Columna de Ascanio Cavallo: La gloria breve

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Es una época breve. Terminará a comienzos de febrero, cuando la primera dosis de la maldita realidad devuelva a unos cuantos a sus lugares de origen. Después ya empieza la competencia dura, en paralelo con las elecciones de alcaldes y gobernadores, que con toda probabilidad se contagiará con las futuras presidenciales.



Estamos en plena época del mareo, aunque le queda poco. En más de un sentido, puede ser la época más democrática: cuando muchos piensan, sin necesidad de justificaciones ni fundamentos, que pueden ser presidentes de Chile, de pleno derecho, ante sí y porque sí.

También puede ser la más democrática, porque en ella conviven rangos y jerarquías sin imponerse unas sobre otras: los aristócratas y los patipelados, iuvenis et senex, balbuceantes y elocuentes, los que han crecido en una familia que ya debería tener un presidente y los que ven en el espejo la certeza de que merecen ser presidentes. Y, además, es la época en que nadie necesita programa ni proyecto: una sola chispa, un aplauso, un guiño, un jingle basta para que el yo se encienda y vuele hasta órbitas ilimitadas.

El estado de mareo es epifánico. Hace ver el mundo mucho mejor de lo que es, y mucho mejor que en cualquier otro momento. Ah, si por un instante pudiera, si sólo me quisieran probar. Y dispone de defensas contra la miseria del realismo: un cambio abrupto en las condiciones, un salto mágico de las encuestas, una amplificación gótica de los defectos de los competidores.

“Por lo que sabemos, somos Dios cuando soñamos”, escribió Borges, que se sentía incómodo cada vez que, al despertar, tenía que volver a ser Borges. ¿Les pasa eso a los candidatos? No: lo que les pasa es que hay otros candidatos. Y, por lo general, con la suficiente obstinación como para no hacerse a un lado. No cejan. No se dan cuenta. No renuncian. Entonces hay que ir a primarias.

O a pre-primarias, como lo están haciendo hoy mismo los exministros Ximena Rincón y Alberto Undurraga en la interna DC. Quien triunfe tendrá que entrar a otro proceso, que todavía puede ser pre, porque casi todo el universo de la ex Concertación, que hasta hace unos años era tan tronante, camina en estos tiempos sobre quebradizos huevos. Casi todos: sus socios radicales ya zanjaron la cuestión en favor del exministro Carlos Maldonado.

Pero los otros, el PS y el PPD, se agitan en la discusión de si presentarse juntos o por separado, es decir, si hacer otra pre-primaria entre sí para llevar un solo rostro ante los de la DC y el PR o, de no triunfar esa posición, llevar dos rostros. Cuatro en total. La exministra socialista Paula Narváez, ungida por las firmas de Bachelet y Allende, procura hablar como si no estuviese ungida, pero solicita a su partido que le consiga una primaria con “un arco lo más amplio posible”, acaso sin darse cuenta de que sólo alguien ungido puede decir tal cosa.

Eso suena, primero, raro. Nadie quiere competir tanto. En algún momento uno se despierta y descubre que es Borges. Pero, bien, es la época del mareo. También es democrático sentirse invencible.

Y suena, luego, a Nueva Mayoría 2. En cierto modo, ya existe tal cosa, porque el partido de Marco Enríquez-Ominami, el PRO, y el partido de Andrés Velasco, Ciudadanos, parecen marchar por la senda del hijo pródigo. En la parábola de Lucas, el pródigo sólo puede ser uno, de otro modo se arruina su sentido. Pero esto no es el Evangelio, sino la política, un reino de otro mundo. Y en este mundo debería ser muy precioso que dos de los desgarros más importantes vuelvan a sus hogares. Sin embargo, por alguna razón, el arco “lo más amplio posible” suena, más bien, a una enésima invitación al PC, el FRSV y el Frente Amplio, como si en esos sectores no hubiese derecho al mismo mareo. Y allí quizás lo hay más, después de que, en su opinión, todo cambió en el mágico 18-O. El PC, por ejemplo, espera que su soñador particular -cualquiera que sea, no sólo el alcalde Jadue- multiplique su 6% por nueve y venga a confirmar que ha cambiado todo.

La derecha ha hecho mejor las cosas en términos de amurallarse. En cierto modo, actúa como si el deseo de sus adversarios (que sea una minoría despreciada, que no signifique nada para nadie, que no vuelva a intentar una paliza como la que logró el 2017) se hubiese convertido en una sentencia en mármol, y no en una consigna-hipótesis que será puesta a prueba en no menos de ocho elecciones durante este año. También parece haber aceptado la idea de que entre ella y la izquierda no existe nada, o al menos nada que sea relevante. En esta versión de Chile, se trata de un país, más que dividido, extremado, achatado, como un par de platillos que sólo suenan cuando chocan. Es la imaginación aplanada que puede resultar de 16 años con dos personas que se repiten como el hipo.

La derecha ha olvidado esa vocación de hegemonía que tenía justamente cuando no podía ni aspirar a ella. Se avergüenza de Piñera, se avergüenza ser muy poco o demasiado de derecha. Le cuesta decidir cómo quiere ser de derecha. En los 90 nunca habría deseado gobiernos de “unidad nacional”, excepto como una broma electorera. Sin la convicción que ahora tiene Joaquín Lavín, 20 años después de que pasara directo del mareo hasta tocar el trono con las uñas. Nadie más ha hecho lo que él, pero, en esta época achispada, todos recuerdan su hazaña, vestida con la cara de cada uno.

En la derecha está más de moda renunciar a ser candidato que tratar de serlo. Así lo hicieron tempranamente los líderes históricos -Andrés Allamand, Pablo Longueira-, los dueños de algunos swaps electorales -Manuel José Ossandón, Felipe Kast- y unos forasteros que apenas se asomaron. Fuera de Lavín, el mareo quedó para los más nuevos, los que cierta mañana pasaron frente al espejo.

Es una época breve. Terminará a comienzos de febrero, cuando la primera dosis de la maldita realidad devuelva a unos cuantos a sus lugares de origen. Después ya empieza la competencia dura, en paralelo con las elecciones de alcaldes y gobernadores, que con toda probabilidad se contagiará con las futuras presidenciales.

¿Se contagiará también la convención constituyente? Parece posible que no tanto en la elección de sus miembros, pero sí en el desarrollo de sus discusiones. La superposición entre la Constitución y otras elecciones ha producido toda clase de retortijones en otras latitudes. Pero esa es otra historia.