Apagado el tumultuoso bullicio del Cincuentenario, el vacío empieza a ser llenado por el ruido constitucional, con vehemencia parecida y esa similar gravedad que hace pensar que, como escribió Shakespeare para cerrar ese baño de sangre que es Macbeth, es mejor que no se trate más que de un sueño “en la cabeza de un necio”.
Pero no es así. Es la discusión más dramática que han creado los políticos chilenos en mucho más de medio siglo -los más entusiastas la llaman “histórica”- y que, acaso por eso mismo, parece encaminarse por un estrecho pasillo al final del cual podría hallarse otro contundente “rechazo”, como el de septiembre del 2022. Si así fuera, y dado que el anterior proyecto de Constitución lo dominó la izquierda radical y el actual lo ha dominado la derecha radical, lo que cabría concluir es que ambos sectores están incapacitados para redactar una Constitución para Chile.
¿Cómo se ha llegado a esto, a corroborar lo que parece obvio desde el principio de los tiempos?
El principio de los tiempos fue el 15 de noviembre del 2019, cuando once dirigentes, en nombre de diez partidos, firmaron el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, con el supuesto de que estas dos condiciones -paz y Constitución, nada más desenganchado- eran necesarias para superar la crisis suscitada por los desórdenes del mes anterior. Era un supuesto, no otra cosa, no un análisis muy fino ni muy riguroso. Y, de hecho, la primera parte no se cumplió. La violencia callejera prosiguió hasta que solo el Covid-19 le puso fin. Nadie subrayó esa incongruencia.
La segunda parte, una nueva Constitución, no apareció jamás entre las demandas de la revuelta, pero esta fue la mágica conclusión de aquella noche. Mágica y mecánica, porque la reforma de las constituciones se ha convertido en un tic de la izquierda, aquí y en todas partes, desde España hasta Bolivia, desde Italia hasta Venezuela, casi como una nueva forma de “vía pacífica al socialismo”. El paracaidista Hugo Chávez no inauguró este ciclo, pero le dio candela cuando juró en Caracas “sobre esta Constitución moribunda”. Tampoco se relevó esta insensatez.
Ricardo Lagos, que por esos mismos años era el principal héroe de la izquierda no comunista, reformó profundamente la Constitución en el 2005, pero no llegó a percibir que un plebiscito habría podido darle más legitimidad a ese enorme empeño. El resultado es que la mayor parte de esa misma izquierda, la que lo apoyaba y estaba en su gobierno, finge ahora como si tal trabajo no hubiese existido y sigue hablando de “la Constitución del 80″ o -en los casos más desinformados- de “la Constitución de los cuatro generales”. Poco dicen el mismo Lagos, José Miguel Insulza, Andrés Zaldívar, los protagonistas de entonces, acerca del ninguneo de que son objeto. ¿No es eso un síntoma de algo?
Sobre las ideas anti-Lagos se constituyó la Convención Constitucional, dominada por los que se pretendían (no está probado que así sea) los intérpretes de la revuelta. En septiembre del 2022 su proyecto fue rechazado por una sonora mayoría y dejó paso al Consejo Constitucional, que sorpresivamente pasó a ser dominado por los intérpretes de la contrarrevuelta. Es raro, cómo no va a ser raro.
Ahora, en este momento, hay un enorme esfuerzo por parte de los que apoyaron el proyecto anterior (incluso “para reformar”), para alarmar y mortificar a medio mundo con el proyecto que domina el Partido Republicano. Ambas cosas -el escándalo y la mortificación- estaban, no necesariamente montadas, pero sí intelectualmente instaladas, aun antes de conocer la primera línea del proyecto, lo mismo que quizás cabe decir del proyecto anterior. Cada grupo parece confirmar lo que sus peores adversarios dicen de él. ¿Ah, eso opinas? Entonces, la tuya y dos más.
De momento, el proceso no ha terminado, ni está al final. Se han adelantado el ruido y la furia. Entre los diez partidos de gobierno ha tomado la delantera, como es usual, el PC, que no firmó el acuerdo del 2019, no estuvo de acuerdo con los enfoques del Cincuentenario y ahora ha dejado claro que votará por el rechazo. Es una forma de decir que no le importa lo que opinen los otros nueve y tampoco le empece sostener su posición en solitario. No es tozudez: es el nuevo PC, reconvertido desde los años 80. Esto suele irritar al Socialismo Democrático, pero tampoco hace nada a tiempo ni a medida.
Algo similar ocurre en la derecha. El Partido Republicano cuida los modales, pero solo eso. Chile Vamos, transmutado en una Concertación sin éxito, golpea la mesa, se somete, se rebela, corcovea, da coces, y no logra mucho, ni a tiempo ni a medida.
Así que, al final, ¿es esto una confrontación entre el Partido Comunista y el Partido Republicano? Ambos creen que sí. Peor aun, ambos creen que el ideal es que sea así. Ambos creen que sus socios son pusilánimes. ¿Creen que sus proyectos serían mejores que la Constitución heredada de Lagos? Por supuesto: esa es una de sus pocas coincidencias. Los dos irán hasta el final, nadie va a renunciar a este countdown entre extremos.
¿Y puede eso determinar el resultado del plebiscito de diciembre? Sí, todo eso es posible. Otra cosa es que esa pelea de gallos le interese a la mayoría del país, como ya se vio que no le interesó demasiado el acuerdo del 15 de noviembre del 2019, ni el proyecto de la Convención, ni la retórica eufórica o alarmada de los políticos actuales. Lo que esa mayoría pensará en diciembre es un misterio. De momento, no le han interesado ni el ruido ni la furia, o quizás piense que todo esto no es sino el sueño en la cabeza de unos necios.