“¡Cómprate un auto, Perico!”, es la frase del comercial más inolvidable de los ochenta. “Ni me moví de mi escritorio”, dice un spot icónico de los noventa. Ambos publicitaban el mismo producto.
Es que la economía chilena fabrica pocas cosas (ni siquiera vacunas somos capaces de hacer, desde el cierre de la única planta, en 2002). Pero hay algo que sí vendemos en cantidades: dinero.
El spot protagonizado por Nissim Sharim y Delfina Guzmán no era un comercial de automóviles, sino de créditos de consumo del Banco de Santiago. En la era de la “plata dulce” y el dólar fijo a 39 pesos, Pinochet prometía que, gracias al crédito, “hacia 1985 o 1986, cada trabajador chileno va a tener casa, auto y televisor. No va a tener un Rolls Royce, pero tendrá una citroneta del 75”.
“Gerardo Baeza jamás pensó tener una tarjeta de crédito”, parte el spot de Financiera Condell, en que un oficinista describe los beneficios de su tarjeta Visa Condell (“con ella puedo comprar todo lo que quiera y donde quiera, incluso tengo avances en efectivo”), bajo el lema: “damos crédito a la gente de trabajo”. “¡Y no es sólo para el jefe!”, agrega un joven empleado de la oficina de Baeza mientras muestra con orgullo su propia tarjeta.
Chile transitaba a la democracia y las autoridades celebraban la “democratización del crédito”. Desde entonces, la deuda de los chilenos no ha dejado de aumentar. Si en 2003 los hogares debían cerca de un tercio de sus ingresos (36,5%), en 2007 superaron la mitad (56,7%), en 2016 pasaron los dos tercios (67,5%), y en 2019 ya llegamos a un máximo histórico de 74,5%.
Nunca los chilenos habían estado tan endeudados como hoy. Y la morosidad va de la mano. Casi 5 millones de personas acumulan deudas impagas. El promedio de la mora se acerca a los $2 millones, en un país con un sueldo mediano de 400 mil pesos.
Para el decano de la Universidad San Sebastián, Gonzalo Edwards, “la gente se endeuda, no porque los endeuden, sino porque ellos se endeudan. El gran responsable de endeudarse por encima de lo que pueden pagar son los adultos mayores de 18 años”.
Pero la realidad cotidiana es muy distinta. El retail vende dinero. Comprar al contado es cada vez más difícil, ante el bombardeo de ofertas exclusivas para tarjetas, que castigan con precios más altos al que insista en no endeudarse. Intereses usureros disfrazados como “comisiones”, ventas atadas de seguros, y “firma” de contratos que jamás se tienen a la vista, son algunas de las irregularidades denunciadas por el Sernac y agrupaciones de consumidores.
“Hay una irresponsabilidad por el lado de la oferta de créditos, porque ellos saben que un porcentaje no les va a pagar, pero aún así sigue siendo rentable porque la tasa que cobran es de usura”, dice el economista y gerente general de Gémines, Tomás Izquierdo.
La compra a crédito ya no es sólo una alternativa razonable para adquirir productos durables (el auto de Perico), sino una necesidad para consumir alimentos o medicamentos. De hecho, es el retail financiero el sector con más morosos. “Eso es indicador de mercadería, medicamentos, de avances en efectivo para llegar a fin de mes”, dice Mario Espinosa, abogado de Defensa Deudores.
"La proporción de hogares endeudados, particularmente en créditos de consumo, es mayor a lo que se observa en otros países", admite el presidente del Banco Central, Mario Marcel. Entre los grupos con mayor morosidad están los adultos mayores, empujados a la deuda por jubilaciones ruinosas.
El panorama es muy distinto para el Estado, que con una deuda del 29% del PIB, mantiene “niveles de deuda pública que son de los más bajos en el mundo. A nivel global están en torno al 100%”, dice el doctor en Economía Andars Uthoff.
Por cierto, es muy bueno que Chile tenga una baja deuda pública. La parte de la historia que suele ocultarse es que ello se ha logrado a costa de la gente. Mientras el Estado ahorraba, los ciudadanos se endeudaban para estudiar, sobrevivir con pensiones de hambre, pagar la salud de su familia o comprar medicamentos: o sea, para cubrir las prestaciones sociales que ese Estado les negaba.
Las consecuencias las sufrimos hoy. Si el cataclismo económico de 1982 encontró a un Estado y empresas endeudadas, esta vez la ola del tsunami golpea directamente a la gente que ya tenía el agua hasta el cuello. Mientras el solvente Estado de Chile goza de tasas prácticamente cero en el mercado internacional, sus habitantes enfrentan esta crisis endeudados a niveles sin precedentes, para comprar a crédito en el supermercado o la farmacia.
Es ese drama el que vuelve tan popular la propuesta para retirar el 10% de los fondos de las AFP. Antes de hablar livianamente de “populismo”, hay que entender cómo, por cuatro décadas, los chilenos han escuchado que son los dueños de sus fondos de pensiones, mientras en la vida real deben pedir prestado a intereses exorbitantes para cubrir sus necesidades básicas.
Como alguna vez explicó el ex presidente Lagos. “Ese dinero se deposita en un bono de alguna empresa del retail y le pagan UF +5%. Luego usted se pone el sombrero de consumidor y va a esa misma empresa del retail, pide un crédito y le cobran UF + 30%”.
¿Es de sorprenderse que la gente exija su dinero en vez de seguir acumulando créditos en condiciones leoninas?
Mientras la ayuda estatal se focaliza en los sectores de bajos ingresos, se abre el debate sobre cómo ayudar a una gran proporción de la clase media que sigue de brazos cruzados y bolsillos vacíos. A trabajadores independientes con ingresos sobre los $100 mil por persona, el Estado les ofrece un crédito blando por hasta $650.000, y se espera el anuncio de un préstamo para las personas que extienda esa oferta.
Como medida de emergencia puede ser razonable. El problema es que golpea en una herida ya sangrante: deudas sobre deudas.
Así, puede convertirse en un nuevo símbolo de la impotencia de un Estado que niega prestaciones sociales básicas y, en cambio, se limita a ser un comprensivo prestamista.
Que, para decirlo en una frase, no nos trata como ciudadanos, sino como clientes.