El buen pobre es paciente. Si se anuncia la entrega de 2,5 millones de canastas de alimentos, no se desespera por saber si una de esas cajas llegará a su casa. No va a preguntar a su municipio, muchos menos protesta pidiendo información. No importa que la alacena esté vacía y los niños, inquietos. El buen pobre espera con paciencia y el oído aguzado a que una mano benefactora toque la puerta de su casa, acompañada por chaquetas rojas, autoridades sonrientes y flash de las cámaras, con los fideos, el aceite y la harina para el almuerzo del día. Y si no llega, bueno, tal vez mañana sí se almuerce.
El buen pobre es agradecido. Si el Presidente anuncia que las canastas llegarán “a cerca del 70% de las familias”, agradece. Si luego un ministro especifica que las cajas llegarán “al 70% del 40% más pobre”, sigue agradecido porque supone que esa caja llegará. Si luego el ministro aclara que se refiere “al 70% promedio de las familias de la Región Metropolitana, de las comunas que están en cuarentena”, debe seguir agradeciendo porque tal vez a él no le lleguen, pero a otras familias necesitadas sí. Cuando la vocera matiza que “en una primera etapa”, “1,5 millones serán entregadas en las comunas de la Región Metropolitana”, “por barrios completos”, aún debe agradecer, porque peor es nada. Y si el gabinete de la Presidencia finalmente dice que las familias serán definidas “por un criterio geográfico” que no explica, debe seguir agradecido, muy agradecido, porque de seguro los que tomarán la decisión de si ellos tienen o no para comer mañana son gente seria, que por ningún motivo estaría improvisando en un asunto tan importante.
El buen pobre es comprensivo. Si expertos advierten que la distribución de esos alimentos casa por casa es una pesadilla logística que puede tardar semanas o meses en completarse, lo entiende. Si se anuncia el comienzo de la entrega con camiones repartidores entrando a La Moneda, pero luego queda claro que es sólo un “plan piloto”, lo entiende. Y si el Intendente Metropolitano zanja el asunto diciendo que “no tenemos plazos, lo que tenemos son metas”, tal vez el pobre se estremece un poco, porque la última vez que escuchó esa frase, dicha en tono severo por un general, la meta demoró 17 años en llegar. Pero el buen pobre comprende, siempre comprende.
El buen pobre no se mete en política. No milita en ningún partido, ojalá ni siquiera opine en redes sociales. Porque si saca la voz y le encuentran aunque sea una foto con un político de izquierda, la prueba será irrefutable: su protesta, su pobreza, su necesidad, no son más que un tongo del comunismo chavista. Y si la foto es con un político de derecha, peor: será un facho pobre, inhabilitado perpetuamente para reclamar por nada porque, compadre, tú te la buscaste. ¿No te gustó votar por Piñera, acaso? Ahora calladito nomás.
El buen pobre es obediente: hace lo que sus autoridades le dicen que haga, no lo que ellas efectivamente hacen. Si un senador socialista decide tomar un avión mientras espera el resultado de su examen, habrá que comprender que cometió un error y no hay por qué perseguirlo judicialmente. Si la presidenta de la UDI exige “querellarse y aplicar las máximas sanciones” contra quienes se manifiestan en El Bosque pidiendo ayuda, hace lo correcto. Pero si la misma presidenta de la UDI reclama “ensañamiento y persecución política” cuando su hijo es formalizado por infringir la cuarentena en Las Condes, bueno, eso es distinto porque es un cabro de buena familia, cada caso es diferente y por último, como dijimos en el punto III, el buen pobre es infinitamente comprensivo.
El buen pobre cuida su estado físico. Porque si sufre de sobrepeso y tiene el descaro de protestar, se convertirá en el hazmerreír de Chile. Los ingeniosos tuiteros viralizarán sus fotos y convertirán a #GuatonesConHambre en el primer Trending Topic del país. Sí, el Minsal dice que el 27% de los chilenos “no tiene los ingresos suficientes para costear una alimentación saludable”. Sí, en Cerro Navia la obesidad infantil es 21% mayor que en Vitacura. Pero que eso no arruine un buen chiste. Por eso, para no escandalizar la sensibilidad de los tuiteros del barrio alto, el buen pobre mantiene una dieta balanceada, compra productos orgánicos, consume frutas y verduras frescas, paga un gimnasio y ocupa sus abundantes horas libres en acondicionamiento físico.
