Columna de Ascanio Cavallo: La lista del insulto
En su mejor semana del año, la del Congreso del Futuro que con tan buen ojo inventó, el exsenador Guido Girardi hizo lo que mejor sabe hacer: trazar las fronteras del PPD con fuego. Clavar el puñal, dirán otros. Como se prefiera. Al calificar a Apruebo Dignidad como “la lista del indulto”, a) estableció en qué lugar del mapa político está la responsabilidad por ese tropiezo monumental; b) cobró la humillación inferida al PPD en su despectiva exclusión de la primaria presidencial; y c) hizo notar que el peso de su partido dentro del gobierno vale más de lo que se cree. Y eso incluye el daño inferido a la ministra del Interior, la PPD Carolina Tohá, con esos indultos que echaron a pique el acuerdo sobre seguridad. Aunque sus dichos tampoco la ayuden mucho.
Visto el rechazo que ha producido el desaguisado presidencial, “la lista del indulto” es un insulto catastrófico, pero también apunta a introducir una corrección en la autopercepción del gobierno: Apruebo Dignidad no estaría en La Moneda sin la masa de votos exconcertacionistas, centristas y centroizquierdistas que se inclinaron por Boric sólo para cerrarle el paso a Kast. O los toma en cuenta o naufraga; si esa no era una alianza entre iguales, sino una hegemonía dada por cierta, vale muy poco.
Por de pronto, la ocurrencia de Girardi resta credibilidad al otro argumento, con aire más racional, que defiende la necesidad de separar aguas en las listas de candidatos al Consejo Constitucional. Esa posición ha sido sostenida por Pepe Auth con la idea central de “ampliar la base de sustentación” del oficialismo, evitando la fuga de votos de centro y centroizquierda en las elecciones de 7 de mayo. Esta semana, Auth difundió un análisis según el cual las dos listas podrían obtener de 22 a 26 asientos, contra los 24 a 29 que obtendrían Chile Vamos y Republicanos.
Como es notorio, a este cómputo le faltan el Partido de la Gente y los grupos centristas, como Demócratas y Amarillos, todos con capacidad de introducir alteraciones importantes. Pero, con o sin estos agregados, el cálculo conduce a la misma conclusión: el oficialismo sólo evitaría quedar en minoría con el máximo rendimiento propio y el mínimo de la derecha. Lo que Auth quiere decir es que una sola lista reduciría el espacio de electores, dado que muchos moderados se negarían a votar por el radicalismo del FA+PC. En su análisis, el FA+PC sólo aportaría entre 8 y 10 cupos.
La idea de la lista unitaria fue presentada como un compromiso indispensable, punto menos que una necesidad histórica, en el “cónclave” posterior a la derrota del proyecto de la Convención Constitucional. Más tarde la ha impulsado el propio presidente, de nuevo con cierta vehemencia. Pero, le guste o no, las corrientes de sus dos coaliciones están muy turbulentas, no sólo por sus rencores constantes, sino también por sus desproporciones vigentes.
Dado que no está en condiciones de resolver ese atolladero estructural, el presidente cometería un nuevo error tratando de forzar la unidad, tal como lo hizo al defender el Apruebo. Auth argumenta, con razón, que la identificación con el presidente conferiría a las elecciones un carácter plebiscitario, como fue el del 4 de septiembre. Mientras se mantenga la situación actual, esto quiere decir que el presidente es criptonita. Y si el gobierno no soporta otro plebiscito desastroso, menos lo soportan sus partidos. Puras cosas desagradables, nada para encantar al oído. A veces la música política es así.
Por supuesto, nada de esto impedirá que la oposición las llame a ambas “las listas del Apruebo”, porque el verdadero parteaguas no se produjo con los indultos de Año Nuevo, sino con el plebiscito del 4 de septiembre del 2022. Los indultos le rompieron el techo sólo a la ministra Tohá, pero ella, que confía en que la política tiene cierta racionalidad, sabe que a la postre conseguirá el acuerdo de seguridad, porque nadie quiere cargar con esa ordalía que es el miedo creciente entre los chilenos.
Parte de esa voluntad ya se expresó en el rechazo a la acusación constitucional, que la DC negoció a cambio del fin de la presión del gobierno por la lista unitaria; el costo del presidente para salvar a Giorgio Jackson es la obligación de callar. El ministro aceptó la salvación con su característico enfoque moral-religioso (“nos dieron una lección”), como si los votos de la DC y los descolgados de la derecha hubiesen sido el rayo de san Pablo. Jackson fue solamente humillado y advertido y, aunque eso pone a dieta su apetito político, lo ha librado del ostracismo, como deseaba el presidente. No más ojo por ojo. Por ahora. En este caso.
Salvación de Jackson, reanudación del diálogo sobre seguridad, fin (provisorio) del caso indultos. Todo tiene el aire de una tregua, o acaso de un cambio en los vientos. No es así. Los vientos que vienen sólo son los del receso de febrero -que ha dado respiro a todos los gobiernos-, después del cual se iniciará en los hechos la campaña para las elecciones de mayo.
Puede que ellas sean un nuevo problema para el gobierno. Dependerá de él mismo cuán grave resulte.
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