha estado en China, pero aquí invita al espectador a un Wuhan imaginario.
Con ese nombre la artista bautizó una de las salas que ocupa su nueva exposición en el MAVI UC. Sellos de ocio es el título de la muestra que abarca dos espacios claramente diferenciados del museo del Barrio Lastarria, y donde dialogan las tradiciones culturales de Oriente y Occidente.
De cierto modo, cuenta, el impulso creativo provino de la lectura de Byung-Chul Han, quien habla del valor de la reproducción y el trabajo colaborativo en el arte chino.
-Yo siempre he tenido una estética un poquito asiática, de hecho hice una exposición que se llamó Hecho en China. Y me pareció súper curiosa la manera cómo Han presenta el trabajo artístico sin desvalorizar la labor de la reproducción que existe en el arte asiático. En Occidente hay demasiado prejuicio con la cosa de la reproducción y la degradación de la obra de arte. Pero en el mundo asiático el criterio no es así.
En paralelo, Bruna Truffa trabajó con la estética geométrica de la Bauhaus, a partir de figuras cotidianas, como cajas de medicamentos y utensilios domésticos, pintados con trenzas. La artista presenta obras en bordado y pintura al óleo sobre soportes inusuales, modestos, pero en todas ellas se reconoce un trabajo minucioso y delicado, con una natural vocación pop.
-El año en que partió la Bauhaus (1919) las mujeres estaban relegadas al textil; había tipas fantásticas que pintaban increíble y no podían hacerlo, tenían que hacer textil o enseñar. Entonces lo textil es una manera de hacer una reminiscencia de eso, y mostrar cómo el textil se ha instalado en el arte contemporáneo. Yo en el 2005 hice varias obras bordadas. En mi trabajo siempre hay relación con la manualidad, con incorporar otras técnicas dentro del lenguaje de la pintura. Y aquí los formatos se relacionan con el tema de lo doméstico, que ha sido una cosa ultrautilizada en mi trabajo. En la pandemia me puse a dibujar lo que tenía alrededor, la tetera, la tacita, y de ahí fueron saliendo los objetos retratados. Esto parte desde el interior de la casa para sacarlo al lugar de exposición.
La pregunta por la identidad, la memoria y lo doméstico atraviesan la obra de Bruna Truffa desde las exitosas muestras que realizó junto a Rodrigo Cabezas, Si vas para Chile y Si vas para el Mall, hasta sus montajes individuales como Memorice y Hecho en China. Ahora esa pregunta está en tensión con el tema global.
Producida por Morgana Rodríguez y cocurada por Luciana Truffa, la muestra fue realizada por un equipo 95% femenino, dice la artista. Y en su realización trabajó con un equipo de asistentes, incluyendo bordadoras del Museo de la Solidaridad.
¿Qué piensa de la autoría y el trabajo colectivo?
Yo creo que el trabajo del artista es armar conceptualmente el proyecto. Yo diseño y desarrollo cada una de las piezas, y según como van apareciendo voy buscando cómo van a ser, en qué técnica, sobre qué material, etc., y se empiezan a conjugar muchas cosas y muchas ideas. Si esta exposición me tomó dos años con un equipo de trabajo, ¿cuánto me demoraría si lo hiciera sola? Imposible. Especialmente porque mi obra tiene un acabado muy delicado, está siempre muy pulcramente realizada. Yo siempre he tenido asistentes. En el caso de los bordados, busqué un grupo más emblemático, que eran las bordadoras del Museo Salvador Allende. Yo estoy siempre encima, trabajo con ellos, y además hacemos mucho más ameno y no tan solitario el trabajo.
¿De ahí la relación con los Sellos de Ocio?
Claro. El sello de ocio es un timbre que está replicado en algunas obras y en el logo de la muestra; supuestamente es mi nombre en chino. En las pinturas chinas uno ve que hay varios timbres y eso es porque la obra se la van pasando y cada uno timbra su sello.
La muestra hace alusión al lugar de la mujer en el arte, ¿cómo lo ve hoy?
El camino para la mujer en el arte se ha allanado mucho más, o sea, ya no hay que entrar dando tantos codazos como en los años 80. Era muy difícil el tema de la inclusión cuando yo partí, y hoy en día la cosa es más simple. Creo que la mujer ganó un espacio que no lo va a perder en todo ámbito, en el político, cultural, en el hogar, en lo institucional. Ya lo que se ganó se ganó y no creo que tenga una regresión.
¿Se han ido superando las brechas de género?
Yo creo que sí. O sea, hay gente retrógrada en todos lados, pero lo que se instala es que las mujeres son iguales. De hecho, yo creo que hay toda una mirada a lo femenino en el arte y quizá nos llegó la hora de visibilizar el trabajo femenino en las artes visuales. Yo creo que hemos ganado una gran batalla. Esto partió con Rosa Luxemburgo y ya era hora.
Las ferias
Las obras nacieron en pandemia. ¿Cómo vivió ese período?
