Columna de Ascanio Cavallo: Una elección de emergencia
La elección de Javier Milei como nuevo Presidente de Argentina el pasado domingo no fue exactamente sorpresiva, sino más bien impresionante. A muchos les ha parecido inverosímil que Argentina, la patria del populismo moderno, haya votado en forma tan contundente por un liberal a ultranza. Pero habría sido mucho más excéntrico que eligiese a un ministro de Economía que tiene un Tesoro sin fondos, una inflación de 140% y un 40% de pobreza. Por desgracia, el peronismo nunca ha sido distinto, excepto, tal vez, con el liberal encubierto Carlos Saúl Menem.
De las tres elecciones presidenciales en América Latina, la de Argentina era la más significativa; las de Guatemala y Ecuador tenían menos externalidades. De todos modos, las tres se sumaron a la lista que Carlos Malamud lleva en el Instituto Real Elcano, que muestra que, desde el 2018, ningún grupo oficialista ha ganado ninguna elección. La única excepción es Paraguay, que sigue votando al Partido Colorado cuatrienio tras cuatrienio.
Se trata del predominio del voto de castigo. Comenzó, siempre según Malamud, a mediados de la década de 2010, más o menos cuando Bachelet fue elegida por segunda vez, inaugurando un ciclo de contestación electoral. Debido al estancamiento generalizado de las economías, a ese período se le llama ahora “década perdida”. ¿Cómo se le irá llamar a la del 2020, cuando el estancamiento ha empezado a significar retroceso y las sociedades se siguen empobreciendo?
La asunción de Milei inaugurará uno de los momentos más difíciles de Argentina en los últimos 40 años. Algunas de las reformas que quiere introducir (privatizaciones, concesiones, freno del gasto público) sólo podrán realizarse con el capital político de su resultado electoral, que durará unas cuantas semanas. De ahí en más, tendrá que enfrentar la oposición de un peronismo oxidado, que ha sustituido la vocación de mayoría por la de sabotaje. Desde la irrupción de Néstor Kirchner, con una votación ínfima, quizás podía preverse la trayectoria que iba a culminar en Alberto Fernández, de quien aún no se sabe si no lo dejaron gobernar o si simplemente no quiso.
El caso es que Milei se hará cargo de una Argentina enojada, frustrada, cabreada, que ha soñado cada noche con un futuro luminoso para despertar cada día con más pesadumbre y menos esperanzas.
De momento, la elección argentina ha alterado dramáticamente la geopolítica regional. Por mucho que la diplomacia cumpla con su deber de apaciguar, es claro que mientras esté Lula en el poder, Brasil dejará de ser la propuesta matrimonial de Argentina. En verdad, Lula ha tenido una gestión diplomática muy deficitaria con el Cono Sur y se ha mostrado obsesionado con el proyecto gigantista de los BRICS, en el que hay tan pocas democracias, que Milei difícilmente querrá privilegiarlo por sobre Estados Unidos o Europa. Milei no es un político antiglobalización, como Trump o Bolsonaro, pero necesita encontrar una manera de subirse al mundo desde los suburbios en que lo dejó el peronismo.
Hay que tener presente, como ha hecho notar Carlos Pagni, que muchos anuncios de Milei en campaña se dirigían al 30% que obtuvo en primera vuelta, no al 56% que lo eligió. Una de esas promesas fue retirar a Argentina del Mercosur. Incluso si ello no ocurre, es visible que Argentina necesita hacer algo con ese cacharro estancado. O mueve el Mercosur, o lo deja. El 7 de diciembre, cuando se entregan los últimos resultados de las negociaciones multilaterales con la Unión Europea, será un momento decisivo.
Si Argentina sale, el Mercosur termina. Pero se impondría entonces la necesidad de otra forma de coordinación en Sudamérica, que funcione sobre otros ejes y abandone la frustrante maraña de intereses que hizo tan estéril al Mercosur. Sólo que, quizás por eso mismo, el Mercosur ha sido parte de una ideología populista, la variante del teólogo uruguayo Alberto Methol Ferré, uno de los maestros del Papa Francisco. Parece bastante probable que Milei tenga que sacudirse también de la sombra del Papa, antes de que el Papa lo sacuda a él, como lo hizo con los Fernández, Cristina y Alberto.
No es lo único. También han perdido un amigo, al que tanto apreciaban para fustigar a otros gobernantes, Cuba, Nicaragua, Venezuela, la Colombia de Petro y la Bolivia de Arce. Y el Chile de Boric. La presencia de la diplomacia profesional, por sobre los aficionados que orejean en La Moneda, se hizo notar con el nombramiento de José Antonio Viera-Gallo como nuevo embajador en Buenos Aires, un paso serio, claro, en total contraste con las excentricidades del estilo de la exembajadora en el Reino Unido.
Ahora se trata de desideologizar las relaciones bilaterales, algo que está lejos del gusto del Frente Amplio. Pero Argentina es el vecino más relevante, y si el presidente ha aprendido algo en estos meses, ya sabrá que no pueden repetirse los insultos a Dina Boluarte, ni siquiera aunque lo pidan los “amigos”. Hay tantos intereses en común, en dos gobiernos que necesitan desesperadamente obtener recursos (ya para ir tapando el inmenso forado que le dejaron a Milei en Argentina, ya para salir del marasmo en que está sumida la economía chilena), que cualquier desencuentro sería un pecado.
La de Milei, como en cierto modo fue la chilena, ha sido una elección de emergencia: tal vez lo primero fue el rechazo a los que gobernaban, pero lo que sigue es salvar al país de una catástrofe que puede costar décadas.
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