La pregunta que ronda por todo el mundo carece todavía de respuesta: ¿Qué tipo de gobiernos se verán fortalecidos después de la pandemia? No hay todavía ninguna evidencia concluyente. Muchas democracias han soportado el paso del Covid-19 con plena entereza, pero muchas autocracias también lo han hecho. Las desagradables medidas no médicas de lucha contra el virus -cierre de fronteras, estados de excepción, cuarentenas, controles personales- no pertenecen al repertorio democrático, pero han sido aceptadas en nombre de la emergencia sanitaria. De un modo análogo, las extraordinarias cifras de gasto fiscal anunciadas en todo el planeta no están en el diccionario liberal, pero tampoco están en ningún otro.

¿Dónde están los puntos en común de la lucha exitosa contra el virus? En un reciente artículo en Foreign Affairs, Francis Fukuyama identifica tres factores: 1) estados capaces, es decir, eficientes, competentes, de preferencia ágiles y con espaldas financieras; 2) confianza social: de los ciudadanos por las autoridades, de las autoridades por las instituciones y de los ciudadanos entre sí, y 3) liderazgo, esto es, dirigentes creíbles, con iniciativa y fortalecidos. Estos tres factores, serían más relevantes que la modalidad de gobierno y se desprende que incluso la estrategia sanitaria.

En otras palabras, las naciones que no dispusieran de estas tres condiciones, difícilmente tendrían buenos resultados en el manejo actual y también posterior de la crisis. Por supuesto, un análisis más fino tendría que introducir muchos matices.

Pero si Fukuyama está en lo cierto, entonces Chile ha sido uno de los países que estaban en peor situación antes de desatarse la propagación del virus.

De un lado, el Estado chileno se caracteriza porque es eficiente sólo en algunos bolsones excepcionales. En líneas generales, es un Estado atrasado en todos sus proyectos de modernización, duramente resistente al cambio, y que dispone de funcionarios con niveles irregulares de competencia y compromiso.

En cambio, ha tenido una fortaleza sustancial: el ahorro obtenido gracias a la disciplina fiscal. Por encima de la vocinglería rencorosa en torno al pasado, esto tiene nombre y apellido: Ricardo Lagos. El entonces presidente y su ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, crearon la regla fiscal que ahora ha permitido un acuerdo entre el gobierno y la oposición para gastar lo que en otras condiciones habría significado endeudar a tres generaciones, a los costos más altos del mercado. Por supuesto, la pregunta ahora es si los futuros gobernantes tendrán en cuenta la lección, para iniciar un nuevo proceso de capitalización como el que tomó 15 años. La del Covid-19 no será la última crisis mundial; quizás sea sólo la primera.

En cuanto a confianza social, Chile es un territorio arrasado. Ya no importa discutir de quién es la culpa -seguramente será una multitud-, sino cómo se recupera y quiénes tendrán interés en seguirla socavando. Si el acuerdo económico-social de la semana pasada tiene alguna perspectiva de futuro, alguna visión más amplia sobre el país que quedará tras la pandemia, algún interés en los próximos gobiernos, esta tendría que ser su siguiente prioridad. Sin confianza social, pasará lo que ha ocurrido con todo: la cuarentena, las estadísticas, las protestas comunales, el toque de queda, las cajas de alimentos, el posnatal… Una danza de frases resonantes bañada por el recelo, donde sólo se cree lo que se quiere creer.

El tercer factor de Fukuyama, el liderazgo, es opinable, porque los hechos son demasiado diversos: Xi Jinping parece haber consolidado su fuerza, pero sería infumable compararlo con la neozelandesa Jacinda Ardem. En el caso de Chile, es claro que el Presidente Piñera se ha convertido en una de las figuras más polarizantes del país, el pararrayos que activa y recibe todas las descargas de energía de opositores y partidarios. Encabeza un gobierno al que le ha costado mucho entender la posición de desconfianza en que quedó tras el 18-O y el desorden que introdujo en sus propias filas. El expartido del presidente, RN, se ha vuelto a convertir en la “federación de montoneras” que se describía cuando recién nació, y hace mucho que dejó de ser un escudo. Tampoco lo es su coalición, aunque la fidelidad de los otros partidos sea un poco menos temperamental que la de RN. Pero al mismo tiempo, Piñera es el Presidente y, mientras no haya perdido la legitimidad en las urnas, tiene la eminencia que el ordenamiento chileno le confiere. En democracia, ese un hecho inconmovible.

De cara a la pandemia, el factor X, el que Fukuyama excluye, es el comportamiento del virus. Este sigue siendo un hoyo negro. En Suecia se debate la lentitud de los contagios; en Chile, la velocidad. En Francia, el R0, esto es, a cuántos contagia una sola persona. En Bélgica, la forma de contabilizar las víctimas. La ciencia ha fallado penosamente a escala global, arrastrando a la medicina a un túnel de incertezas. Los sistemas de salud han tenido que responder a ciegas, agobiados no sólo por el número de enfermos, sino también por la incapacidad de la sociedad de admitir que se está frente a un problema sin solución momentánea.

En este panorama, el acuerdo económico-social adquiere una dimensión histórica: nunca antes se había destinado tanto dinero fiscal al gasto social y -lo que es más importante- nunca se había logrado un consenso de alcances tan grandes en los 10 años de polarización galopante que ha llevado Chile. ¿Detendrá la pandemia? No: esa es otra cosa. Y también sí, porque en cuanto contribuya a la confianza podría hacer menos exasperante el confinamiento. Siempre es bueno volver a Montaigne: “No te mueres de lo que estás enfermo, te mueres de lo que estás vivo”.