Me llevó a esta reflexión en torno a lo doméstico y la globalización, pensar en Asia, en la globalización de los virus. Y de ahí a hacer citas a la manualidad: todos nos volcamos a la cocina en la pandemia. Y por ahí aparecieron las trenzas, que tienen que ver con entrelazar la vida. Pero también es una cosa ultrafemenina que se vincula con la cultura aimara. Yo soy de Arica, crecí allá, tengo súper internalizado el cuento indígena, el trabajo andino con el textil. Y de ahí salieron estos dibujos en trenza. Después me fui al encuentro de los remedios, y así se fue armando este proyecto.
¿Económicamente, cómo la atravesó?
Con austeridad. Gracias a Dios no sufrí grandes problemas. O sea, uno se redujo a estar en la casa y no gastar nada. A lo más salir a pasear el perro. La verdad es que la sorteamos bien. La estabilidad que dan los años de trabajo.
Ud. no trabaja con galerías...
No, pero no significa que no trabaje con alguna galería puntualmente. En realidad prefiero trabajar en libertad. Si al final en Chile el galerismo es bien entre comillas, porque tener una galería tampoco te soluciona la vida. Al contrario, realmente te estrecha un poco las posibilidades de gestión. Yo viví en Europa hartos años y las galerías te pagaban una plata mensual o se comprometían a venderte equis cantidad de obras al año. Pero acá es todo como muy, no sé… O sea, está bien que existan, hay unas galerías enormes, preciosas y todo. Pero en los últimos años he tratado de exponer en museos, prefiero esa libertad.
¿Cómo era la escena en sus inicios?
Cuando partí, el mundo del arte era súper chico, existía el Bellas Artes y un par de galerías chicas. Hoy día el cuento con el arte se ha diversificado, ha crecido mucho la cantidad de gente que quiere meterse y presentar obras y trabajar con artistas diversos. Y para la gente joven el tema de las residencias ha allanado el camino y ha facilitado que puedan tener movilidad. Nosotros vivimos en un país muy austral y esa historia de poder viajar con las cosas es una pesadilla. Yo me he quedado con exposiciones listas en museos porque no pude llevarlas.
A Ud. le tocó vivir el debate en torno a la muerte de la pintura, pero la pintura no murió...
No, jajaja. Yo hice un posgrado en España, en Estética e Historia en la Complutense, y estaba en plena boga el tema de la muerte de la pintura. Y yo me moría de rabia. Qué es esto de la muerte de la pintura, si la pintura no va a morir. Y no murió, y aquí estamos.
En los 80 estaba esa discusión...
En esa época había cualquier prejuicio, porque veníamos con todo el rollo de la dictadura. Pero claro, había todo un descriterio, si no hacías un arte más críptico y político, no tenía valor.
¿Cómo mantuvo la convicción de hacer pop art en un momento en que no parecía el camino más oportuno?
Yo te diría que fue gracias a la pura testarudez, insistir e insistir sin miedo, porque igual te descalificaban. Ser un artista pop en los años 80 era lo más fuera de lugar que había. En esa época decían tonto como un pintor, entonces era bien ofensivo. Pues entonces yo dije no nos moverán, no nos moverán. Y me ingeniaba la vida. Yo trabajé en diseño gráfico, y tenía una marca de ropa y hacía camisas, y vendía ropa y me buscaba la vida para poder seguir pintando. Como muchos artistas hoy.
Hoy, por cierto, hay muchas más posibilidades. El fin de semana estuvo Ch.ACO, el Bazart UC, ahora Chile Art Week. ¿Sirven estas ferias para el desarrollo del arte o son más bien eventos sociales?
Yo creo que son bien eventos, en general las ferias en el mundo son bien eventos. ¿Ayuda a masificar? Sí. Es bien snob el concepto: así como van a Taconeras, las señoras van a Ch.ACO. Seguramente ayuda a difundir. Ahora, igual creo que hay cierta frivolidad que a mí no me gusta. A mí me invitaron a Ch.ACO y dije que no, porque coincidía con mi montaje y no quería mostrar nada antes de inaugurar. No quiero ser tan crítica y tan pesada, pero en general las ferias tienen esa doble mano, se frivoliza un poco y es bien duro reducirse a un stand. Yo he participado en ARCO, por ejemplo, en ArtLima, y es duro y agotador, por el ritmo que tiene la feria, porque tienes que reducir tu instalación a un espacio que es como una vitrina. Y pasa una cosa que es como que te roba un poquito el alma.
Distinto del espacio de un museo
Claro. Uno hace una exposición en un museo que tiene un sentido, que tiene un tiempo, una reflexión. Ir a una feria es como ir al matadero, y si no te compraron la vaca es que la vaca está vieja o no sé qué pasó, es muy dura esa parte. A mí me cuesta, me pone un poco incómoda, no es mi lugar preferido para mostrar. Creo que las ferias no son lugares donde se muestra, se va con una finalidad, y yo no sé realmente si se vende tanto, no me queda tan claro cuál es el mercado de la feria.