El buen pobre quiere rascarse con sus propias uñas, aunque le hayan cortado las uñas. Si con la cuarentena el Estado le prohíbe salir a ganar el sustento de su familia, como lo hacen 2,5 millones de trabajadores informales, ¿por qué debería el mismo Estado proveerles lo mínimo para subsistir? No sean patudos. Por eso, había que ser firme en no entregarles más de 65 mil pesos de ingreso familiar, y sólo por un mes. Después, bajamos a 55 mil y 45 mil pesos. No subir ese monto fue celebrado como un golazo en el Congreso, y con razón. Como bien explicó una diputada UDI, dar más dinero “no es bueno: nosotros no queremos que las personas dependan del Estado”.
El buen pobre se esfuerza. Aunque, según la encuesta CEP, el 40% de los chilenos cree que la pobreza se debe a “la flojera o falta de iniciativa”. El buen pobre lo entiende y piensa que tal vez es verdad, y por eso se esfuerza el doble por mejorar.
El buen pobre no se calienta la cabeza con temas que no entiende. Como bien graficó el Intendente Metropolitano al criticar a los malos pobres que protestan: “¿Qué tiene que ver el No más AFP con el hambre?”. Lógico. ¿Qué tiene que ver que la mitad de los pensionados por vejez reciban menos de $ 151 mil mensuales, con el hambre? ¿Qué tiene que ver que estén bajo la línea de pobreza ($ 164 mil), con el hambre? ¿Qué tiene que ver que no tengan para comprar comida, con el hambre? ¿Qué tiene que ver el hambre con el hambre?
El buen pobre tiene esperanza. Porque, como dijo Juan Pablo II, “los pobres no pueden esperar”. Y ahí están, esperando que llegue un depósito de 65 lucas por persona (para algunos en estos días, para otros, dicen que en junio) o una caja con mercadería (dicen que algún día), porque como reza el refrán, su paciencia es larga, más larga que la esperanza del pobre.
Dermatólogos, oftalmólogos, pediatras y hasta psiquiatras son los voluntarios que se han presentado para apoyar a sus colegas que enfrentan la pandemia en las urgencias y en las UCI del país. Con una red de salud que ya se ve colapsada y más de 2.200 funcionarios contagiados, la otra primera línea de profesionales de la salud ya llegó a la trinchera.
Hace una semana, en pleno toque de queda y cuando ya había comenzado la cuarentena total en el Gran Santiago, dos hermanos de 17 y 19 años fueron acribillados al interior de un auto que quedó abandonado en medio de la Población Los Nogales, en La Pintana. La violencia ha estado lejos de disminuir en medio de la crisis sanitaria. Al contrario, el crimen se ha intensificado en zonas donde el virus del narcotráfico tiene su propia corona.
Para los creyentes, la pandemia ha tenido un costo agregado. Lejos de sus templos y comunidades, muchos han debido adaptar sus tradiciones al encierro doméstico, recurriendo a herramientas digitales que, en algunos casos, habían sido largamente ignoradas. En 10 voces, religiosos y fieles analizan el trance de la fe en la crisis, la pertinencia de volver pronto a los ritos tradicionales y el futuro de lo espiritual.
Lo anunció el Presidente el domingo, cuando no había ninguna caja comprada. De ahí, La Moneda debió desplegar un operativo inédito para llegar a la promesa de 2,5 millones de canastas de alimentos.
Han pasado tres meses desde la absolución del exejecutivo Aldo Motta, y las esquirlas de esa decisión –en fallo dividido- aparecen en el Cuarto Tribunal Oral de Santiago. El juez que presidió el juicio, Cristián Soto, denunció a su compañera, la magistrada Laura Assef, por supuestamente mantener contactos indebidos con la defensa. La Fiscalía Occidente abrió una investigación y el tribunal se alista para enfrentar un proceso en lo penal.
La vocera de gobierno asegura que no pueden descartar que ese concepto, junto al de “nueva normalidad”, hayan incidido en el aumento del número de contagios en la Región Metropolitana. La ministra reconoce que se han cometido errores, pero recalca que están haciendo todos los esfuerzos para enfrentar de la mejor forma la pandemia y pide a la oposición dejar “en cuarentena” las diferencias.